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La despreciada unidad nacionalista canaria

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El 28 de junio de 2016, diez años después de haber emprendido el Partido Nacionalista Canario un acuerdo de nueva unidad con la Coalición Canaria de Paulino Rivero, en mi condición de presidente del PNC envié cartas a José Miguel Barragán y a Román Rodríguez para abrir un diálogo nacionalista más amplio y ambicioso. Nunca obtuve respuesta de ninguno de los dos destinatarios, responsables máximos de sus respectivas organizaciones.

Retirado políticamente  a mis cuarteles de invierno lagunero desde hace dos años, no tengo más remedio que reconocer, en primer lugar, la crisis que sufre mi organización, el PNC, tras la ruptura en las elecciones de 2023 con la Coalición Canaria de Fernando Clavijo y Ana Oramas, la crisis que significa para Coalición Canaria el haber quedado en las últimas elecciones europeas como cuarta fuerza política en el Archipiélago, siendo superada por PP, PSOE y ¡VOX!, y la otra crisis que llega a mis oídos de Nueva Canarias, donde dirigentes históricos de esa organización son cuestionados por nuevas generaciones de militantes y de cargos. Tres estructuras organizativas defensoras de un nacionalismo para Canarias, a distintas velocidades, necesario es recordarlo, abocadas a descalabros todavía no cuantificables, pero evidentes.

Asistí en primera fila a la creación de Coalición Canaria, donde lo que prevaleció fue un espíritu de unidad de lucha nacionalista quizá más pragmático que ideológico, pero generando un clima de entendimiento futuro, donde cada organización analizaba y apostaba por buscar con las demás las coincidencias y dejaba a  un lado las diferencias, todo en favor de crear una conciencia nacional canaria y de enfrentar los verdaderos problemas que teníamos por delante, empezando por los fueros del REF, puestos en cuestión por los ministros socialistas de entonces, y motivadores de la misma creación de una mayoría parlamentaria en la primavera de 1993. Todo hacía suponer que el nacionalismo canario «racional» se abría camino y ensanchaba sus fuerzas.

Pero llegaron los egos y las malquerencias y todo lo que parecía encaminado, se truncó y empezaron las rupturas. Las rupturas que hoy no han hecho sino agravarse, no solo entre ellas sino en el seno de cada una de ellas.

Estas son unas reflexiones de un testigo de todo lo que ha pasado, de un testigo vencido por los acontecimientos, los escepticismos y la autocrítica correspondientes. 

Cada vez confío menos en escritos como este, nadie lee a nadie. Estamos sepultados por un alud de información diaria que nadie es capaz de digerir. 

Pero si a los pocos que seguimos creyendo en la solución nacionalista de Canarias les sirve para algo sí advierto que estamos perdiendo un tiempo precioso para el futuro de nuestras generaciones. 

Nos esperan tareas inaplazables. Tareas que decidirán la vida y la supervivencia digna de nuestra nación canaria. Esas tareas y esas responsabilidades no se resuelven con Comisiones parlamentarias repetitivas y burocratizadas, ni con lamentaciones invocando la maldad de la metrópoli. 

Hay que enfrentar los problemas concibiendo el nacionalismo como defensa responsable de un territorio, de una sociedad y de un legado cultural. En ese sentido, hemos de seguir defendiendo codo con codo cada una de las organizaciones citadas más arriba nuestros objetivos políticos prioritarios y básicos: delimitación aguas oceánicas,  seguridad interior y control de nuestras fronteras, racionalización carga poblacional y medioambiental (lo que repercute en sanidad, educación, coberturas sociales, justicia, parques móviles, vivienda, toda clase de residuos), lucha contra el paro en general, y del juvenil, en particular,  y contra la entrada descontrolada de foráneos cada año en Canarias, estabilidad     económica    y modelo   económico  renovado  y mixto  ‒Canarias como base logística y estratégica de intervención y de cooperación del mundo desarrollado y de los países en vías de desarrollo‒, recuperar calidad educativa de nuestros centros docentes, extender y mejorar coberturas sociales (sanidad, pensiones, centros de acogida mayores y drogodependientes…), y apoyo a nuestros creadores de cultura y a nuestros científicos… Se trata de un mínimo listado de cuestiones urgentes que no se gestionarán desde divisiones, enfrentamientos ni orgullos personales.

Si ahora se dice que España ha traicionado lo que se llama el espíritu de 1978, Canarias, los nacionalistas canarios, hemos traicionado lo que emprendimos en 1993. 

Juan-Manuel García Ramos, presidente de honor del Partido Nacionalista Canario

El 28 de junio de 2016, diez años después de haber emprendido el Partido Nacionalista Canario un acuerdo de nueva unidad con la Coalición Canaria de Paulino Rivero, en mi condición de presidente del PNC envié cartas a José Miguel Barragán y a Román Rodríguez para abrir un diálogo nacionalista más amplio y ambicioso. Nunca obtuve respuesta de ninguno de los dos destinatarios, responsables máximos de sus respectivas organizaciones.

Retirado políticamente  a mis cuarteles de invierno lagunero desde hace dos años, no tengo más remedio que reconocer, en primer lugar, la crisis que sufre mi organización, el PNC, tras la ruptura en las elecciones de 2023 con la Coalición Canaria de Fernando Clavijo y Ana Oramas, la crisis que significa para Coalición Canaria el haber quedado en las últimas elecciones europeas como cuarta fuerza política en el Archipiélago, siendo superada por PP, PSOE y ¡VOX!, y la otra crisis que llega a mis oídos de Nueva Canarias, donde dirigentes históricos de esa organización son cuestionados por nuevas generaciones de militantes y de cargos. Tres estructuras organizativas defensoras de un nacionalismo para Canarias, a distintas velocidades, necesario es recordarlo, abocadas a descalabros todavía no cuantificables, pero evidentes.