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Esas huellas del camino

Luis Pérez Aguado / Luis Pérez Aguado

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Los episodios, escritos en forma de narración en primera persona, se mueven en distintos ambientes conforme a la variedad de relatos. Uno de los primeros capítulos está centrado en la que ya está siendo conocida como joya de la corona de Las Palmas de Gran Canaria. En la misma playa de las Canteras surge todo un devenir de personajes curiosos que nos van mostrando lo que fue (y sigue siendo, en alguna medida) la historia de la ciudad. Su condición de periodista hace que se adentre en las profundidades de la sociedad de entonces, indague y saque todo el jugo a cada uno de los personajes, cotidianos o misteriosos, que pasaron por el Conejo Feliz, un bar lleno de misterio y buena comida, sobre todo buena comida ¿excelente comida? Con la seguridad que si usted, amable lector o lectora, fue uno de sus visitantes, téngalo por seguro que también está reflejado en esta historia. Puede que, incluso, no salga bien parado. Porque el sagaz escritor nunca pierde la ocasión para dejar títere con cabeza y así, exprime lo mejor y lo más oscuro y cada no de los actores que pululan por las cercanías. Pero lo hace con tal sencillez y socarronería, que, incluso aquellas expresiones que pudieran resultar más rebuscadas o cultas, llegan al lector totalmente diáfanas y transparentes. Es es otra de las ventajas y virtud del pedagogo y maestro que JM lleva dentro, profesión que ejerció durante cierto tiempo (40 años) y donde aprendió que educar es mostrar la vida a quien aún no la ha vivido y, en este caso, el escritor-pedagogo se vale de la palabra, que utiliza con maestría, para dar sentido y ayudar a ver y comprender mejor el mundo.

Cuando describe al camarero cojo que las pasaba canutas para poder mantener a su numerosa prole, -por cierto, se había lesionado la cadera subiendo la Cuesta de Enero-, que además, sabía latín porque había estudiado en el seminario, pero que fue expulsado porque el obispo consideró que no era prudente que hubiera un siervo de Dios que se supiera de que pata cojeaba. Pues pudiera padecer, por la continua ironía, que es un libro de ficción o un libro fantástico. Nada más lejos de la realidad. Así, como quien no quiere la cosa, el escritor nos va descubriendo los avatares de una época complicada, llena de dificultades y prejuicios sociales. Son los recursos humorísticos que el escritor-pedagogo utiliza para adentrarnos en un ingenuo realismo social que conjuga el lenguaje coloquial con las descripciones en las que intervienen, como aspectos literarios que matizan el relato, símbolos y metáforas que hacen posible la comprensión.

Hacer entretenido lo difícil es complicado y ya resulta meritorio que se consiga un buen resultado. A la crónica que le corresponde un lenguaje muy bien definido por la historiografía y en estos pasajes comprobamos que se respeta el estilo descriptivo y narrativo, marcadamente informativo, al utilizar fechas y datos reales. Pero lo hace sin fastidio, con un hábil procedimiento de penetración donde conjuga la alternancia de ágiles y directos relatos que ofrece entre la incertidumbre y la monolítica realidad. Y nos mete de lleno, de sopetón, en un mundo de honda afectividad, en historias que nos hacen vibrar y que nos hacen reflexionar sobre nuestra propia realidad.

Emociona, por ejemplo, la descripción que hace la turista alemana Ilse Dore sobre los aspectos más escabrosos y experiencias vividos por ella durante el terrorífico gobierno de Adolfo Hitler, para, a continuación, meternos de lleno en otro entorno más cercano. La visión que tiene ella y la de cualquier turista con sensibilidad al tratamiento y “descuido” que hacen los propios nativos de su isla y la suciedad de sus playas.

No falta la ironía y el humor, a veces disparatado, -típìca socarronería del pueblo canario, del que el escritor-pedagogo es un magnífico “ejemplar” -con la que se consigue crear una atmósfera regocijante, no por ello exenta de un caracterizador y crudo realismo. Mujeres educadas en la tradición campesina, resignadas, marcadas por la sumisión, que trabajan duramente y son hábiles administradoras de sus escasos medios materiales. Tiempos difíciles en los que sólo lo práctico parecía tener razón de ser. La agricultura pobre y sin industrializar. El turismo extranjero, que se supone una cierta fuente de ingresos. La emigración, incluso clandestina, que se presenta como remedio a la miseria, y se muestra con todo realismo, crudeza y lastres afectivos que conlleva. Las creencias religiosas, que todo lo impregna. La magia y las supersticiones. La vida familiar, que se valora positivamente y se acepta el medio de pobreza en el que se desenvuelven con gran solidaridad.

Pero también es un libro de esperanza. De sueños.“Los sueño, sueños son”, afirmó el dramaturgo. Y lo sabemos, pero continuamos soñando porque la existencia sin los sueños, sin la esperanza, sin la ilusión, sería absurdo caminar por un camino sin luz. Entre sueños y realidades hay un camino inmenso. Eso bien lo sabe Balbuena, pero esos sueños son los que a él le ayudan a crear y esas realidades las que le enseñan a vivir. Por eso une las realidades con los recuerdos con los que consigue un fuerte tono emotivo, así como despertar sentimientos de ternura valiéndose de un lenguaje ágil, expresivo y un léxico rico en costumbrismos y caracterizador, con una indiscutible carga de amenidad.

Hay un trasfondo de valoración de la naturaleza en sí mismo. El paisaje adquiere importancia relevante hasta llegar a convertirse en uno de los verdaderos protagonistas de todos los episodios del libro. Cuando el escritor inquieto y polifacético que hay en José Manuel Balbuena, escribe de las maravillas de la isla de La Palma, -esa de la que el viajero no puede cruzar indiferente- lo hace con tal pasión, que nos descubre un alma sensible hacia todo lo bello. De alguna manera, asó lo confiesa en alguno de los capítulos, cuando “mastica y saborea la pez”. Es en ese matiz insólito de lo verde, donde todo se puede admirar, donde si contagió y heredó su pasión por escribir. Y comenzamos a entristecernos cuando comprobamos que nos faltan pocas hojas para terminar el libro de relatos de José Manuel.

Es triste partir en la madrugada. Es triste decir adiós cuando el día estrena sonrisa. Pero el amanecer hay que iluminarlo con la esperanza de un arribo, con la ilusión de una llegada. Por eso, esperamos que sea pronto la próxima entrega de José Manuel Balbuena Castellano.

Luis Pérez Aguado

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