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La envidia, según Soria

Hubo un tiempo en que estas cosas daban pie a ironizar bondadosamente. Ahora es imposible porque nunca había llegado el descrédito del Gobierno a los extremos de hoy en que la ironía resulta frivolidad ante un personaje que ha devenido patético desde la prepotencia.

La envidia que dice y sus disquisiciones profesorales acerca de las diferencias entre déficit, endeudamiento y financiación no enfrían y sí que calientan al común de la ciudadanía, la que sufre en sus carnes el paro, el deterioro de los servicios o la degradación de la enseñanza y la sanidad. Para algunos, esta intervención soriana es una tomadura de pelo, aunque yo me inclino a pensar que refleja incapacidad para percibir la realidad que no se somete a su voluntad. Olvida la economía real y se escuda en la ficticia; tan ficticia como la envidia que nos tienen por ser los canarios los últimos en todo, menos en la tasa de desempleo que encabezamos con holgura.

A día de hoy, Soria es un apestado político que se aferra a la caja de los dineros para que lo crean. Le sigue como rabolleva una larga estela de actuaciones autoritarias trufadas de arbitrariedades y de venganzas personales que ha querido satisfacer en los tribunales, con lo que sólo consiguió patentizar su mala baba y sus responsabilidades políticas en no se sabe cuantas tropelías de subordinados suyos amorosamente toleradas por él al punto de no haber padecido sus autores las escabechinas que sí sufrieron los miembros del propio PP que osaron contradecirle y que aguardan sentados a que se estampe. “La regeneración del PP pasa por la derrota de Soria”, dicen en voz baja.

En cuanto a su calidad de gestor, bien sabido es cómo dejaron él y los suyos al Ayuntamiento de Las Palmas y al Cabildo de Gran Canaria. O el caos de ahora mismo en la Consejería de Hacienda, donde ha situado a algunos de sus fieles para que dediquen más tiempo, retribuido of course, en la preparación de las elecciones de 2011, de las que espera salir presidente de Canarias. Que Dios nos coja confesados.

No es raro que José Miguel Pérez descartara entenderse con el PP mientras lo presida Soria. Aunque no pueda decirse de esta agua ni beberé ni este cura no es mi padre, no creo que cambie de idea ya que ese amachinamiento sería un suicidio. También se le notan las ganas de distanciarse a Paulino, pero no puede permitirse ese lujo al haber embarcado su destino político en el barco soriano.

Acechan a Soria, a lo que voy, los cadáveres mal enterrados en las cunetas de su partido; una oposición psocialista que no lo quiere ni para jugar a los chinos; un socio reticente aunque siga encadenado; la larga estela de feos asuntos, mentiras, de medias verdades, desniegues, como dicen los isleños, y lo que ustedes quieran. Aunque ha mejorado sus relaciones con algún medio impreso, dicen que agitando la hucha, ha cuajado la idea de que es un ser que no puede ser, como diría Pepe Monagas.

Creo que están sobre la mesa los ingredientes que harán de las elecciones del año que viene las más dramáticas de la historia autonómica.

Hubo un tiempo en que estas cosas daban pie a ironizar bondadosamente. Ahora es imposible porque nunca había llegado el descrédito del Gobierno a los extremos de hoy en que la ironía resulta frivolidad ante un personaje que ha devenido patético desde la prepotencia.

La envidia que dice y sus disquisiciones profesorales acerca de las diferencias entre déficit, endeudamiento y financiación no enfrían y sí que calientan al común de la ciudadanía, la que sufre en sus carnes el paro, el deterioro de los servicios o la degradación de la enseñanza y la sanidad. Para algunos, esta intervención soriana es una tomadura de pelo, aunque yo me inclino a pensar que refleja incapacidad para percibir la realidad que no se somete a su voluntad. Olvida la economía real y se escuda en la ficticia; tan ficticia como la envidia que nos tienen por ser los canarios los últimos en todo, menos en la tasa de desempleo que encabezamos con holgura.