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El jarrón chino de Felipe

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La otra noche apareció Felipe González en la Noche en 24 horas de RTVE. En términos periodísticos, al entrevistador, Xavier Fortes, se le escapó vivo el entrevistado. No solo eso, se fue entre loas, alabanzas y admiraciones de contertulios y presentador. Qué cosas. Pero al parecer, no era una entrevista de actualidad, así se dijo y mucho, era una entrevista conmemorativa: se cumplían cincuenta años del nombramiento de Felipe González como secretario general del PSOE, allá por 1974 en un municipio en los aledaños de París, Suresnes. Mariángeles y yo solíamos hacer peregrinaciones políticas a Francia, cuando éramos muy jóvenes y estudiantes en Pedralbes.

Políticas y culturales: fuimos muchas veces a Collioure a situar unas flores en la tumba de Antonio Machado. También a Toulouse, repleta de recuerdos del exilio español. Una vez en el metro de París, buscando a Semprún encontramos a Julio Cortázar pero no nos atrevimos a decirle nada. Fuimos dos veces a Sète, al cementerio marino de Paul Valéry y al nuevo donde está enterrado Brassens. Hacía mucho frío en el hotel, lo he contado muchas veces, pero cenamos muy a gusto en el muelle deportivo. Nunca fuimos a Suresnes, no estaba en el carné de nuestros recuerdos. Sí a Nanterre y a Vincennes, en busca de las señales de mayo de 1968, todavía muy reciente. Vimos a Michael Foucault paseando lejos y a Félix Guattari en lontananza.

Pero no fuimos a Suresnes, casi un barrio de París tan desconocido como pretendidamente histórico para el socialismo español. Según Alfonso Guerra, hasta hubo una pizarra donde él pintó casi todo. No sé. No fuimos a Suresnes porque no significaba nada entonces y hoy solo es un pretexto periodístico para chulear con Felipe González: qué torpes son algunos compañeros de profesión y que babeantes sus resultados.

A Fortes se le pueden criticar muchas cosas, como a todos, pero no se le debería permitir que un jarrón chino salga incólume de su programa. Porque por ejemplo, le podía preguntar qué hace cada año en el Gran Hotel de A Toxa con Mariano Rajoy, riendo sus tonterías hasta llegar al paroxismo del tapón de la botella de agua. Él, Felipe, dice que no tiene nada que ver con el PP. Será, por eso nunca critica sus políticas, comparece con sus histriones y critica al gobierno del que aun es, al parecer, su partido.

Felipe González está amortizado para la actualidad y probablemente perdido para la Historia, porque si pretende que se tengan en cuenta sus aspavientos últimos, no tendrá ni un renglón en ella. Es una pena porque hizo mucho: equipos que hicieron, Lluch y Maravall, y Semprún y Solé Tura, y Solana Madariaga, y otros, y pocas otras, Amador, Matilde y la gran Carmen Alborch, Felipe no se prodigó nombrando ministras.

Dado que todos reniegan del Consejo de Estado, habrá que buscar un empeño para los que fueron presidentes del gobierno en España. Un empeño conciliador, porque el tal López, desde Faes, imparte denuestos. Rajoy parece haber asumido los guiones del guiñol de Canal Plus, en los que salía muy bien.

Zapatero habrá de explicarse pero diremos aquello de “los perros ladran, la caravana avanza.” Mariángeles se echó novio en Mataró y dio clases en Sabadell. Yo me fui a la vieja villa de Sarrià en busca del tiempo perdido: me esperaban a comer en el Tram-tram.

La otra noche apareció Felipe González en la Noche en 24 horas de RTVE. En términos periodísticos, al entrevistador, Xavier Fortes, se le escapó vivo el entrevistado. No solo eso, se fue entre loas, alabanzas y admiraciones de contertulios y presentador. Qué cosas. Pero al parecer, no era una entrevista de actualidad, así se dijo y mucho, era una entrevista conmemorativa: se cumplían cincuenta años del nombramiento de Felipe González como secretario general del PSOE, allá por 1974 en un municipio en los aledaños de París, Suresnes. Mariángeles y yo solíamos hacer peregrinaciones políticas a Francia, cuando éramos muy jóvenes y estudiantes en Pedralbes.

Políticas y culturales: fuimos muchas veces a Collioure a situar unas flores en la tumba de Antonio Machado. También a Toulouse, repleta de recuerdos del exilio español. Una vez en el metro de París, buscando a Semprún encontramos a Julio Cortázar pero no nos atrevimos a decirle nada. Fuimos dos veces a Sète, al cementerio marino de Paul Valéry y al nuevo donde está enterrado Brassens. Hacía mucho frío en el hotel, lo he contado muchas veces, pero cenamos muy a gusto en el muelle deportivo. Nunca fuimos a Suresnes, no estaba en el carné de nuestros recuerdos. Sí a Nanterre y a Vincennes, en busca de las señales de mayo de 1968, todavía muy reciente. Vimos a Michael Foucault paseando lejos y a Félix Guattari en lontananza.