Habitar en la incertidumbre y el cambio
La vivienda, el hogar, es el santuario del individuo, el espacio donde se desarrolla la máxima expresión de la vida privada e íntima del ser humano. Es el espacio donde confluye la mayor parte de nuestras experiencias vitales y con mayor impacto en nuestras vidas. Es el lugar que compartimos con las personas a las que queremos, que están en nuestras vidas en los buenos y malos momentos. Ese espacio que necesitamos personalizar y hacer nuestro, y que en buena parte nos define. Las condiciones del hogar y del entorno donde se ubica son determinantes en nuestro bienestar y calidad de vida.
El hábitat, definido en términos de ecología, es el “lugar de condiciones apropiadas para que viva un organismo o especie”. Y nos preguntamos: ¿son nuestras viviendas los mejores lugares posibles para habitar?
El encierro obligatorio al que nos hemos visto obligados en la fase inicial de la pandemia ha sacado a la luz cuestiones de calado que necesitan de un cambio estructural, que afecta a la vivienda y a su entorno cercano, el vecindario. Ha sido afectada nuestra privacidad, limitado el contacto social, y nos hemos visto obligados en muchos casos al hacinamiento. Al mismo tiempo, la vivienda se convertía en el lugar de trabajo y estudio de los miembros de la familia, con las cocinas a pleno rendimiento y los dormitorios convertidos en gimnasios improvisados.
Esta situación nos ha llevado inevitablemente a pensar en cómo queremos que sean los lugares en los que presumiblemente pasaremos más tiempo de ahora en adelante, y nos obliga a reflexionar sobre qué nuevas necesidades se generan a partir de ahora. Estos momentos deben ser la oportunidad para reflexionar sobre la arquitectura doméstica desde una perspectiva que va más allá de satisfacer unas necesidades básicas de habitabilidad (iluminación, ventilación, accesibilidad, etcétera). Y, además, entender que este confinamiento no está necesariamente unido a momentos como los actuales. Muchos ciudadanos sufren a diario esta situación, personas con problemas de movilidad, enfermedad y situación de dependencia en general.
El debate actual sobre la vivienda hay que abrirlo a otros campos más allá que el del estricto diseño arquitectónico. Repensar la vivienda desde el individuo, y desde una satisfacción residencial que no puede ser entendida únicamente desde las condiciones de la vivienda, sino desde el entorno donde se ubica, el edificio y el vecindario.
El núcleo familiar en la sociedad occidental ha evolucionado de una manera drástica en las últimas décadas. La sociedad actual es heterogénea como primera definición. Los nuevos modelos de familia se imponen. Sin embargo, la vivienda como producto de compraventa acabado se ha estandarizado cada vez más. En este sentido, se podría decir que no ha habido una evolución de la relación entre el tipo de familia y los espacios que habitan. Esta situación lleva a una constante adaptación de nuestro modo de vida a la vivienda, a falta de viviendas adaptadas a nuestra manera de habitar.
Esta vivienda estándar se aloja en un edificio donde las zonas comunes se ciñen a un reducido portal donde se localiza el núcleo de comunicación. Desaparecen los espacios de convivencia vecinal, la relación con los vecinos y el sentimiento de pertenecer a una comunidad.
Tras los momentos disruptivos, surge el cambio, y nos encontramos en una coyuntura adecuada, desde el punto de vista tecnológico, para abordarlos.
El diseño de la residencia, que ya incorpora entre sus objetivos fundamentales la salubridad y la habitabilidad, ha de dar un paso más allá. Las diferentes configuraciones de los nuevos tipos de familia hacen necesario incorporar en la coctelera nuevas cuestiones no explotadas: polivalencia, versatilidad, flexibilidad, sostenibilidad, potenciar relaciones de igualdad y propiciar el vivir en comunidad.
Ya no se puede plantear una solución única de vivienda tipo para dar respuesta a las expectativas de las personas, porque los diferentes modos de vida se han ampliado en gran medida. Debemos tender a diseñar viviendas flexibles, con espacios que se puedan adaptar a las necesidades de los individuos. Huir de la vivienda estándar acabada “llave en mano” e ir hacia espacios versátiles y personalizables. Este planteamiento permite sobrellevar mejor los imprevistos y la incertidumbre, como los vividos este último año.
Las exigencias de nuevos espacios para el teletrabajo, el deporte en casa, y espacios exteriores, sin incrementar la superficie de la vivienda, obligan a la flexibilización. La localización de las piezas fijas, baños y cocinas, y la dimensión y proporción del resto del espacio es clave. La fachada móvil y permeable, conformada a base de pieles, como elemento generador de una relación simbiótica entre interior/exterior. La vivienda entendida como un espacio “en bruto”, que el usuario configure con la incorporación de capas, aquellas que le sean necesarias.
El plano del suelo y de la cubierta son los espacios para la comunidad. La cubierta es espacio de oportunidad, espacio vivible para el acercamiento social de la vecindad. Es el espacio para los huertos urbanos, barbacoas, soláriums… El suelo es el espacio funcional, donde ubicar usos compartidos, salas polivalentes, espacios comunes de trabajo, almacenes, lavanderías, etcétera. El objetivo es fomentar la experiencia colectiva, apostando por una mayor convivencia, colaboración y solidaridad entre vecinos.
Vivir en la incertidumbre obliga a planteamientos flexibles, versátiles y polivalentes, tanto en las viviendas como en los edificios que las albergan. Proyectos capaces de adaptarse a los cambios y, por tanto, resilientes. Viviendas para habitar en comunidad y en bienestar.
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