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Un elefante en medio del salón

Prohibir no es la solución. Prohibir es la respuesta más fácil ante una realidad difícil y compleja.

¿Qué diríamos ante quienes plantearan que no se repartiesen condones en los institutos del Archipiélago para evitar que el piberío fornicara más? ¿O que argumentaran que no hay que contribuir a fomentar el negocio de los preservativos fabricados por una empresa privada que se enriquece con los mismos?

O como pasa con el sexo, pues no es poca la ciudadanía que cree que si no se habla de ello, los y las jóvenes no lo van a practicar igual. Y ya desde hace tiempo sabemos que el problema no es que se practique sexo, el problema es que se practique mal.

Y las consecuencias de no abordar su debate en los centros de enseñanza y hogares ya se están viendo desde hace años: Canarias es medalla de bronce en embarazos no deseados en adolescentes a nivel estatal, por no hablar de las infecciones por VIH, sífilis, gonorrea y chlamydias que experimentan la juventud de las islas.

Pese a esta alarmante realidad, ¿cuántas AMPAS y claustros de profesorado se niegan a que en sus centros se den clases de educación sexual porque eso, supuestamente, es algo para ‘tratar en casa’? Montones, y lo digo por experiencia propia, que me dedico a ello.

Por tanto, la triste realidad es que no sólo no se habla del tema porque se carecen de herramientas, estrategias y habilidades para afrontar un tema difícil de abordar en una etapa vital como la adolescencia, sino que se evita.

Con el debate de los videojuegos y los e-sports pasa exactamente lo mismo.

El problema no es jugar, ni los videojuegos, el problema es usarlos mal e indebidamente.

Me suena familiar que padres, madres y docentes se nieguen a que se hable del tema, ¿lo abordarán en casa?, ¿en clase?, ¿cómo?, ¿cuándo?

El dinero público es de toda la ciudadanía, lo que habría que hacer es usarlo no tanto para promocionar y enriquecer a una concreta empresa productora de videojuegos. Eso es lo que ha decidido hacer el Gobierno de Canarias al patrocinar una liga privada de e-sports en los centros públicos de las Islas: utilizar las arcas públicas para fomentar el enriquecimiento de unos pocos.

Un Gobierno que se precie debería haber hecho algo mucho más social, máxime cuando es la Consejería de Educación la que invierte: complementar la ‘Liga’ con clases de uso racional de los videojuegos, de prevención del machismo y la LGTBI-fobia en ellos (y más los que son de rol tipo WoW, LoL o CounterStrike, que implican la comunicación e interacción con otras personas), de prevención del acoso escolar (para que los videojuegos no sean para muchas personas -como lo fue en mi caso- un refugio ante la soledad), de fomento de la autoestima, de hábitos saludables, etcétera.

Habría que ser innovadores, pues estamos en el siglo XXI de la globalización, y no se pueden poner puertas al campo, pero sí invitar a profesionales de los e-sports a que, aprovechando el evento, cuenten en los centros escolares que no hay que competir de forma violenta, que se debe jugar sin acosar ni insultar, que se juega con estrategias (individuales o de equipo). Charlas poniendo en valor que los videojuegos fomentan el trabajo en grupo y favorecen la concentración.

Todo en exceso es malo, hasta el deporte.

Cabría recordar que el trastorno por vigorexia también existe, y no nos planteamos prohibir las clases de Educación Física, sino que por suerte tenemos profesores/as que nos enseñan a practicarlo bien y adecuadamente para poder disfrutar de la maravillosa experiencia de hacer deporte.

Con los videojuegos debería ser igual. Porque sí, es un deporte, como lo es el ajedrez. Y no, no fomenta la obesidad y, si lo hace, lo hace de la misma manera que jugar al ajedrez, o el ser auxiliar administrativo (entre otras profesiones que conllevan estar en una silla casi toda la jornada laboral) y no por ello las prohibimos, sino que establecemos medidas para paliar dichos efectos.

Me gustaría, por otro lado, que se hablase también de los múltiples beneficios que tienen los videojuegos pues me imagino que quien sólo se centra en la obesidad y otros prejuicios asociados a los mismos es porque no los ha jugado en su vida o se quedó en el Tetris.

Por ejemplo, beneficios psicomotrices, intelectuales, relacionales, culturales, económicos y hasta sociales. ¿Quién no ha hecho amistades jugando en línea, participando en torneos o asistiendo a ferias estilo TLP?

Prohibir los videojuegos es como si prohibiésemos que se use el móvil en clase. Muchos institutos lo hacen, y me parece un craso error. Los jóvenes lo usan, y cada vez en edades más tempranas (al igual que el sexo y los videojuegos), por lo que solo hay dos opciones: o prohibirlos y meter la ‘porquería’ debajo de la alfombra (con las consecuencias que ello conlleva), o hacer propuestas educativas innovadoras que integren estas realidades para que la juventud haga un uso racional y adecuado de estas herramientas.

Y es que los videojuegos no son otra cosa que herramientas. Un martillo puede ser usado para matar, pero también para construir una casa.

Prohibir o educar, esa es la disyuntiva.

Y mientras tenemos abierto este debate, el elefante está en mitad del salón

Prohibir no es la solución. Prohibir es la respuesta más fácil ante una realidad difícil y compleja.

¿Qué diríamos ante quienes plantearan que no se repartiesen condones en los institutos del Archipiélago para evitar que el piberío fornicara más? ¿O que argumentaran que no hay que contribuir a fomentar el negocio de los preservativos fabricados por una empresa privada que se enriquece con los mismos?