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OPINIÓN | 'Pesimismo y capitalismo', por Enric González

Sobre la formación ciudadana y otras falacias

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Mucho se ha escrito y hablado sobre el papel de la escuela y de los docentes en la formación de los ciudadanos para alcanzar la utópica sociedad ideal. Sin duda, un reflejo engañoso de todo romanticismo pedagógico. De hecho, la pregunta retórica sobre cuál es el fin de la educación sigue tan vigente como cuando se la planteaban los grandes (y pequeños) filósofos de la antigüedad hasta los incansables reformistas políticos de la actualidad más inmediata.

La cuestión tiene miga, pues la respuesta varía según el tipo de sociedad ideal que se pretenda alcanzar, en definitiva estaríamos planteando una revisión ideológica y política del concepto de educación. Así, podemos asumirla desde perspectivas naturalistas, liberales, conservadoras, estatalitas desde el espectro fascista hasta el comunista, libertarias, nacionalistas, religiosas y todo el amplio abanico que la imaginación y las circunstancias sociohistóricas nos permita conocer y sufrir.

En cualquier caso, la escuela como institución social y política difícilmente podrá tener una función transformadora, pues ya está dirigida y mediatizada, bien por el mismo estado a través de sus diferentes instituciones y por los poderes fácticos desde el exterior o endógenamente a través del currículo oculto, mucho más influyente que el prescrito. La concienciación y acción social en la praxis educativa no está en su mejor momento ; la desprofesionalización del profesorado, el ninguneo institucional a cualquier proceso de cambio democrático en los centros educativos , la conversión de los claustros de profesores en mera catarsis colectiva después de que se le ha quitado el derecho de proponer al equipo directivo, la burocratización de la función docente y el equivocado planteamiento de justificar la disrupción del alumno ante maestros y profesores, actuando con total impunidad ante la desidia irresponsable de los que según sus cargos deben actuar. Favoreciendo con su ineptitud, un clima escolar rancio, donde en muchos centros pulula el cainismo, y los grupúsculos de influencia hacen y deshacen en la sombra el devenir ideológico y relacional del espacio y el tiempo escolar. Y esto se nota hasta en el rendimiento escolar. Por el contrario, los centros ejemplares ,que los hay, aunque no se noten,que hacen una labor educativa encomiable con unos padres y profesores comprometidos todos a una como los mosqueteros, tienen los años contados.

Así las cosas, la escuela más que una institución transformadora, deviene en reproductora por sus propias limitaciones democráticas, éticas y políticas.

En este aspecto, los discursos reformistas son indicadores importantes de la intencionalidad política que se pretende; pero no los único, siquiera los más significativos. Soy de la opinión de que la escuela debe transformarse desde dentro a través del debate crítico, de la investigación y de la acción concieciadora de cada uno de los agentes educativos, pero la estrategia de no dejar tiempo ni para el pensamiento está planificada, un profesor reflexivo es un peligro? Comprendo que aquí se plantea otro tipo de escuela, algo que no es nuevo en la historia de la educación. Pero el planteamiento, sigue siendo intemporal: para que la escuela puede influir en la generación de una sociedad más libre, más justa, más equitativa y más solidaria, ¿Qué tipo de ciudadanos deben formarse en las aulas? , ¿Cuál debe ser el perfil del profesorado para intentar lograr esa meta? , ¿Qué aspectos habría que cambiar a nivel personal y colectivo?,

¿Permitirá el sistema una escuela de esas características?

Aunque las respuestas puedan caer por su obviedad, también creo en el granito de arena y recurro a una frase del profesor Juvenal Padrón de la facultad de educación de la ULL que recordaré siempre ante los nubarrones negros:“ El buen educador tiene que estar por encima de las reformas y de las miserias humanas, siempre sabrá lo que tiene que hacer?.aunque se equivoque en el intento”.

Mucho se ha escrito y hablado sobre el papel de la escuela y de los docentes en la formación de los ciudadanos para alcanzar la utópica sociedad ideal. Sin duda, un reflejo engañoso de todo romanticismo pedagógico. De hecho, la pregunta retórica sobre cuál es el fin de la educación sigue tan vigente como cuando se la planteaban los grandes (y pequeños) filósofos de la antigüedad hasta los incansables reformistas políticos de la actualidad más inmediata.

La cuestión tiene miga, pues la respuesta varía según el tipo de sociedad ideal que se pretenda alcanzar, en definitiva estaríamos planteando una revisión ideológica y política del concepto de educación. Así, podemos asumirla desde perspectivas naturalistas, liberales, conservadoras, estatalitas desde el espectro fascista hasta el comunista, libertarias, nacionalistas, religiosas y todo el amplio abanico que la imaginación y las circunstancias sociohistóricas nos permita conocer y sufrir.