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Desmemoria histórica

También podría llamar a un bufete de abogados para que un leguleyo me explicara en qué consiste el delito de cohecho, y si es verdad que existe un cohecho “nimio”.

Ya puestos, me podría marchar hasta mi facultad a consultar en la biblioteca la historia de una imagen de marca tan conocida como I love New York y ver si eso es posible lograr en una comunidad, la canaria, en manos de unos gestores turísticos que reinventan, cada día, el esperpento de Valle Inclán con sus decisiones.

Sin embargo, he decidido tratar un tema que me afecta de manera más directa, tanto por edad como por formación. Y es que, de entre todas las noticias, escritas o vomitadas ?según las fuentes que se consulten- en relación con el proceso al todavía juez Baltasar Garzón hay una que me ha inquietado tanto o más que la procedencia de las denuncias que amenazan con acabar con la carrera del magistrado.

La noticia en cuestión viene a decir que, gracias a este proceso, ahora muchas personas cuyas edades oscilan entre los 30 y los 45 años se han enterado de las causas directas de la Guerra Civil española, una vez finalizado el conflicto. La realidad es, que para un gran número de personas criadas en democracia, o que, a pesar de nacer en plena dictadura, crecimos ya sin la sombra del régimen dictatorial del general Francisco Franco, esa parte de la historia permanece ignorada.

El dato se me antoja realmente preocupante, dado que tal desconocimiento de la historia de nuestro país es un caldo de cultivo ideal para los extremismos de todo tipo y condición.

Además, quienes no poseen unos mínimos conocimientos históricos están condenados a que cualquier fanático de medio pelo les logre vender una versión totalmente adulterada de lo que realmente pasó. No es de extrañar, por lo tanto, que medios de comunicación lleven años proclamando, a voz en grito y sin cortarse lo más mínimo, que la Guerra Civil española no empezó en el año 1936, sino cuando la Segunda República llegó al poder en nuestro país. Para esos mismos mentirosos, el golpe de estado del general Franco se transmutó en una “gloriosa cruzada de liberación”, la cual le costó a nuestro país un millón de muertos y, una vez acabada la contienda, una brutal represión que duró varias décadas.

Ahora, cuando varias organizaciones de marcado talante fascista han denunciado al juez Garzón a causa de la ley de Memoria Histórica ?y la búsqueda de los más de cien mil desaparecidos que descansan en algunas de las muchas fosas comunes que jalonan nuestra geografía- algunos parecen abrir los ojos.

La verdad es que no les culpo, dado que hemos sido pocos los que hemos disfrutado de un buen profesor de Historia durante nuestra etapa estudiantil. Yo ya he comentado el mediocre profesor que debí soportar en octavo de básica, un ser que nunca debió dar ningún tipo de clase y mucho menos de historia.

Luego, conocer a una persona como el actual presidente del Cabildo de Gran Canaria, me hizo descubrir un mundo totalmente distinto y grabar en mi mente que quien no aprende de los errores pasados, está condenado a repetirlos.

Cierto es que muchos de mis compañeros pasaron muy de puntillas por una asignatura como la Historia del Mundo Contemporáneo que se impartía en primero de BUP. La mayoría estaban más preocupados en perseguir féminas y/o en estudiar asignaturas de ciencias, más atractivas y prácticas. No me olvido de quienes les daba igual estudiar o no, dado que su apellido les aseguraba un puesto en algún trabajo predeterminado o en la administración. Para estos últimos, la única Historia que les interesaba era la que les proporcionaría un puesto fijo.

Aún así, no estaría de más que muchos integrantes de mi generación dejaran su cómodo sillón y se enteraran de lo que pasó una vez finalizada la contienda. Si dejaran a un lado la telebasura y el alienante deporte rey, a lo mejor se enterarían de lo que era “dar el paseo” y quienes lo practicaban.

Cabe la posibilidad de que, al hacerlo, se enteraran de que algún familiar suyo murió de esa forma tan deleznable o, peor aún, que algún familiar suyo era integrante de las cuadrillas de asesinos que salían por las noches a pasear, en busca de enemigos del régimen.

Una vez metidos en faena tampoco vendría mal que se enteraran de la ausencia de libertad que imperaba durante la dictadura. Hoy en día para todos nosotros es muy fácil encender la televisión, la radio, navegar en Internet, ir a comprar un determinado libro, periódico? Antes eso no se podía hacer. Existía la censura, la cual condicionaba la vida pública y privada de las personas. No había libertad de reunión ni de asociación. Uno no podía decir, escribir, ni expresar sus pensamientos libremente. Durante el régimen del general Franco imperaba la máxima de “Obedecer por obedecer” y nada ni nadie podía ir en contra so pena de ir a la cárcel o morir condenado por un tribunal militar según se diera el caso.

