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No soy europeo

Luis Campos

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Recuerdo, que cuando era joven, bastante más joven, leí un libro en el que se denominaba “europapanata” a toda aquella persona que, habiendo nacido en Canarias, se consideraba europeo. Negando la evidencia geográfica de ser en realidad africanos. Pero no es hoy el día para analizar esa disyuntiva: administrativamente europeo o geográficamente africanos. La realidad es que hoy lo que sí tengo claro es que no soy europeo. Y no lo soy porque reniego de una Europa alejada de los cánones y los valores que la hicieron admirable en todo el mundo. La Europa del proyecto común, la Europa solidaria, la Europa del Estado del Bienestar.

Tampoco voy a entrar en mi enorme decepción con una Europa que fue capaz de dejar tirada a varios países, cuando peor lo pasaban, al albur de las políticas del “austericidio” pregonadas por Ángela Merkel y compañía. Cuando digo “dejar tirada a varios países...”, creo que no se le esconde a nadie que no hablo de las montañas, ríos, laderas, árboles o cuevas que pudieran tener esos territorios. Hablo de abandonar a millones de personas sin más salida que el paro estructural, el desahucio de sus viviendas, la exclusión social y, en los peores casos, la marginación, la indigencia e incluso el suicidio.

Hoy renuncio a ser europeo en una Europa infame, cruel e insolidaria con una de las crisis más tristes y lamentables que hemos vivido en las últimas décadas, la de los miles y miles de refugiados que huyen de una guerra brutal, como lo haría yo. Estoy seguro también, como lo harías tú.

Hemos visto levantar vallas y muros de incomprensión, primero, y reales después, para impedir el avance hacia una Europa que presumía en el preámbulo de la Constitución de la Unión Europea, de cosas como: “Convencidos de que Europa, ahora reunida tras dolorosas experiencias, se propone avanzar por la senda de la civilización, el progreso. La prosperidad por el bien de todos sus habitantes, sin olvidar a los más débiles y desfavorecidos; de que quiere seguir siendo un continente abierto a la cultura, al saber y al progreso social; de que desea ahondar en el carácter democrático y transparente de su vida pública y obrar en pro de la paz, la justicia y la solidaridad en el mundo”.

Asistimos avergonzados a una cumbre para realojar y acoger en los distintos Estados miembros a esos millares de personas, que avanzaba sin acuerdos, de la que otros se desmarcaban sin pudor, advirtiendo de entrada que no admitirían a nadie en su país. Y en la que, en el último momento, se logró un acuerdo de mínimos, que fijaba en 120.000 asilados los que se distribuirían en los dos siguientes años. La realidad es que, a día de hoy, los datos son denigrantes. Nadie ha hecho nada, salvo decir aquello de “tú primero, que a mí me da la risa,” y un ejemplo claro de esa desvergüenza es España. De las aproximadamente 15.000 personas que tendría que acoger, a la fecha, suma la escalofriante cifra de 18. Marca España también es esto. Y no creo que sume mucho.

Estos días hemos asistido a la demostración empírica de la Ley de Murphy, y es que cuando algo puede ir a peor, lo hará. Nuevamente esa Europa de la que no quiero formar parte, cerraba un pacto con Ankara, con el que Turquía asume la devolución a su país de todos los solicitantes de asilo que hayan llegado a las costas griegas. Como moneda de cambio, los refugiados de este país podrán reasentarse en la Unión Europea. Por cierto, la moneda de cambio incluye 6.000 millones de euros y que Europa mire hacia otro lado en su exterminio programado contra la minoría kurda, además de no levantar la voz en la infracción de los derechos humanos que empiezan a institucionalizarse en ese país.

Podríamos dedicar páginas enteras al papel de las mafias que trafican con personas. Al verdadero origen de esta crisis humanitaria, las guerras, los intereses geoestratégicos de unos y de otros. Pero para eso habrá tiempo, porque está situación está lejos de solucionarse. Podríamos hablar también del hecho incuestionable de que cuando se cierra una frontera, las personas a nivel individual y las miserables mafias buscan otras. No tardará mucho en que las puertas de entrada puedan ser las costas españolas y porqué no, las canarias. Entonces sí, entonces exigiremos y levantaremos la voz para que Europa sea solidaria y actúe con rapidez y firmeza. Esperemos que no se la misma con la que ha actuado hasta ahora el Sr. Rajoy y el Sr. Margallo.

Soy consciente de que no estamos ante un acontecimiento de fácil solución. Pero la seguridad, el control y registro de todos aquellos que entran en los respectivos países, las medidas efectivas y eficaces de acogida, no está reñida con que asumamos nuestra responsabilidad y de manera coordinada. De lo contrario, estamos abocados a que los sentimientos xenófobos y los movimientos populistas sigan afianzándose en Europa.

Por último, sería bueno recordar otros momentos de nuestra historia no tan lejana. Hubo un tiempo en que la gente huía de una muerte segura, se cerraban las fronteras, los países inicialmente miraron para otro lado, se iniciaron las deportaciones, luego la exterminación masiva en campos de concentración. Cuando todo terminó, se le preguntó a los alemanes cómo pudieron llegar a permitir todo eso. La respuesta era casi siempre unánime, “no sabíamos lo que estaba pasando”. Tengo claro que no quiero ser un europeo, que dentro de unos años diga, “no tenía ni idea de lo que estaba pasando”.

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