El día después

El día después, fundamentalmente porque las urnas despejan todas las incógnitas, hacen buenos o malos los trabajos demoscópicos que nos han mantenido en la zozobra, y sabemos, por fin, quién nos va a decepcionar en mayor o menor medida durante los cuatro años siguientes.

El día después, porque es muy divertido comprobar la cantidad de malabarismos dialécticos y aritméticos que se ven obligados a exhibir los perdedores y los líderes de los partidos secundarios para intentar convencer al personal de que, a pesar de todo, se han cubierto sus expectativas ?las de los segundos- o de que la derrota, por lo menos, no ha sido un trágico vapuleo.

El día después, porque también resulta tradicionalmente entretenido leer las crónicas de lo ocurrido en las sedes de las fuerzas políticas y, sobre todo, enterarse de esas anécdotas entrañables, cómicas o insólitas que siempre se producen en torno a los colegios electorales, como la inevitable viejita que se empeña en buscar la papeleta en la que figura Adolfo Suárez, el joven y abnegado socialista que recorre cientos de kilómetros para llevar a su madre hasta la urna de su pueblo sabiendo que va a votar al PP, que es muy tierno, ejemplar y publicitario o, en esta ocasión, el caso del ciudadano que se presenta ante la mesa electoral con los ojos entrecerrados, la boca torcida y, así, como todo estreñido y que cuando le preguntan si se encuentra enfermo responde que no: que lo que está haciendo en votar con todas sus fuerzas, que ya me dirán cómo se hace eso si no es de tan extraña manera y apretando los esfínteres.

Y el día después porque es entonces cuando un futurólogo que yo conozco puede presumir, cada cuatro años, de haber acertado en su pronóstico. Es el único de su oficio que tiene éxito en todos los comicios.

- Anuncio, en base a los poderes que me han sido otorgados por la naturaleza y la divinidad que el electorado se equivocará ? es lo que suele profetizar.

Y pase lo que pase, da en el clavo. O de eso están convencidos, más o menos, casi la mitad de los electores ese día después.

José H. Chela