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González Barrera, poeta en pie

El era un poeta social pero también intimista, el compromiso era arma imprescindible en aquellos tiempos. No se publicó mi novela corta, que luego fue la base de partida de Ulrike tiene una cita a las 8, esta sí salió en Akal Editor, Madrid, y ganó el premio de novela Pérez Galdós en 1976, un año que ya era glorioso porque no estaba el Invicto. González Barrera con Alfonso O'Shanahan, Alberto Pizarro y unos cuantos más, formaba el reemplazo natural a los grandes poetas sociales de Gran Canaria: Pedro Lezcano, Agustín Millares Sall. Luego la vida lo llevó a Lanzarote, como encargado principal de la Pepsi Cola. Con alguna chanza le dije que parecía mentira: un hombre de su ideología extendiendo el capitalismo. Como uno era idiota perdido, no quería reconocer que todos éramos propagadores del establishment, casi agentes camuflados de la CIA. En fin, Manuel González Barrera ha muerto calladamente y aquí quiero honrar su memoria. Fue amigo en Arrecife de Félix Hormiga y Gorgonio Martín Muñoz, con los que fundó una pequeña y valiosa editorial, Cíclope. Me gusta recordar uno de sus primeros textos, “Se nos acaba de morir un hombre”, de 1966: Se nos acaba de morir un hombre, / es necesario recordar su infancia; / volver a los umbrales de la risa / donde es la muerte tan lejana. / Su vida fue sencilla, / como el brotar del trigo la mañana. / (La tristeza afloraba entre sus ojos / presagiando el final de la mirada. Se consideraba marcado por el sutil erotismo del Cantar de los Cantares, el prodigioso libro de la Biblia atribuido al rey Salomón. También adoraba a César Vallejo.

Creo que no hemos honrado lo suficiente a las generaciones poéticas de los años 60, escritura en tiempos duros, recitales casi clandestinos en El Museo Canario o el Paraninfo de La Laguna, aquellas veces que corrimos delante de los grises mientras nos gritaban ¡disuélvanse!, aquellos expedientes, la mili de represaliados, los palos que le dieron a más de uno. Manolo era buena gente, honesto, amigo de sus amigos. Esto pertenece a uno de sus últimos poemas: Quiero a los míos, verdaderamente míos / mis hijos, mis nietos, mi familia, / Carmen, de nuevo, siempre. / Quiero a los amigos / como un oloroso pan caliente / en las tahonas del amanecer. Pedro Lezcano siempre me dijo que Canarias no podía alimentar a sus poetas, pero al menos podría amarlos. Descanse en paz.

Blogdeleonbarreto.blogspot.com

Luis León Barreto

El era un poeta social pero también intimista, el compromiso era arma imprescindible en aquellos tiempos. No se publicó mi novela corta, que luego fue la base de partida de Ulrike tiene una cita a las 8, esta sí salió en Akal Editor, Madrid, y ganó el premio de novela Pérez Galdós en 1976, un año que ya era glorioso porque no estaba el Invicto. González Barrera con Alfonso O'Shanahan, Alberto Pizarro y unos cuantos más, formaba el reemplazo natural a los grandes poetas sociales de Gran Canaria: Pedro Lezcano, Agustín Millares Sall. Luego la vida lo llevó a Lanzarote, como encargado principal de la Pepsi Cola. Con alguna chanza le dije que parecía mentira: un hombre de su ideología extendiendo el capitalismo. Como uno era idiota perdido, no quería reconocer que todos éramos propagadores del establishment, casi agentes camuflados de la CIA. En fin, Manuel González Barrera ha muerto calladamente y aquí quiero honrar su memoria. Fue amigo en Arrecife de Félix Hormiga y Gorgonio Martín Muñoz, con los que fundó una pequeña y valiosa editorial, Cíclope. Me gusta recordar uno de sus primeros textos, “Se nos acaba de morir un hombre”, de 1966: Se nos acaba de morir un hombre, / es necesario recordar su infancia; / volver a los umbrales de la risa / donde es la muerte tan lejana. / Su vida fue sencilla, / como el brotar del trigo la mañana. / (La tristeza afloraba entre sus ojos / presagiando el final de la mirada. Se consideraba marcado por el sutil erotismo del Cantar de los Cantares, el prodigioso libro de la Biblia atribuido al rey Salomón. También adoraba a César Vallejo.

Creo que no hemos honrado lo suficiente a las generaciones poéticas de los años 60, escritura en tiempos duros, recitales casi clandestinos en El Museo Canario o el Paraninfo de La Laguna, aquellas veces que corrimos delante de los grises mientras nos gritaban ¡disuélvanse!, aquellos expedientes, la mili de represaliados, los palos que le dieron a más de uno. Manolo era buena gente, honesto, amigo de sus amigos. Esto pertenece a uno de sus últimos poemas: Quiero a los míos, verdaderamente míos / mis hijos, mis nietos, mi familia, / Carmen, de nuevo, siempre. / Quiero a los amigos / como un oloroso pan caliente / en las tahonas del amanecer. Pedro Lezcano siempre me dijo que Canarias no podía alimentar a sus poetas, pero al menos podría amarlos. Descanse en paz.