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Crisis Climática: la era está pariendo un corazón

La era está pariendo un corazón, decía el poeta con mucha razón en una de las primeras canciones de contenido ecologista y social que llegaron a mis oídos. En ese momento unos pocos ilustrados en esto de las ciencias ambientales poníamos el grito en el cielo porque nuestro sistema de producción, de crecimiento incontrolado, estaba cambiando irremediablemente el planeta. Hace ya más de 30 años, esto del cambio climático era cosa de hippies. Algo más tarde pasó a ser contracultural y luego de izquierdosos radicales que no dejaban de criticar el sistema de acumulación de poder y dinero que estaba destruyendo La Tierra. Nadie nos creía cuando decíamos que era, y es, el principal problema al que se enfrenta la humanidad. Unos decían que no, que eran las guerras. Hoy sabemos cómo evitarlas. Otros que no, que era el hambre. También sabemos que con el dinero que le hemos dado a los bancos en la última década podríamos haber acabado con el hambre en el mundo. Incluso nos hubiese sobrado dinero. Al final, más por urgencia que por ciencia, se está generando una nueva conciencia, se está pariendo un corazón.

Y no puede más, se muere de dolor. Ya han pasado décadas y el problema se hace irrespirable. Los ecosistemas terrestres y marinos, las especies, esas por las que hemos esperado durante millones de años para que nos alimenten, nos sanen enfermedades, nos protejan, hagan de este planeta un sitio maravilloso... están desapareciendo por un uso descontrolado de los recursos, de la acumulación de poder y dinero. Unos pocos habitantes, de unos pocos países, hemos modificado los ecosistemas en el equivocado concepto de mejorar nuestro modo de vida. Destruyéndolo. Unos gobiernos que han gestionado la naturaleza como en la más feroz de las dictaduras, al margen de personas que han vivido siempre en armonía con la misma. Unas dictaduras que hacen caso omiso a la llamada de Gaia, unas dictaduras que se sirven de lo que es de todos, como siempre. Países o regiones como China, Estados Unidos, Europa o India que, ninguneando a sus habitantes, y a todos los demás del planeta, destruyen nuestra delicada nave. Ese pequeño grupo de países “desarrollados” con intereses de unos particulares que construyen el relato del engaño y hacen creer a sus ciudadanos que están haciendo lo imposible.

Ese pequeño grupo de países que han contaminado el mundo y ahora quieren que no se desarrolle ese otro 90% del planeta porque ya lo hemos contaminado nosotros.

Y hay que acudir corriendo pues se cae el porvenir. No tenemos tiempo, estamos al borde de cambiar nuestro entorno para siempre, para todos, por el interés de unos pocos, muy pocos. No nos queda tiempo y es hora de decir alto y claro que no es cosa de hippies, ni de la contracultura, ni de radicales izquierdistas, ni de científicos con ganas de protagonismo,… es una emergencia, una crisis sin precedente, un desafío. Apenas nos queda tiempo para reaccionar y no sabemos como resolver el problema pues tampoco se nos ha dejado hacer nuestro trabajo. Los poderosos lo han negado, nuestros gobiernos han boicoteado la búsqueda de soluciones, los intereses de unas pocas empresas han impedido los necesarios cambios.

En cualquier calle, en cualquier selva, en cualquier casa,… tenemos que reivindicar que no podemos seguir en ese camino. Debemos dejar la casa y el sillón y exigir en la calle que no vamos a permitir un minuto más de dilación, que hay que quemar el cielo si es preciso por vivir, por cualquier persona del mundo, porque tenemos que ver los llantos como mi llanto, y aunque me he callado, desesperado, escucho entonces, la tierra llora. Salgamos a la calle y pidamos un claro giro en nuestras políticas democráticas, sociales, y con la naturaleza. Alguien, en el futuro, nos está mirando.

La era está pariendo un corazón, decía el poeta con mucha razón en una de las primeras canciones de contenido ecologista y social que llegaron a mis oídos. En ese momento unos pocos ilustrados en esto de las ciencias ambientales poníamos el grito en el cielo porque nuestro sistema de producción, de crecimiento incontrolado, estaba cambiando irremediablemente el planeta. Hace ya más de 30 años, esto del cambio climático era cosa de hippies. Algo más tarde pasó a ser contracultural y luego de izquierdosos radicales que no dejaban de criticar el sistema de acumulación de poder y dinero que estaba destruyendo La Tierra. Nadie nos creía cuando decíamos que era, y es, el principal problema al que se enfrenta la humanidad. Unos decían que no, que eran las guerras. Hoy sabemos cómo evitarlas. Otros que no, que era el hambre. También sabemos que con el dinero que le hemos dado a los bancos en la última década podríamos haber acabado con el hambre en el mundo. Incluso nos hubiese sobrado dinero. Al final, más por urgencia que por ciencia, se está generando una nueva conciencia, se está pariendo un corazón.

Y no puede más, se muere de dolor. Ya han pasado décadas y el problema se hace irrespirable. Los ecosistemas terrestres y marinos, las especies, esas por las que hemos esperado durante millones de años para que nos alimenten, nos sanen enfermedades, nos protejan, hagan de este planeta un sitio maravilloso... están desapareciendo por un uso descontrolado de los recursos, de la acumulación de poder y dinero. Unos pocos habitantes, de unos pocos países, hemos modificado los ecosistemas en el equivocado concepto de mejorar nuestro modo de vida. Destruyéndolo. Unos gobiernos que han gestionado la naturaleza como en la más feroz de las dictaduras, al margen de personas que han vivido siempre en armonía con la misma. Unas dictaduras que hacen caso omiso a la llamada de Gaia, unas dictaduras que se sirven de lo que es de todos, como siempre. Países o regiones como China, Estados Unidos, Europa o India que, ninguneando a sus habitantes, y a todos los demás del planeta, destruyen nuestra delicada nave. Ese pequeño grupo de países “desarrollados” con intereses de unos particulares que construyen el relato del engaño y hacen creer a sus ciudadanos que están haciendo lo imposible.