Espacio de opinión de Canarias Ahora
La diplomacia británica
Bush aspiraba a una visita urgente de Brown, cuyo viaje estaba previsto para el mes de octubre. En horas bajísimas para la popularidad del presidente estadounidense, quería escenificar que al menos le quedaba el Reino Unido como aliado firme. Lo consiguió a medias. Brown fue generoso desde el punto de vista retórico. “Nuestra asociación atlántica -escribió- arraiga en algo mucho más fundamental y perdurable que los intereses o una historia común. Está anclada en ideales compartidos que a lo largo de dos siglos han enlazado los destinos de los dos países”. Se refirió al terrorismo global como al problema más grueso, aunque también otros merecen atención, como “la proliferación nuclear, la pobreza global y el cambio climático”.Brown, por consiguiente, negoció un temario más amplio que el referido al terrorismo. Para conseguir consensos menos difíciles y regresar al Reino Unido con el respaldo tibio de Washington y sin el estigma de actuar como el ministro de asuntos exteriores del presidente estadounidense. Debe añadirse las conversaciones directas con Bush sobre cómo abordar la crisis de la Organización Mundial de Comercio (OMC), responder de manera conjunta al drama de Darfur, enfrentar el proceso de paz frustrado en Oriente Medio, analizar la situación política de Kosovo, Afganistán, Irak e Irán, país éste último sobre el que parece existir un acercamiento para apretarle las tuercas a los ayatolas de Teherán. Los acuerdos concretos, si los hubo, pertenecen al dominio inabordable de la diplomacia secreta.El lugar donde el primer ministro británico escenificó su vocación tantas veces confesada por el multilateralismo fue la ONU. Allí olvidó al terrorismo del mundo mundial y dijo que “el analfabetismo, la pobreza y la degradación medioambiental son los grandes demonios de nuestra época”. Como si recuperara su perdida alma socialdemócrata, propuso una “coalición por la justicia”, una gran alianza internacional para cumplir los Objetivos del Milenio. Aquel acuerdo de la ONU aprobado en el año 2000 consistió en el compromiso de los gobiernos para, entre otros fines, reducir hacia el año 2015 al 50% la cantidad de personas que viven en la pobreza.Gordon Brown sabe que al ritmo actual, con el aplazamiento constante de las obligaciones asumidas por los gobiernos, los objetivos están muy lejos de cumplirse. Peor, los índices de pobreza aumentan. Levantar ahora la bandera de los Objetivos del Milenio puede servirle al británico políticamente, pero está por demostrar la disposición del Reino Unido a cumplir sus propias obligaciones en este terreno. El británico consiguió lo que le interesaba de este viaje a Estados Unidos: asegurarle a los gringos la permanencia de la alianza estratégica entre los dos países y mostrar una actitud más independiente con respecto a Washington, apartándose de la penosa actitud de Tony Blair. Aunque seguirá mandando la alianza de intereses.
Rafael Morales
Bush aspiraba a una visita urgente de Brown, cuyo viaje estaba previsto para el mes de octubre. En horas bajísimas para la popularidad del presidente estadounidense, quería escenificar que al menos le quedaba el Reino Unido como aliado firme. Lo consiguió a medias. Brown fue generoso desde el punto de vista retórico. “Nuestra asociación atlántica -escribió- arraiga en algo mucho más fundamental y perdurable que los intereses o una historia común. Está anclada en ideales compartidos que a lo largo de dos siglos han enlazado los destinos de los dos países”. Se refirió al terrorismo global como al problema más grueso, aunque también otros merecen atención, como “la proliferación nuclear, la pobreza global y el cambio climático”.Brown, por consiguiente, negoció un temario más amplio que el referido al terrorismo. Para conseguir consensos menos difíciles y regresar al Reino Unido con el respaldo tibio de Washington y sin el estigma de actuar como el ministro de asuntos exteriores del presidente estadounidense. Debe añadirse las conversaciones directas con Bush sobre cómo abordar la crisis de la Organización Mundial de Comercio (OMC), responder de manera conjunta al drama de Darfur, enfrentar el proceso de paz frustrado en Oriente Medio, analizar la situación política de Kosovo, Afganistán, Irak e Irán, país éste último sobre el que parece existir un acercamiento para apretarle las tuercas a los ayatolas de Teherán. Los acuerdos concretos, si los hubo, pertenecen al dominio inabordable de la diplomacia secreta.El lugar donde el primer ministro británico escenificó su vocación tantas veces confesada por el multilateralismo fue la ONU. Allí olvidó al terrorismo del mundo mundial y dijo que “el analfabetismo, la pobreza y la degradación medioambiental son los grandes demonios de nuestra época”. Como si recuperara su perdida alma socialdemócrata, propuso una “coalición por la justicia”, una gran alianza internacional para cumplir los Objetivos del Milenio. Aquel acuerdo de la ONU aprobado en el año 2000 consistió en el compromiso de los gobiernos para, entre otros fines, reducir hacia el año 2015 al 50% la cantidad de personas que viven en la pobreza.Gordon Brown sabe que al ritmo actual, con el aplazamiento constante de las obligaciones asumidas por los gobiernos, los objetivos están muy lejos de cumplirse. Peor, los índices de pobreza aumentan. Levantar ahora la bandera de los Objetivos del Milenio puede servirle al británico políticamente, pero está por demostrar la disposición del Reino Unido a cumplir sus propias obligaciones en este terreno. El británico consiguió lo que le interesaba de este viaje a Estados Unidos: asegurarle a los gringos la permanencia de la alianza estratégica entre los dos países y mostrar una actitud más independiente con respecto a Washington, apartándose de la penosa actitud de Tony Blair. Aunque seguirá mandando la alianza de intereses.
Rafael Morales