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El globo verde

Me pasó ayer por la mañana, cuando discurría, Castillo abajo, a la altura de Teobaldo Power, junto al Parlamento. De pronto, de esa confluencia surge, no muy elevado, a la altura de la vista de un adulto de estatura media, un globo verde flotando en el aire sin excesivo entusiasmo, como si el esférico y lúdico objeto viniese, cansino y ajado ya, de una apagada fiesta. Pero, detrás del globo aparece un señor trajeado y encorbatado, sonriente, con un portafolios en una mano, que trata de atraparlo con la otra, de hacerle una caricia, de impulsarlo tal vez, de darle ánimos. El hombre, sonriente, con gesto de infantil felicidad, interpreta un juego callejero de segundos apenas, ajeno al ajetreo que le rodea, da hasta un saltito en pos del globo verde que, finalmente, desaparece en otra bocacalle impulsado por una brisa indetectable. El hombre juguetón cruza su mirada con la mía. - Hola- dice él sin perder la sonrisa. - Hola- respondo un tanto sorprendido. Y ambos continuamos hacia nuestros personales y mañaneros objetivos. El hombre que jugaba, de un modo desenfadado y espontáneo con el globo verde era Francisco Hernández Spínola, el número uno en la plancha socialista por Tenerife en las elecciones de dentro de unos días a la cámara legislativa regional. Había interpretado una escena que yo no habría sido capaz de imaginar. Y mientras continuaba mi marcha, traté de calibrar cómo podría haber influido aquella situación en el ánimo de los electores transeúntes que lo hubieran reconocido en esos instantes. Quizás esos gestos imprevisibles –y probablemente irrefrenables- puedan tener una repercusión mucho más importante que un cartel diseñado de modo intachable desde un punto de vista publicitario. O ser más impactantes que un eslogan de campaña, que una frase certera en busca del voto ciudadano. Un hombre que juega con un globo, que corre tras un globo, dice mucho de sí y de su ilusionada manera de ver la vida, de enfrentarse a ella y de disfrutarla. Y un globo en sí mismo puede ser el símbolo de tantas, tantísimas cosas que, mejor, lo dejo finalmente a la libre fantasía del lector. (Siempre, es verdad, habrá algún adusto votante al que esa imagen le trasmita simplemente falta de madurez y seriedad. Hay gente pÂ’a to, que dijo El Gallo). José H. Chela

Me pasó ayer por la mañana, cuando discurría, Castillo abajo, a la altura de Teobaldo Power, junto al Parlamento. De pronto, de esa confluencia surge, no muy elevado, a la altura de la vista de un adulto de estatura media, un globo verde flotando en el aire sin excesivo entusiasmo, como si el esférico y lúdico objeto viniese, cansino y ajado ya, de una apagada fiesta. Pero, detrás del globo aparece un señor trajeado y encorbatado, sonriente, con un portafolios en una mano, que trata de atraparlo con la otra, de hacerle una caricia, de impulsarlo tal vez, de darle ánimos. El hombre, sonriente, con gesto de infantil felicidad, interpreta un juego callejero de segundos apenas, ajeno al ajetreo que le rodea, da hasta un saltito en pos del globo verde que, finalmente, desaparece en otra bocacalle impulsado por una brisa indetectable. El hombre juguetón cruza su mirada con la mía. - Hola- dice él sin perder la sonrisa. - Hola- respondo un tanto sorprendido. Y ambos continuamos hacia nuestros personales y mañaneros objetivos. El hombre que jugaba, de un modo desenfadado y espontáneo con el globo verde era Francisco Hernández Spínola, el número uno en la plancha socialista por Tenerife en las elecciones de dentro de unos días a la cámara legislativa regional. Había interpretado una escena que yo no habría sido capaz de imaginar. Y mientras continuaba mi marcha, traté de calibrar cómo podría haber influido aquella situación en el ánimo de los electores transeúntes que lo hubieran reconocido en esos instantes. Quizás esos gestos imprevisibles –y probablemente irrefrenables- puedan tener una repercusión mucho más importante que un cartel diseñado de modo intachable desde un punto de vista publicitario. O ser más impactantes que un eslogan de campaña, que una frase certera en busca del voto ciudadano. Un hombre que juega con un globo, que corre tras un globo, dice mucho de sí y de su ilusionada manera de ver la vida, de enfrentarse a ella y de disfrutarla. Y un globo en sí mismo puede ser el símbolo de tantas, tantísimas cosas que, mejor, lo dejo finalmente a la libre fantasía del lector. (Siempre, es verdad, habrá algún adusto votante al que esa imagen le trasmita simplemente falta de madurez y seriedad. Hay gente pÂ’a to, que dijo El Gallo). José H. Chela