Estados Unidos 2021: fractura social y crisis política

11 de enero de 2021 17:58 h

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¿Cómo explicar que el pasado 6 de enero de 2021 una multitud de seguidores del todavía presidente Donald Trump asaltara el Capitolio de Washington, sede del poder legislativo, provocando la crisis política interna más importante que ha vivido Estados Unidos desde la Guerra de Secesión de 1861-1865 hasta nuestros días?

Una crisis política de esta categoría no se explica por sí sola, tiene unas causas, de fondo sobre todo, además de políticas, económicas y sociales. ¿Las ha habido en el caso de la república norteamericana? Sin duda. Las causas de la crisis política actual comenzaron a gestarse hace aproximadamente 40 años, durante el mandato del presidente Ronald Reagan y no han dejado de actuar hasta el final de la presidencia de Donald Trump.

¿Qué ha ocurrido durante ese lapso de tiempo?

En esencia que los sucesivos presidentes y gobiernos que han regido los destinos de EEUU desde Reagan hasta Trump, tanto los republicanos como los demócratas, abandonando las políticas económicas keynesianas de sus antecesores, abrazaron las políticas económicas neoliberales favoreciendo descaradamente, en la lucha de clases soterrada, los intereses de la minoría más enriquecida frente a las necesidades de la gran mayoría de la población, con el resultado de provocar una fractura social que ha ahondado y exacerbado las desigualdades sociales estadounidenses hasta límites insoportables. 

¿Guerra, que no lucha de clases en Estados Unidos? Sí, dilectos lectores, así lo proclamó en diversas ocasiones a lo largo de las dos primeras décadas del siglo XXI, uno de los hombres más ricos de Estados Unidos y del planeta, Warren Buffet: “ Hay una guerra de clases, de acuerdo, pero es la mía, la de los ricos, la que está haciendo esa guerra, y vamos ganando”. Y por si a alguien le quedaba alguna duda sobre de qué lado estaban los gobiernos en esa guerra añadió en otro momento: “Mientras los pobres y la clase media pelean por nosotros en Afganistán y la mayoría de los americanos lucha por llegar a fin de mes, nosotros, los mega-ricos, seguimos gozando de ventajas fiscales”. 

¿Cuánto es de profunda la brecha social que cuarenta años de políticas económicas neoliberales ha provocado en Estados Unidos?

Lo explicaba diáfanamente la activista social estadounidense Liz Theoharis concluyendo el año 2020: “Hoy, en el invierno temprano de una pandemia incontenible y la crisis económica que la acompaña, hay 140 millones de estadunidenses pobres o de bajos recursos, que en número desproporcionado son personas de color, pero abarcan todas las comunidades del país: 24 millones de negros, 38 millones de latinos, 8 millones de asiáticos, 2 millones de personas nativas y 66 millones de blancos. Más de la tercera parte de la población nacional ha sido relegada a la pobreza y la precariedad. En el espejo distorsionado de las políticas públicas, esos 140 millones de personas han permanecido esencialmente invisibles”.

Estimados lectores, ¿estoy sugiriendo o deslizando acaso la idea de que esas decenas de millones de personas pobres o de bajos recursos de todas las comunidades americanas a las que se refiere Theoharis son la base social en la que se ha apoyado y se apoya D. Trump?

No, pero sí lo ha hecho en una parte fundamentalmente de blancos empobrecidos por las políticas neoliberales de desindustrialización y de deslocalización industrial que afectaron, junto con las reformas laborales desfavorables, a los trabajadores asalariados y en aquellos otros más pobres todavía, llamados despectivamente en Estados Unidos White trash ( Basura blanca).Esa masa es la que ha sido sensible al discurso demagógico de Trump, basado en el patriotismo chovinista, el coqueteo con el supremacismo blanco, la xenofobia, el patriarcalismo y la ruptura con las políticas globalizadoras de los tratados de libre comercio neoliberales. Para esa masa de descontentos, a los que el bipartidismo tradicional ignoraba, Trump, en realidad un miembro de la clase de los mega-ricos, apareció en 2016 al frente de la candidatura de los republicanos a la presidencia de Estados Unidos como la gran esperanza blanca, en contraste con la presidencia de “color” del presidente Obama.

Llama mucho la atención que personas a las que en los últimos cuarenta años el neoliberalismo de republicanos y demócratas empobreció o sumió aún más en la pobreza y la marginalidad hiciera de D. Trump un líder idolatrado. Falto de un discurso de izquierdas, imposible por la centenaria persecución de las organizaciones de izquierdas, desde los “Mártires de Chicago”, pasando por el proceso a Sacco y Vancetti, continuando por la Caza de brujas macartista de comunistas y progresistas en general y terminando por la persecución a los jóvenes pacifistas del 68 americano en el nuevo proceso de Los 7 de Chicago, el único pensamiento progresista posible era el de un tímido programa socialdemócrata al estilo europeo, pero ni de eso fue capaz el partido demócrata, que para las elecciones de 2020 fue incapaz de promover con tiempo la candidatura de Bernie Sanders. El daño estaba hecho y la ideología de la extrema derecha, siempre tolerada y nunca reprimida con energía, podía campar por sus respetos y sobre ella, y con el consentimiento del partido republicano, cabalgar un sujeto tan inescrupuloso y mentiroso como Donald Trump. Ese presidente, un outsider del stablishment que, en su propio provecho y nada más que en él, ha dado visibilidad a esa otra América blanca que el 6 de enero de 2021 asaltó el Capitolio disfrazada, qué esperpento, de indio de las praderas, atribuyéndose así, en el colmo del cinismo, un nativismo genuino y original que solo los amerindios semiexterminados podrían legitimamente reivindicar.

¿Qué pasará ahora? ¿Cual será el panorama político de los Estados Unidos?

El 20 de enero tomará posesión de la presidencia, como mal menor de la situación, el grisáceo Joe Biden y con él tendrá la oportunidad de cambiar algo en pro de esos 140 millones de americanos pobres o de bajos recursos, el partido demócrata. Por su parte el partido republicano, derrotado en la presidencia, el Congreso y el Senado y sumido en una profunda crisis interna tendrá que resolver qué hacer con y respecto a Trump... Si decide defenestrarlo, para retomar el juego tradicional del bipartidismo, podría provocar un vaciamiento parcial de sus bases y el nacimiento de una tercera fuerza de extrema derecha en torno al liderazgo del sacrificado y por ello elevado a la condición de mártir, Donald Trump. Él o alguien de su entorno, representando el trumpismo, podría concurrir en 2024 a las elecciones presidenciales poniendo fin a un bipartidismo centenario.

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