Espacio de opinión de Canarias Ahora
Aquel golpe de Boris Yeltsin
El secretario de Defensa norteamericano, Robert Gates, sintetiza esta actitud general respecto al primer presidente de la Rusia postsoviética: ÂUna figura memorable de la historia moderna, que desempeñó un importante papel en la transición de Rusia a la democraciaÂ. Justo al revés. Yeltsin abortó la transición democrática para terminar de abrir las puertas de Rusia al capitalismo más especulativo. Bush padre y Bill Clinton asistirán a su funeral, naturalmente. Tras alcanzar la presidencia, Boris Yeltsin lanzó en 1992 un programa de reformas, comenzando por privatizar propiedades del Estado, vendiéndolas a precio de saldo, y la liberalización de los precios. Una minoría de burócratas se enriqueció de un día para otro, pero aquellas medidas enviaron millones de ciudadanos a la miseria. El presidente disponía de la misma legitimidad democrática que el Tribunal Constitucional y el Parlamento. En 1993 se desató un conflicto de competencias entre estas instituciones y Yeltsin. Los legisladores pusieron resistencia a las medidas económicas más duras. La fórmula para solucionar la crisis se encontraba en convocar elecciones, tal y como proponían sesenta de las 89 repúblicas y comunidades autónomas de la Federación. El demócrata Yeltsin decretó el cierre del Parlamento, pero como seguía funcionando decidió reventarlo a cañonazos. Más de 150 muertos. Disolvió las instituciones, estableció la censura de prensa, prohibió seis periódicos, apaleó a los periodistas desafectos, ilegalizó doce partidos políticos, amenazó a los líderes de las repúblicas. La parodia apenas comenzaba. Unas semanas después, con el país aterrorizado, tiró de la democracia plebiscitaria al estilo Fujimori. Convocó un referéndum sobre una Constitución a su medida y elecciones a un Parlamento de opereta sin capacidad de control al Gobierno. Y siempre aplaudido por Occidente.Dieron por buena la nueva Constitución totalitaria, aunque ni la mitad de los ciudadanos se acercaron a votar y casi el 50% de quienes acudieron a las urnas lo hicieron en contra. El grupo de Yeltsin, encabezado por Gaidar, perdió las elecciones al Parlamento a manos de un nacionalista xenófobo llamado Yirinovsky, por cierto el único opositor al que Yeltsin permitió hacer campaña por televisión. Pero todo eso importaba poco, porque el zar moderno ya disponía de todo el poder político para acelerar las contrarreformas económicas dictadas por Occidente en general y el Banco Mundial en particular. Rusia regresaba sin más obstáculos al mercado mundial. El campeón de ajedrez, Anatoli Kárpov, denunció la aventura militar del presidente. Y añadió lo siguiente: ÂEntre el golpe al Parlamento y los comicios pasaron unas semanas, no hubo tiempo de preparar candidaturas de la oposición ni hacer campaña porque el grupo de Yeltsin controlaba los medios de comunicación, dejando fuera de la competencia real a las demás opciones políticasÂ.Entre nosotros, Julio Anguita y pocos más denunciaron el golpe de Yeltsin. Decía Anguita que Âel fin no justifica los mediosÂ, es decir los cañonazos. Endeble crítica. Porque ¿qué justificaba el fin, que consistía realmente en recuperar de una vez el mercado ruso, después de años de acoso y derribo? Cada objetivo requiere caminos adecuados. En aquel momento se trataba de eliminar con métodos brutales (medios) los obstáculos políticos que restaban. Como el consenso en la transición parecía imposible, Yeltsin liquidó una democracia embrionaria porque obstaculizaba el fin. De donde cabe deducir que a veces la democracia ni es fin ni es medio, sino simple coartada. ¿O no?
Rafael Morales
El secretario de Defensa norteamericano, Robert Gates, sintetiza esta actitud general respecto al primer presidente de la Rusia postsoviética: ÂUna figura memorable de la historia moderna, que desempeñó un importante papel en la transición de Rusia a la democraciaÂ. Justo al revés. Yeltsin abortó la transición democrática para terminar de abrir las puertas de Rusia al capitalismo más especulativo. Bush padre y Bill Clinton asistirán a su funeral, naturalmente. Tras alcanzar la presidencia, Boris Yeltsin lanzó en 1992 un programa de reformas, comenzando por privatizar propiedades del Estado, vendiéndolas a precio de saldo, y la liberalización de los precios. Una minoría de burócratas se enriqueció de un día para otro, pero aquellas medidas enviaron millones de ciudadanos a la miseria. El presidente disponía de la misma legitimidad democrática que el Tribunal Constitucional y el Parlamento. En 1993 se desató un conflicto de competencias entre estas instituciones y Yeltsin. Los legisladores pusieron resistencia a las medidas económicas más duras. La fórmula para solucionar la crisis se encontraba en convocar elecciones, tal y como proponían sesenta de las 89 repúblicas y comunidades autónomas de la Federación. El demócrata Yeltsin decretó el cierre del Parlamento, pero como seguía funcionando decidió reventarlo a cañonazos. Más de 150 muertos. Disolvió las instituciones, estableció la censura de prensa, prohibió seis periódicos, apaleó a los periodistas desafectos, ilegalizó doce partidos políticos, amenazó a los líderes de las repúblicas. La parodia apenas comenzaba. Unas semanas después, con el país aterrorizado, tiró de la democracia plebiscitaria al estilo Fujimori. Convocó un referéndum sobre una Constitución a su medida y elecciones a un Parlamento de opereta sin capacidad de control al Gobierno. Y siempre aplaudido por Occidente.Dieron por buena la nueva Constitución totalitaria, aunque ni la mitad de los ciudadanos se acercaron a votar y casi el 50% de quienes acudieron a las urnas lo hicieron en contra. El grupo de Yeltsin, encabezado por Gaidar, perdió las elecciones al Parlamento a manos de un nacionalista xenófobo llamado Yirinovsky, por cierto el único opositor al que Yeltsin permitió hacer campaña por televisión. Pero todo eso importaba poco, porque el zar moderno ya disponía de todo el poder político para acelerar las contrarreformas económicas dictadas por Occidente en general y el Banco Mundial en particular. Rusia regresaba sin más obstáculos al mercado mundial. El campeón de ajedrez, Anatoli Kárpov, denunció la aventura militar del presidente. Y añadió lo siguiente: ÂEntre el golpe al Parlamento y los comicios pasaron unas semanas, no hubo tiempo de preparar candidaturas de la oposición ni hacer campaña porque el grupo de Yeltsin controlaba los medios de comunicación, dejando fuera de la competencia real a las demás opciones políticasÂ.Entre nosotros, Julio Anguita y pocos más denunciaron el golpe de Yeltsin. Decía Anguita que Âel fin no justifica los mediosÂ, es decir los cañonazos. Endeble crítica. Porque ¿qué justificaba el fin, que consistía realmente en recuperar de una vez el mercado ruso, después de años de acoso y derribo? Cada objetivo requiere caminos adecuados. En aquel momento se trataba de eliminar con métodos brutales (medios) los obstáculos políticos que restaban. Como el consenso en la transición parecía imposible, Yeltsin liquidó una democracia embrionaria porque obstaculizaba el fin. De donde cabe deducir que a veces la democracia ni es fin ni es medio, sino simple coartada. ¿O no?
Rafael Morales