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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

El curso en que enseñamos peligrosamente

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Las situaciones inesperadas que llegan sobrevenidas obligan de entrada a adaptarse, luego van pasando y es entonces cuando tomamos conciencia de lo vivido y de los cambios que han supuesto, esto pasa más aún en esas situaciones en las que la dinámica del día a día no deja un resquicio por el que poder escapar y analizar.

Vamos a trasladarnos mentalmente, esperamos que solo tenga que ser mentalmente, al inicio del confinamiento. En esos días andaba yo en otros asuntos personales, también complicados, no lo viví como docente en primera persona, pero eso no me impidió observar y sobre todo empatizar. 

Me pareció una situación tan dura que llegué a alegrarme de que, aunque por mal, esa ausencia me hubiese venido tan bien. De un día para otro el aula se trasladó a la pantalla. Para el profesorado supuso familiarizarnos con herramientas y programas, algunos conocidos, otros un aprendizaje en tiempo record, no había horario, no había timbres, cualquier día, cualquier hora eran buenos para resolver una duda o recibir una tarea. 

Nuestro alumnado, nativos digitales genios del TikTok y de otras app, en muchos casos descubrieron que también existían otras aplicaciones, alguno hubo que hasta tuvo que aprender a mandar correctamente un mail. Las familias, con la preocupación de su teletrabajo, su ERTE, su paro o su riesgo al ir a trabajar, con la carga sicológica de la incertidumbre, con la preocupación por los contagios y los seres queridos, tuvieron que ayudar en casa con ‘los deberes’ sin horario, sin descanso. 

La brecha económica se endureció con la brecha digital. Adiós a la Escuela como igualador social. A la vez en nuestras vidas lo cotidiano se volvió excepcional, visitarnos, acercarnos, vernos las caras, tocarnos al saludar, abrazarnos, compartir… se convirtieron en lujos que, por comunes, no habíamos valorado suficientemente, pero añorábamos ¡cuánto los añoramos! 

Y como añadido la incertidumbre del futuro, cuánto durará, parece que ya está, pero no, cuándo acabará, cómo acabará, nos tocará… Mucho por vivir y ver y leer, me temo, sobre el efecto sicológico antes, durante y después del confinamiento: las carencias y temores, depresiones, ataques de ansiedad, miedo a la gente, miedo a salir. 

Poco a poco empezamos a salir a las calles. Llegó y pasó el verano. Y empezó el curso. La situación volvía a ser nueva, es la primera vez que vivimos algo así y el primer curso en que en esta situación se abrían las aulas. Las normativas iban cambiando, un día nos daban unas instrucciones, a la semana otra, a los tres días otra, y los equipos directivos, el personal, docente o no, que colaboraba en la preparación de los centros durante julio y agosto estuvieron adaptando, readaptando y volviendo a adaptar. 

No es lo mismo escribir en un despacho que diseñar vías de entrada, elementos separadores o marcar en el suelo espacios, no. Pero se hizo, deshizo y rehízo. De esta saldremos más fuertes, de esta saldremos entre todos y todas, las ganas de recuperar normalidad eran muchas, la certeza de que era necesario pasar de las pantallas a la presencialidad también. 

Y por fin, llegó la esperada fecha, la vuelta a las aulas del alumnado. Fue emocionante, entraban tras meses sin pisar el centro, las mascarillas dejaban ver los ojos, unos ojos que mostraban esa mezcla, que compartíamos, entre temor, dudas y alegría. Empezábamos, por fin volvíamos y hasta de quienes menos lo esperábamos llegaba un “eché de menos las clases”. 

También ellos y ellas se debatían entre el temor a un contagio a un ser querido y una vuelta al confinamiento. Nuevas normas, mascarillas, geles, señaléticas… no solo utilizarlas, velar por su uso, cambiar las dinámicas aprendidas, explicar, repetir y repetir que eran importantes, poner pie en tierra, en tierra con pandemia, a infantes y adolescentes que junto a sus ganas de vivir todo y su mezcla de cambios y hormonas tenían que aprender a vivir de esa manera, para nosotras no era fácil, quizás para ellos y ellas menos. 

Y a la vez, cómo no, papeleo, programaciones que contemplasen tres situaciones presencialidad, semipresencialidad, confinamiento. Cuando empezamos muchas temíamos que en menos de un mes tendríamos que volver a confinarnos, que todo volvería a parar y que el segundo confinamiento sería aún más descorazonador y duro, con sabor a derrota y vuelta atrás, sin saber cuándo llegaría el final. 

Pero el curso se fue desarrollando, ahí estuvimos, en primera línea con la dosis extra de tensión, de responsabilidad. Lo que era cotidiano ya no podía ser, nada de prestarnos cosas, utilizar materiales compartidos, nada de clases prácticas, separación, distancia de seguridad, algunas clases con una distancia que no permitía casi oírnos, “no se ve seño” “más grande por favor” recreos, que son el espacio para el recreo imposibles de controlar, no te bajes la mascarilla, recuerden separarse… El temor cuando faltaba alguien, será, me habré contagiado, el temor con una tos, el temor cuando veíamos que algo no se hacía bien, el temor. 

Sí, lo sabemos todo el mundo tuvo que adaptarse, pero no todo el mundo tuvo que hacerlo con grupos de niños, niñas o adolescentes que muchas veces olvidaban la importancia de las normas sanitarias Todo el personal de los centros pusimos de nuestra parte, el alumnado también. 

Un aplauso, infinito, al personal de limpieza de los centros, controlando en cada momento los posibles cambios de aula, de grupos. Creo que ellas han sido el principal pilar de que no tuviésemos que volver atrás. Y llegó el final de curso ¿llegó? Pues no, no para todos y todas. 

Convocatoria de oposiciones, tribunales y opositores tuvieron que seguir, sabiendo que en ello podía ir la posibilidad de su futuro o el de quienes se examinaban. Pues igual habría estado bien que la Consejería hubiese aplicado una moratoria de no expulsión de las listas a quienes no se presentasen. Enhorabuena a quienes lo han conseguido. Ánimo a quienes no, habrá más años, seguro que menos estresantes que este. 

Es la Educación en quienes deposita la sociedad la posibilidad de mejora, la solución a muchos de los problemas que tenemos, y así es, trabajamos con quienes son el presente y el futuro, el potencial es infinito, aunque no puede ser solo responsabilidad nuestra. 

Valgan estas reflexiones compartidas para pedir, para pedir que esas ratios que durante este curso bajaron, demostrando que sí se podía, no vuelvan a subirse, para que el reconocimiento de imprescindibles para la comunidad se mantenga, para que no disminuyan los cuidados a nuestro alumnado, que ahora está en el rango de población con mayor contagio, para que nuestras condiciones de trabajo se cuiden, se respeten. 

Para que no tengamos que ajustarnos, con una burocracia absurda y con unas condiciones impuestas y sin suficientes materiales a unos sordos diseños de despacho en los que no podemos participar pero sí debemos acatar. 

Felices Vacaciones, estas vacaciones en la que nos recuperaremos y como siempre nos reinventaremos. Nos volvemos a encontrar en septiembre, porque la Escuela, esta escuela nuestra siempre va a estar ahí.