Espacio de opinión de Canarias Ahora
Euforia contenida
Cuando las personas expertas en meteorología nos anuncian la probable llegada de fenómenos adversos se les ofrece un margen de confianza que nos hace retirarnos a nuestros cuarteles de invierno para mirar al horizonte desde la ventana esperando que suceda, o no, lo que se había anunciado que iba a ocurrir. A partir de ahí, o se produce un proceso reactivo donde esperamos y esperamos sin hacer nada diferente o proactivo, de forma que nos pertrechamos de todos los medios disponibles para eliminar los riesgos indeseables y aprovecharnos de los efectos positivos, de forma que, si tenemos que regar las plantas, qué mejor que ponerlas debajo de la lluvia y así ahorramos algo.
Con la economía sucede algo similar. Se nos anuncia que la hecatombe está por llegar, pero vemos los comercios, los restaurantes o los hoteles, por ser muy generalista, llenos de gozo. Seguro que la alegría va por barrios y que no todo el que sale a la calle lo hace para consumir, de igual manera que no toda empresa abierta factura lo mismo cada una de las horas. Pero lo que es innegable es que cada vez hay más personas trabajando y eso significa que hay emolumentos que los financian, ya sea proveniente del margen privado o de la contribución pública. Pero ¿si todo va muy bien, por qué albergamos tanta inseguridad? Porque los precios no paran de subir, aunque han atenuado su crecimiento, teniendo respuesta por parte del coste del endeudamiento vía tipos de interés, aspectos que nos afectan directa e inmediatamente a nuestros bolsillos y esa sensación no se olvida con facilidad, como sucede, por ejemplo, cuando salimos de una estación de servicio tras ponerle combustible a nuestro vehículo.
No es menos cierto que hace aproximadamente un año los diferentes informes de naturaleza económica auguraban un proceso de recuperación explosivo tras la inmovilización de la economía en aras de evitar un daño irreparable sobre la salud de las personas. En esa ocasión, ese 20% de ahorro acumulado a lo largo y ancho de 2020 salía a las calles originando tensiones en las diferentes cadenas de suministros provocando, a su vez, un crecimiento de los precios proveniente del lado de la demanda. Pero a comienzos de 2022, la invasión de Ucrania por parte de Rusia generaría un nuevo foco de tensiones e incertidumbre que, más allá del importante drama humanitario provocado y haría que los diferentes parámetros económicos se vieran afectados negativamente, enfriando los impulsos económicos en materia de consumo que también terminan por impactar en las decisiones de inversión.
Sin embargo, como no se puede ser ajeno a la realidad, es probable la aparición de incertidumbres que pudiera originar una moderación en las expectativas en los próximos trimestres, aunque con intensidades muy dispares junto a las muchas cautelas, debido a la reducida visibilidad del medio plazo e incertidumbre geopolítica y macroeconómica. Así y todo, dadas la mutación de las causas que ensombrecen las perspectivas económicas, se seguirán manteniendo las expectativas de crecimiento económico positivo, pero en clara caída que, a su vez, serán asimétricas, debiendo evitar el adoptar medidas excesivamente uniformes que resultarían demasiado rígidas. Así que, asumiendo que la situación mejora en relación con el pasado inmediato, no es menos cierto que se ciernen nubarrones que pueden echar por tierra toda esperanza. Entonces, visto el panorama, ¿es mejor esperar o hacer algo al respecto?
Cuando las personas expertas en meteorología nos anuncian la probable llegada de fenómenos adversos se les ofrece un margen de confianza que nos hace retirarnos a nuestros cuarteles de invierno para mirar al horizonte desde la ventana esperando que suceda, o no, lo que se había anunciado que iba a ocurrir. A partir de ahí, o se produce un proceso reactivo donde esperamos y esperamos sin hacer nada diferente o proactivo, de forma que nos pertrechamos de todos los medios disponibles para eliminar los riesgos indeseables y aprovecharnos de los efectos positivos, de forma que, si tenemos que regar las plantas, qué mejor que ponerlas debajo de la lluvia y así ahorramos algo.
Con la economía sucede algo similar. Se nos anuncia que la hecatombe está por llegar, pero vemos los comercios, los restaurantes o los hoteles, por ser muy generalista, llenos de gozo. Seguro que la alegría va por barrios y que no todo el que sale a la calle lo hace para consumir, de igual manera que no toda empresa abierta factura lo mismo cada una de las horas. Pero lo que es innegable es que cada vez hay más personas trabajando y eso significa que hay emolumentos que los financian, ya sea proveniente del margen privado o de la contribución pública. Pero ¿si todo va muy bien, por qué albergamos tanta inseguridad? Porque los precios no paran de subir, aunque han atenuado su crecimiento, teniendo respuesta por parte del coste del endeudamiento vía tipos de interés, aspectos que nos afectan directa e inmediatamente a nuestros bolsillos y esa sensación no se olvida con facilidad, como sucede, por ejemplo, cuando salimos de una estación de servicio tras ponerle combustible a nuestro vehículo.