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La 'conspiranoia'

Cada uno es muy dueño de sus obsesiones y miedos, pero conviene poner las cosas en su sitio, como ya han hecho algunos compañeros en estos menesteres, porque en el fondo tratan de que se haga el silencio. Y empiezo por subrayar que se refieren sólo a las filtraciones hacia los medios informativos; sin reparar en que no pocos de los detenidos o imputados reconocieron saber de antemano que iban a proceder contra ellos. Incluso nos tropezamos a veces con declaraciones de políticos indicativas de que algo les han filtrado. O sea, que se filtran cosas en todas direcciones. Pero no se ocupan de ellas porque les desmontaría la tesis de la conspiración, pues cualquiera, con un mínimo de sentido común, concluiría que si los políticos se enteran con antelación de lo que va a ocurrir, es lógico que lo hagan también los periodistas que suelen andar buitreando cerca con las antenas puestas y relacionando lo que cuenta uno con lo que dice el otro. Las llamadas filtraciones han existido siempre. Antes con Franco y después de Franco. Aquí y en todas partes. ¿Acaso no hubo un “garganta profunda” en el Watergate, por poner un ejemplo bien conocido? Pero nunca nadie protestó como ahora, cuando afectan a los políticos y a sus intereses de partido. Ya les dije que tratan de transmitir la impresión de que el trabajo periodístico se reduce a aguardar junto al teléfono la llamada filtradora, cuando lo cierto es que hay que estar en la calle cogiendo güiros y disponer de una buena agenda. Perder su agenda es lo peor que puede ocurrirle a un plumilla. No hay filtraciones sino fuentes adquiridas a base de años de darle al pico con tododiós. Sin ellas, sin eso que llaman filtraciones para rodear su trabajo connotaciones sórdidas, irían los periodistas de cráneo. De saber eso, no se le hubiera ocurrido a Paulino llevar el asunto al Congreso de los Diputados, obligando al ministro Rubalcaba a comparecer. Un tanto pueblerino, pero qué quieren, si él es así. Lo que sí parece conspiración, ya ven, es lo del maldito cristal de La Pepa. Se lo han roto ya tres veces a la alcaldesa Luzardo en unos pocos meses. Seguramente sin querer, pero es para mosquearse. No podemos ignorar que hay gente con muy mala leche, pero también cabe que no se haya utilizado el material adecuado o que lo instalaran mal. Por si acaso, aconsejaría a López Aguilar que no se le ocurra pasar por allí, no vayan a echarle la culpa. Que muy capaces son.

Cada uno es muy dueño de sus obsesiones y miedos, pero conviene poner las cosas en su sitio, como ya han hecho algunos compañeros en estos menesteres, porque en el fondo tratan de que se haga el silencio. Y empiezo por subrayar que se refieren sólo a las filtraciones hacia los medios informativos; sin reparar en que no pocos de los detenidos o imputados reconocieron saber de antemano que iban a proceder contra ellos. Incluso nos tropezamos a veces con declaraciones de políticos indicativas de que algo les han filtrado. O sea, que se filtran cosas en todas direcciones. Pero no se ocupan de ellas porque les desmontaría la tesis de la conspiración, pues cualquiera, con un mínimo de sentido común, concluiría que si los políticos se enteran con antelación de lo que va a ocurrir, es lógico que lo hagan también los periodistas que suelen andar buitreando cerca con las antenas puestas y relacionando lo que cuenta uno con lo que dice el otro. Las llamadas filtraciones han existido siempre. Antes con Franco y después de Franco. Aquí y en todas partes. ¿Acaso no hubo un “garganta profunda” en el Watergate, por poner un ejemplo bien conocido? Pero nunca nadie protestó como ahora, cuando afectan a los políticos y a sus intereses de partido. Ya les dije que tratan de transmitir la impresión de que el trabajo periodístico se reduce a aguardar junto al teléfono la llamada filtradora, cuando lo cierto es que hay que estar en la calle cogiendo güiros y disponer de una buena agenda. Perder su agenda es lo peor que puede ocurrirle a un plumilla. No hay filtraciones sino fuentes adquiridas a base de años de darle al pico con tododiós. Sin ellas, sin eso que llaman filtraciones para rodear su trabajo connotaciones sórdidas, irían los periodistas de cráneo. De saber eso, no se le hubiera ocurrido a Paulino llevar el asunto al Congreso de los Diputados, obligando al ministro Rubalcaba a comparecer. Un tanto pueblerino, pero qué quieren, si él es así. Lo que sí parece conspiración, ya ven, es lo del maldito cristal de La Pepa. Se lo han roto ya tres veces a la alcaldesa Luzardo en unos pocos meses. Seguramente sin querer, pero es para mosquearse. No podemos ignorar que hay gente con muy mala leche, pero también cabe que no se haya utilizado el material adecuado o que lo instalaran mal. Por si acaso, aconsejaría a López Aguilar que no se le ocurra pasar por allí, no vayan a echarle la culpa. Que muy capaces son.