Y las mujeres, ahora, pueden disponer de su vida, aunque tenga que demostrar más que cualquier varón ?por inepto que éste pueda ser- pero tienen libertad para hacerlo.

Antes, ¡no!, ¡ni muchos menos!.

Su papel era de absoluta servidumbre para con la familia, el marido y la sociedad civil. Primero, se les adoctrinaba por las “brujas reprimidas” de la Sección Femenina -calificativo utilizado por mi madre cuando recuerda aquellos tiempos- y, luego, era la propia sociedad la que las arrinconaba para ser “esclavas del hogar”, siempre a la sombra del macho dominante.

Encima, en aquellos días, los hombres solían proclamar frases tan gloriosas como “Todas las mujeres son unas putas, menos mi madre y mis hermanas”, algo que convertía a España, siguiendo dicho “sesudo” razonamiento, en una suerte de Sodoma y Gomorra contemporánea.

Tampoco es que la iglesia, como institución ayudara lo más mínimo. Para sus máximos dirigentes, todo estaba mal, todo era pecado. Bueno, todo no, en especial, cuando se trataba de un general golpista, transmutado en Caudillo de España por la gracia de su dios. El resto estaba condenado al fuego eterno, si no se hacía lo que el estamento religioso machacaba desde los púlpitos.

Aquella era la España tan católica, tan empeñada en librarse del “complot judeo-masónico”, según voceaba el caudillo en la Plaza de Oriente. Esa España negó a los familiares de los represaliados y asesinados durante y después de la Guerra Civil el conocimiento sobre la situación de sus series desaparecidos. Al régimen le bastó aquella pantomima de enterrar a unos cuantos republicanos en el panteón funerario que el caudillo se hizo construir en el Valle de los Caídos, a imagen y semejanza de los faraones egipcios, para acallar las críticas. Borrón y cuenta nueva, sobre todo con un desecho como los vencidos.

Ésa es la España que muchos cargos electos, en especial del partido conservador español, quieren preservar, boicoteando cualquier intento de revolver el pasado, el cual, para ellos, siempre fue mejor que el desatino que ahora estamos viviendo. Y no les importa apoyar a partidos y asociaciones cuya ideología está prohibida en muchas partes del mundo.

Esos mismos cargos electos tampoco recuerdan lo que le ocurrió al mundo cuando éste se llenó de camisas negras, pardas o azules, y los crímenes cometidos con el brazo en alto, cantando himnos guerreros. Eso ocurrió en el pasado, en un universo distinto. Ellos se criaron con la foto del caudillo en la mesa camilla ?tan y comenta el maestro Ángel Tristán Pimienta- y en sus casas no faltaba de nada. Y si ellos vivían tan bien con el régimen, para qué cambiar nada de aquella época. “Dejen el pasado tal y como está, que la memoria juega malas pasadas”, vienen a decir los muy?

Una vez asimilado todo esto, les recomendaría que se vieran una película tan sensacional como lo es El laberinto del Fauno, fiel reflejo de los años posteriores a la contienda española, y los documentales Genocide ?galardonado con un Óscar-, Ever Again y I have never forgotten you, producidos por The Simon Wiesenthal Center. Entonces entenderían lo siguiente: primero, las razones de por qué las organizaciones que han demandado al juez Garzón deberían estar prohibidas; y segundo, por qué se tienen que perseguir y condenar los crímenes cometidos durante las dictaduras, tal y como están haciendo las autoridades argentinas con los responsables de la Junta Militar de los años setenta y ochenta, crímenes que no quedan resueltos bajos leyes de amnistía, punto o final, u obediencia debida.

Quizás, y después de todo esto, muchos de mis compañeros de generación entiendan la importancia de conocer la historia de nuestro país, tanto o más que las alineaciones de tal o cual equipo de fútbol, o los nombres de los amantes de tal o cual famosillo/ a de turno.

Eduardo Serradilla Sanchis

También podría llamar a un bufete de abogados para que un leguleyo me explicara en qué consiste el delito de cohecho, y si es verdad que existe un cohecho “nimio”.

Ya puestos, me podría marchar hasta mi facultad a consultar en la biblioteca la historia de una imagen de marca tan conocida como I love New York y ver si eso es posible lograr en una comunidad, la canaria, en manos de unos gestores turísticos que reinventan, cada día, el esperpento de Valle Inclán con sus decisiones.