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OPINIÓN | 'Pesimismo y capitalismo', por Enric González

La furia de un arrepentido

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José M. Durao Barroso. Portugués. De jovencito le gustaba jugar, jugar a la política. Como es frecuente, lo hizo en las filas de la ultra izquierda REVOLUCIONARIA, con mayúsculas. Naturalmente su adversario mortal era el PCP de Álvaro Cunhal, este si que no estaba para juegos.

Se aburrió pronto, iba creciendo y el bolsillo hacía sus reclamos. Tampoco con Cunhal iba a tener suerte en estos menesteres. Los comunistas portugueses ofrecían el poco edificante espectáculo de ir por los campos y los tajos con una mano delante y otra atrás jugándose la pelleja. Ni ese presente ni, mucho menos, ese porvenir, lo quería para él. Por añadidura que tampoco el pasado.

Dio entonces Barroso un espectacular salto circense y de la ultra izquierda cayó, de pié, en el partido central, el PSD, de la contrarrevolución portuguesa. Maestro del oportunismo más impúdico, favorecido por los astros y por poderes más terrenales, diestro en el puñal y el veneno, se entronca en el mundo del capital, asciende como rayo a primer ministro de los liberales/conservadores, -¿que importa?- se adhiere a la Guerra de Irak y, por fin, le tenemos presidiendo una de las tres garras de la troika: la Comisión Europea.

Diré, de paso, que tampoco lo tomen como un prodigio singularmente excepcional. Si se fijan bien y hacen un repaso, comprobarán que hasta por aquí los hay y ha habido que son como vidas paralelas, hechas con los mismos barros, aunque con no tanta suerte.

Ayer, él, Durao Barroso, habló de España: “Hasta hace algunos meses España tenía problemas, ahora España ya no los tiene”. ¡¡¡Así como suena!!!

Se podrá decir lo que se quiera, pero no le falta un tanto de razón. Para él, como para nosotros, como para la realidad social, podría decirse, que hay más de una España, como hay más de un Portugal y como hay más de una Europa? solo es cuestión de cómo se diga, pero se admite la expresión de que hay, por lo menos, reduciéndolas a las principales, dos: la del capital y la del trabajo. Y si hay dos y nunca llueve al gusto de todos, para una es la llovida y para otra el trueno, es cuestión de andar espabilado y acertar con quien esté cada uno.

En verdad, a la del capital, no le va del todo mal: puede despedir fácil y barato; como el Rey Midas todo lo que va tocando pasa de público a privado, de servicio social a mercancía; las prestaciones se quitan de aquí y se pasan a allá, al capital, particularmente a la banca, que es, para Durao, como la niña de sus ojos? La pobreza, el desempleo, la demolición de derechos laborales y sociales... le ponen juguetón.

Se puede inquietar, a veces, cuando las cosas se ponen peludas porque propician revolturas. Me cuentan -yo ni pongo ni quito- que en estas ocasiones se desquicia como el honorable Alonso Quijano cuando se metía entre pecho y espalda los libros de caballería. En esos momentos sucede que se le ve por los pasillos, como poseído, dando palos a los espectros de Álvaro Cunhal y de Vasco Gonçalvez.

Su filosofía, profunda, es el pragmatismo, es decir, la verdad está en lo útil, en lo útil para su clase. ¡Todo un hombretón! impulsado por ese plus de energía que aporta la furia del converso. Un don que el cielo nos ha regalado y, además, nos embelesa y alegra el oído: ya en España no hay problemas.

José M. Durao Barroso. Portugués. De jovencito le gustaba jugar, jugar a la política. Como es frecuente, lo hizo en las filas de la ultra izquierda REVOLUCIONARIA, con mayúsculas. Naturalmente su adversario mortal era el PCP de Álvaro Cunhal, este si que no estaba para juegos.

Se aburrió pronto, iba creciendo y el bolsillo hacía sus reclamos. Tampoco con Cunhal iba a tener suerte en estos menesteres. Los comunistas portugueses ofrecían el poco edificante espectáculo de ir por los campos y los tajos con una mano delante y otra atrás jugándose la pelleja. Ni ese presente ni, mucho menos, ese porvenir, lo quería para él. Por añadidura que tampoco el pasado.