Espacio de opinión de Canarias Ahora
Jane Birkin
El tiempo que se fue. Con su muerte, se acabó el champán, sobre todo el Bolinger y el Riuenord, sus preferidos. Hace poco más de un mes, Maripepa me regaló un ejemplar de su diarios “1957-1982. Munkey diaries” (editorial Monstruo Bicéfalo, 2023). Ahí está contada, a su manera, su juventud y su esplendor. Maripepa es también un poco como ella, francobritánica, pero en coruñés, lo cual resulta fácil de digerir. La primera vez que compartimos algo sobre Jane fue en la librería Colón, en la calle Real: aparecía una foto suya en una página muy interior de Le Monde. Muy interior, dijo Maripepa, embutida en una camiseta blanca y en unos jeans casi como si se paseara por la Croisette de Cannes.
Algunos veranos antes, iba a una pasantía en la calle de la Amargura número 13, en la Ciudad Vieja. Un pequeño castigo estival. Neira, futuro médico, hijo de médico, llevaba el disco de “Je t’aime, moi non plus” escondido en la funda de un EP de Carmen Sevilla. Lo alquilaba a un módico precio. Estaba prohibido, casi al mismo tiempo que “La balada de John&Yoko”. En aquel entonces, no sabíamos la razón y buscábamos ocultos significados en la letra de Lennon. Todo era más simple para el franquismo rampante: la pareja se había casado en Gibraltar, lo cual justificaba la prohibición en España de su disco.
Qué cosas. Releo y siento que el calor de agosto convierte las palabras en el canto de una vicetiple madrileña con un libreto de ínfima calidad. Casi al mismo tiempo, “la Birkin” apareció en “Blow-Up” una película de Antonioni que veríamos años más tarde en una sesión doble de filmoteca. No entendimos casi nada, pero resultaba muy emocionante que estuviera inspirada en un cuento de Cortázar. Pedro Masó se inventó, con Rafael Azcona, una historia impertérrita para que “la Birkin” rodara en España “La miel” (1979), con López Vázquez y un niño llamado Jorge Sanz. No la han repuesto estos días como homenaje póstumo que tanto gustan a nuestras teles. Una pena porque esa película resume a las Españas de entonces –y a las de ahora- y muestra a Jane en lo alto de la cumbre en la que nunca estuvo. El 13 de mayo de 2000, día de la virgen de Fátima, el presidente del Gobierno de Canarias presentaba a las personas que le acompañaban a Fidel Castro mientras sonaba, en el hilo musical del Palacio de la revolución de La Habana, una versión sinfónica de “Je t’aime…”. Me costó atender el saludo del Comandante mientras me acordaba de todas las Birkin. Las casualidades nunca oprimen aunque a veces ofusquen. Jane era un síntoma inequívoco de revolución, entre Carnaby Street, el barrio Latino de París y la calle Tuset de Barcelona. En Madrid, mientras tanto, solo había taxistas confidentes de la asquerosa brigada político-social de la policía franquista. Fue un síntoma de la revolución que nadie apreció demasiado, por ciertas frivolizaciones estéticas y los abusos de la sociedad de consumo de masas.
Una vez, Maripepa y yo estuvimos a punto de ir a un concierto de “la Birkin” en el Odeón, y visitar una exposición homenaje a Roland Barthes en el Pompidou. Con los billetes y las reservas de hotel, me quedé solo en el aeropuerto de Barcelona porque no se sabe quien decidió no aparecer. No hubo mesenterio ni para protestarme a mí mismo.
Hurgar en sus diarios puede resultar un hito infame, porque todo lo que implica cierta caída de las diosas repercute en el tuétano del alma. Pero muchos párrafos reconfortan y recomponen los ánimos presentes, repletos de calores. Sí, a Jane Birkin y a Gainsbourg, también les gustaba mucho Marruecos, siempre tan de moda. Se me deshizo entre los dedos la semana pasada “El cielo protector” de Bowles, una segunda lectura lejana y una revisión inaguantable de la película de Bertolucci, que casi siempre acertaba. Quizá a “la Birkin” le faltó un mediometraje con el italiano. Y a mí, una foto entrando en la tienda de juguetes de Cannes, “En sortant de l’ecole”, al ladito del Palais, con ella del brazo.
El tiempo que se fue. Con su muerte, se acabó el champán, sobre todo el Bolinger y el Riuenord, sus preferidos. Hace poco más de un mes, Maripepa me regaló un ejemplar de su diarios “1957-1982. Munkey diaries” (editorial Monstruo Bicéfalo, 2023). Ahí está contada, a su manera, su juventud y su esplendor. Maripepa es también un poco como ella, francobritánica, pero en coruñés, lo cual resulta fácil de digerir. La primera vez que compartimos algo sobre Jane fue en la librería Colón, en la calle Real: aparecía una foto suya en una página muy interior de Le Monde. Muy interior, dijo Maripepa, embutida en una camiseta blanca y en unos jeans casi como si se paseara por la Croisette de Cannes.
Algunos veranos antes, iba a una pasantía en la calle de la Amargura número 13, en la Ciudad Vieja. Un pequeño castigo estival. Neira, futuro médico, hijo de médico, llevaba el disco de “Je t’aime, moi non plus” escondido en la funda de un EP de Carmen Sevilla. Lo alquilaba a un módico precio. Estaba prohibido, casi al mismo tiempo que “La balada de John&Yoko”. En aquel entonces, no sabíamos la razón y buscábamos ocultos significados en la letra de Lennon. Todo era más simple para el franquismo rampante: la pareja se había casado en Gibraltar, lo cual justificaba la prohibición en España de su disco.