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Cosas

No tengo ni he tenido nunca buena opinión de la administración autonómica, pero, qué quieren, llegan noticias de que no lo están pasando mejor en otras comunidades y países donde Paulino no gobierna; por la gracia de Dios, añadiría. Pero eso es lo de menos para esta gente.

No puede exigírsele a nadie, desde luego, que maneje información que pueda redimirlo de su pueblerinismo. Mucho menos dejar de considerarlo legítimo propietario de sus ocurrencias y en el caso del ilustre patricio tinerfeño admitir sus odios, manías y complejos y archivarlo en el apartado de acervo folklórico.

Sin embargo, sería injusto creer que nuestro hombre embiste a bulto como quieren hacernos creer sus enemigos. El sabe discernir como ha demostrado al salir en defensa de los notables tinerfeños que atraviesan ciertas tribulaciones judiciales a causa de raras operaciones con las que han procurado el bien de Tenerife, como todo bien nacido sabe. De ahí que el periódico diera un paso al frente, aun a riesgo de que los peor pensados y demás puñeteros españolistas subrayaran la coincidencia de la conversión independentista del periódico con los primeros problemas de los dichos notables. Llegaron a decir, oye, que El Día pretendía advertir a la metrópoli opresora de la que podría formársele aquí como osara su Justicia tocarles un pelo.

No podía faltar el recurso al enemigo exterior, canarión por más señas, tan ruinito que no les extrañaría que primaran a la Ponferradina. En este caso añadieron a la relación de maldades grancanarias, ya todo un clásico en las hemerotecas, la de obstaculizar el ideal de la independencia de las islas. Y es que Gran Canaria, según el argumento pepitiano, es la beneficiaria única de los favores de Madrid como pago a su traición al almendro de don Nicolás y de ahí que quieran dejar a la isla fuera de su sombra. Les dejamos tener su Corte Inglés y no supieron apreciar semejante gesto de buena voluntad.

Pero no hay mal que por bien no venga y así como les digo una cosa, les digo otra: agradezco a El Día que diluyera el problema nunca resuelto de las relaciones Canarias-España y los derivados de nuestro entorno geoestratégico y otros por el estilo con lo que nos ahorramos quebraderos de cabeza: basta la independencia para que al día siguiente esté todo arreglado. Miren que llevamos dándole vueltas y resulta que sería suficiente con que Paulino y Ana Oramas pidan a Rajoy que les devuelva el rosario de su madre. Justo ahora que tenemos un equipazo del carajo y está distraído.

No tengo ni he tenido nunca buena opinión de la administración autonómica, pero, qué quieren, llegan noticias de que no lo están pasando mejor en otras comunidades y países donde Paulino no gobierna; por la gracia de Dios, añadiría. Pero eso es lo de menos para esta gente.

No puede exigírsele a nadie, desde luego, que maneje información que pueda redimirlo de su pueblerinismo. Mucho menos dejar de considerarlo legítimo propietario de sus ocurrencias y en el caso del ilustre patricio tinerfeño admitir sus odios, manías y complejos y archivarlo en el apartado de acervo folklórico.