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OPINIÓN | 'Pesimismo y capitalismo', por Enric González

'Cien años de soledad', de Vargas Llosa

Le oí esas palabras a un cliente en la librería. La fiebre del Nobel ha disparado las ventas de las novelas de Vargas Llosa y la gente es tan exagerada con las modas que incluso inventa obras imposibles. Si García Márquez (el autor de Cien años de soledad) se enterara, con lo mal que acabó con don Mario. Los dos autores son enormes, absolutamente diferentes, pero ambos imprescindibles para quien guste de la buena lectura, de las historias inolvidables. Porque al final leer consiste precisamente en eso, en recordar lo inexistente, en vivir lo imposible. La literatura, como se intuye a estas alturas, no sirve para nada, salvo para vender libros, pero es en esa inutilidad donde radica, precisamente, su valor. Tampoco sirven para nada el amor, la amistad desinteresada, las frustraciones, los deseos o la tristeza, por eso el ser humano está cada vez más solo, esclavizado por lo que parece ser lo único realmente importante, la producción de beneficios económicos.

A Vargas Llosa ya le dimos los lectores el Nobel hace muchos años. Alegra ver su rostro en todos los diarios de los quioscos, en los informativos de las televisiones, en la prensa digital. Le llega tarde, dijeron algunos. Mejor que haya sido así. Son bastantes los casos de autores premiados por la academia sueca que a partir de ese momento empiezan a publicar cualquier cosa, pocas veces merecedoras de un galardón como el recibido.

Me hablaron de Mario Vargas Llosa en el Bachillerato, cuando todavía existía una asignatura llamada Literatura Española. No consistía en saber cuándo había nacido ni lo que había escrito, sino en estudiar y comentar corrientes y autores. Me pregunto qué importancia puede tener para las nuevas generaciones la concesión de un Nobel de Literatura, cuando los conocimientos se reducen hoy a fechas y nombres, mezclada como está la Literatura con la Lengua Castellana en un Bachillerato de sólo dos años. Cómo hablarles de La ciudad y los perros a jóvenes que llegan a los cursos superiores sin saber leer ni escribir correctamente y con el convencimiento de que tampoco es que sirva todo eso para mucho.

Pero bueno, es viernes, y a mi plin. Que cada palo aguante su vela. Leo, disfruto, imagino, sueño, me divierto, añoro, deseo y voy más allá de mí mismo. Bienvenido sea el Nobel de Vargas Llosa y bienvenida, de nuevo, la buena literatura.

José María García Linares

Le oí esas palabras a un cliente en la librería. La fiebre del Nobel ha disparado las ventas de las novelas de Vargas Llosa y la gente es tan exagerada con las modas que incluso inventa obras imposibles. Si García Márquez (el autor de Cien años de soledad) se enterara, con lo mal que acabó con don Mario. Los dos autores son enormes, absolutamente diferentes, pero ambos imprescindibles para quien guste de la buena lectura, de las historias inolvidables. Porque al final leer consiste precisamente en eso, en recordar lo inexistente, en vivir lo imposible. La literatura, como se intuye a estas alturas, no sirve para nada, salvo para vender libros, pero es en esa inutilidad donde radica, precisamente, su valor. Tampoco sirven para nada el amor, la amistad desinteresada, las frustraciones, los deseos o la tristeza, por eso el ser humano está cada vez más solo, esclavizado por lo que parece ser lo único realmente importante, la producción de beneficios económicos.

A Vargas Llosa ya le dimos los lectores el Nobel hace muchos años. Alegra ver su rostro en todos los diarios de los quioscos, en los informativos de las televisiones, en la prensa digital. Le llega tarde, dijeron algunos. Mejor que haya sido así. Son bastantes los casos de autores premiados por la academia sueca que a partir de ese momento empiezan a publicar cualquier cosa, pocas veces merecedoras de un galardón como el recibido.