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Contraindicaciones del masculino genérico
Como norma gramatical de nuestra Real Academia de la Lengua, el masculino plural puede funcionar como “género no marcado” inclusivo; es decir, si no se especifica, sirve para el masculino y el femenino. P. ej.: “Los alumnos de este instituto…” abarca “alumnos y alumnas”. En cambio, el femenino es un “género marcado” y exclusivista: “Las alumnas de este instituto…” señala solamente a las “alumnas”.
Como lengua viva, el idioma español vive en evolución continua. De modo que la rigidez de las normas morfológicas, ortográficas, sintácticas y prosódicas tiene como objetivo aparente su conservación y pureza, al dictado del lema académico: “limpia, fija y da esplendor” –muy conveniente ante la invasión permanente de palabras y usos nuevos–. No obstante, se impone cierta flexibilidad doctrinal para ir adaptando la normativa a las novedades impuestas por modas expresivas, importaciones extranjeras o giros coloquiales implantados durante años en la comunicación habitual, que suelen terminar reconocidos y aceptados por la máxima autoridad académica.
Es motivo de controversia actual, en términos técnicos, el uso aparentemente incorrecto del “compañeros y compañeras” (o viceversa) en el discurso político que prescinde del masculino genérico –que ahorraría energía y espacio dialéctico–, como símbolo reivindicativo de la legítima igualdad entre mujeres y hombres (o viceversa).
Cierto que pueden apreciarse indicios de discriminación machista, no solo en la cuestión planteada, sino en un amplio espectro de nuestro idioma en el que podemos encontrar una tendencia desviada hacia el masculino; aunque poco a poco se va corrigiendo. En el caso de profesiones o cargos que hasta un pasado demasiado reciente eran desempeñados solo por hombres, ante la actual irrupción laboral de la mujer en dicho ámbito, los manuales de uso del español aconsejan aplicar las formas en femenino: abogada, concejala, notaria, médica… un cambio en marcha con bastante recorrido por delante, todavía.
Los puristas del lenguaje, para merecer el respeto debido a su estricta filosofía, no deberían ofenderse por el “ellas y ellos”; pues aparte de ser cuestionable como incorrección idiomática, es muy importante respetar la libertad expresiva de quienes consideran oportuno o necesario decirlo así como detalle o expresión ideológica, (siempre y cuando, claro está, no se exagere con aberraciones tipo miembros y miembras).
Otra cuestión es la rentabilidad o no de prodigar este aparente desvío de la norma. La primera consideración sería el ejemplo socio-cultural poco adecuado por su divulgación masiva. La siguiente: ¿es eficaz como eslogan en favor de la deseada igualdad? No parece que así se solucione el gravísimo problema de discriminación hacia la mujer, en defensa de sus derechos legítimos y contra las desigualdades que perduran a lo largo de las sucesivas legislaturas. El tema es mucho más profundo y requiere otras medidas más eficaces que tangentear el “masculino genérico”, que solo puede servir para enconar posturas por lo del “viceversa”, pues siempre se producirán diferencias inevitables al anteponer un sexo al otro: “amigos y amigas”, “niñas y niños”… ¿Quién merece ir por delante y por qué el otro, u otra, debe ir detrás?
Conviene no confundir los conceptos de género y sexo. Mucho más amplio el primero porque el género es una categoría gramatical que afecta a sustantivos en general, entre los que se incluyen los seres vivos: macho y hembra; es decir aquellos que disponen de una condición orgánica denominada sexo. No es el caso de los masculinos: accidentes geográficos, vientos, ríos, montes, volcanes, mares, estrechos… los meses, los días de la semana, los puntos cardinales, los números… Ni de los femeninos: las letras, la mesa, la silla, la autoridad, la conciencia, la historia…
Cierto que disfrutamos de un idioma muy especial por su enrevesada gramática y complejidad de uso; pero dicha dificultad determina que un diamante en bruto se haya convertido en valiosa joya, tras la laboriosa talla en brillante que define los mejores ángulos de refracción de la luz, para que el diamante tallado, al cabo de los siglos, brille en su máximo esplendor.
Un lenguaje simple se conformaría con los dos géneros. Pero nosotros, enroscamos el tirabuzón en un alarde de imaginación y fantasías varias para amenizar, no solo el aprendizaje, sino el ejercicio cotidiano de hablar, leer o escribir correctamente.
Disponemos, cómo no, de más géneros. Podemos añadir el neutro (ni uno, ni otro); el común (nombres que pueden usarse en masculino o femenino con solo cambiar el artículo: el periodista/la periodista; el testigo/la testigo…); el epiceno (solo aplicado a algunos animales: la jirafa, el búho, el águila… en los que para distinguir el género hay que añadir el sexo: rana-macho; jirafa-hembra…); el ambiguo (para nombres que admiten indistintamente el artículo masculino o femenino: el mar/la mar; el calor/la calor…)
En fin, merece la pena disfrutar el privilegio de una lengua universalizada, a la que debemos respetar, admirar y cuidar como patrimonio propio, para que su evolución continua progrese adecuadamente bajo la batuta de la RAE.
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