Espacio de opinión de Canarias Ahora
La furia y el ruido
Primero fue una gigantesca marejada de rabia por el desprecio de quienes nos gobiernan hacia el sufrimiento del común. Una suerte de rechazo a seguir como estamos, una voluntad e cambio incluso en el vacío, que limpiara de caspa y rémoras y golfería el Estado y sus instituciones. Una marea de descontento contra los que se han quedado con nuestro bienestar, con quienes han reducido hasta la asfixia las posibilidades del futuro de la mayoría, mientras se repartían prebendas sin cuento, canonjías obispales y sobres de caja B. Primero fue la furia contra todo eso y la voluntad de sacarlo de la esfera de lo público.
Y entonces llegó el diagnóstico fresco y certero de unos tíos que hablaban claro y sin melindres, mirando a la cámara y sin encogerse de miedo, con un lenguaje que entendía todo el mundo y que pedía –por encima de consideraciones ideológicas- acabar con el gran saqueo de las minorías y el creciente sacrificio de las mayorías. Fue un discurso que repartió el mundo entre los de arriba y los de abajo y corrió como pólvora prendida por las redes sociales, haciéndose más horizontal, más interclasista y más populista… y sobre todo más vicario aún, más virtual.
Fueron la sorpresa de las europeas. Como antes que ellos lo había sido Ruiz Mateos o el voto del cabreo a Bildu fuera del País Vasco, pero es que las europeas no se las cree casi nadie, y la gente usa el voto que lleva a Bruselas como voto excedente para la queja y el pataleo. Y con sus cinco millones de votos, se lo creyeron y se lo creyó el país. Pero no estaban preparados aún. Ni para organizar su desembarco en las complicaciones prácticas de la democracia más allá del icono Pablo Iglesias estampado en las papeletas como un Kim Jong-un coletudo, ni para presentar un proyecto creíble por las mayorías, ni para resistir el repaso inquisidor de los medios.
Un par de meses después, de aquella furia arrasadora que iba a cambiar nuestro mundo nos queda este ruido sordo, esta cacofonía de declaraciones cruzadas de gentes que no son oficialmente Podemos pero se presentan como si lo fueran en todas partes, incluso en algunas peleando a otros con otros que se reclaman poseedores del aval verdadero. Tiene uno la impresión de que no han sabido medir los tiempos, que no esperaban forma parte de la corte política de los milagros, donde ahora están. Que no entienden este sube y baja emocional en que se ha convertido la democracia catódica. Que no saben como estar sin comprometerse, como gobernar sin contaminarse con el poder, como hacer que sus votos tengas más utilidad que la de aplaudir la indignación. Que lo de Andalucía les supera, lo de Monedero les bloquea, lo de Ciudadanos les aturde, y que lo único que les pone de verdad es la común pasión por el viejo Juego de Tronos.
Por eso, si usted piensa votar a algún partido, partidete, asociación o movimiento que se decline en el verbo poder, o votar a cualquiera que se reclame avalado, amparado, apoyado o bendecido por algún primo de algún cuñado de Pablo Iglesias, piense que ésos tipos va a estar ahí durante cuatro años, probablemente sin gobernar con nadie, sin poner su voto a currar, comprometiéndose sólo con su visión de un mundo sencillo de buenos y malos, peleándose entre ellos y con todos los demás, haciendo ruido en los medios y reinventando la política desde el mismo sillón y el mismo sueldo que los otros. Mismamente como una bomba lapa pegada al culo del futuro.
Primero fue una gigantesca marejada de rabia por el desprecio de quienes nos gobiernan hacia el sufrimiento del común. Una suerte de rechazo a seguir como estamos, una voluntad e cambio incluso en el vacío, que limpiara de caspa y rémoras y golfería el Estado y sus instituciones. Una marea de descontento contra los que se han quedado con nuestro bienestar, con quienes han reducido hasta la asfixia las posibilidades del futuro de la mayoría, mientras se repartían prebendas sin cuento, canonjías obispales y sobres de caja B. Primero fue la furia contra todo eso y la voluntad de sacarlo de la esfera de lo público.
Y entonces llegó el diagnóstico fresco y certero de unos tíos que hablaban claro y sin melindres, mirando a la cámara y sin encogerse de miedo, con un lenguaje que entendía todo el mundo y que pedía –por encima de consideraciones ideológicas- acabar con el gran saqueo de las minorías y el creciente sacrificio de las mayorías. Fue un discurso que repartió el mundo entre los de arriba y los de abajo y corrió como pólvora prendida por las redes sociales, haciéndose más horizontal, más interclasista y más populista… y sobre todo más vicario aún, más virtual.