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Lo que se juega en Venezuela por Jaime Balaguer

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Descontando la posibilidad de que ocurra algún acontecimiento inesperado, el principal escollo a este pronóstico puede venir de la abstención de los electores menos politizados. En realidad, los “sectores duros” chavista y antichavista parecen estar equilibrados (cada uno contaría con alrededor de un tercio de los votantes). La diferencia la han puesto los menos ideologizados que, de momento, se han inclinado por la continuidad del proyecto bolivariano, salvo en el referéndum de reforma constitucional de 2007, única derrota nacional de Chávez. Sin embargo, analistas de diversa índole coinciden en destacar el elevado interés de los venezolanos por participar el domingo, previéndose un record de votación para comicios de este tipo.

La oposición necesariamente avanzará en votos y escaños; más que nada porque en las parlamentarias de 2005 no presentó candidaturas. Una equívoca estrategia de deslegitimación de las instituciones en la que dejó el poder legislativo en manos de los grupos afines al gobierno. Dicha maniobra supuso también la cesión del poder judicial, ya que una de las funciones de la Asamblea Nacional es elegir a los miembros que lo encabezan en el Tribunal Supremo de Justicia. De ahí que resulte paradójico que se acuse al chavismo de liquidar la separación de poderes, cuando ha sido la dejación de funciones de la oposición la causa principal de su pérdida de influencia.

De los diputados “monocolor” electos en 2005 casi un 10% terminaron posicionándose contra el gobierno, algo nada extraño en el movimiento conformado en torno a Hugo Chávez, donde se han sucedido destacados procesos de ruptura interna. El caso más reciente es el del gobernador de Lara, Henry Falcón, cuyas aspiraciones como líder de una “tercera vía” también están juego el próximo 26-S. Así que una victoria estrecha no le sirve a Chávez que, como viene siendo habitual, carga con el peso de la campaña electoral del PSUV. La posibilidad de que algunos de sus nuevos diputados terminen siendo reclutados por el bando opositor es real, pues los incentivos para liquidar una mayoría progubernamental precaria pueden ser realmente interesantes. Necesita, por tanto, una victoria contundente.

La oposición ya anticipa la derrota. El reciente llamado del opositor Herman Escarrá a una “marcha sin retorno”, junto a los intentos de algunos sectores de desacreditar al órgano electoral (CNE) y de cuestionar la limpieza de las elecciones, resultan decepcionantes. De nuevo, la perspectiva de un fracaso electoral abre una brecha entre los que están dispuestos a emplear las instituciones para desgastar al gobierno y los que apuestan por la vía insurreccional, esto es, por asaltar el poder a como de lugar sin pasar por las urnas.

Cuestionar al órgano electoral es una vieja y errada estrategia. No sólo por lo que implica de falta de honestidad política ?la organización y limpieza de las elecciones venezolanas es una de las más contrastadas del mundo, con numerosas auditorías, en las que participa la oposición y supervisores internacionales-, sino porque hace dudar de las intenciones de los integrantes de la MUD en la Asamblea, más allá de obstaculizar la labor del gobierno y, si fuese posible, promover un conflicto entre poderes. Parecen olvidar estos sectores que durante estos años han sido capaces de anotarse hasta 200 victorias en elecciones municipales y a gobernador, como recordaba recientemente el periodista Eleazar Díaz Rangel. Jugar a no reconocer los resultados en un país dividido por pasiones políticas tan acusadas resulta peligroso e irresponsable. En las circunstancias actuales la vía electoral es la única cabal, la única posible y la única que garantiza la convivencia pacífica.

Sin embargo, a la oposición venezolana le gusta el fuego. Tal vez por eso ha sido incapaz de ganarse la confianza de las mayorías, pese a disfrutar en estos 11 años de la complicidad patronal y de un acceso privilegiado a los medios de comunicación. Sus estrategias y mensajes centrales han estado dirigidos casi exclusivamente a promover y (re)crear emociones de indignación, desesperación e ira contra el gobierno y, especialmente, hacia la figura de Hugo Chávez. Pero tan solo una parte del país se identifica con estos mensajes. Las expresiones de satisfacción con la democracia y de confianza en el futuro siguen prevaleciendo en las encuestas.

Así por ejemplo, aunque una mayoría abrumadora está sumamente preocupada por la cuestión de la inseguridad, la oposición se recrea en el alarmismo y la desesperanza, e incapaz de proponer soluciones efectivas, insiste en el único punto en su programa: “que se vaya Chávez”. Su apuesta permanente es por el desasosiego, de manera que no conecta con las mayorías que no le votan. En otras palabras, su mercado electoral está poco diversificado: se concentra en los sectores fatalistas y desesperanzados. Durante años han intentado extender el tamaño de este grupo que, sin embargo, no va camino de convertirse en mayoría social, máxime ahora que el país empieza a remontar el parón económico de 2009.

Las estrategias empleadas para intentar deponer a Chávez son reflejo de esta vocación destructiva y fatalista: el desabastencimiento de productos básicos; la negación continuada de la legitimidad de autoridades electas; la difamación de cualquier política o resultado positivo del gobierno; el mencionado abandono de los espacios representativos; la saturación de mensajes de conflicto sobreactuados; el catastrofismo extremo; la conversión de corruptos e imputados en crímenes gravísimos en “perseguidos políticos”; las referencias a sí misma como “mayoría social”; la negación de las derrotas electorales; la calificación reiterada del Gobierno como tiránico; el desprestigio premeditado del país con el apoyo de medios de comunicación del exterior? Por no hablar del cierre patronal que arruinó al país; y, ya en el delirio, del golpe de estado.

El fracaso de esta estrategia es evidente: pese al desgaste que suponen 11 años en el poder, la valoración y popularidad de Hugo Chávez mantiene su salud. Los llamativos avances del país en materia social han apuntalado su imagen de buen gestor. Según GIS XXI, si mañana se celebrasen elecciones presidenciales (previstas para 2012), su ventaja sería todavía más amplia. Vencería a cualquier candidato opositor por más de 20 puntos. Su aceptación se mantiene en torno al 60%. Una victoria en las legislativas de este domingo allanará el camino a su reelección. Mientras, los ciudadanos que lo adversan tendrán que conformarse con una maraña de partidos sin liderazgo claro, en una eterna lloradera, incapaces de entablar alianzas perdurables y, lo peor, sin un proyecto de país que ilusione a alguien.

*Sociólogo

Jaime Balaguer*

Descontando la posibilidad de que ocurra algún acontecimiento inesperado, el principal escollo a este pronóstico puede venir de la abstención de los electores menos politizados. En realidad, los “sectores duros” chavista y antichavista parecen estar equilibrados (cada uno contaría con alrededor de un tercio de los votantes). La diferencia la han puesto los menos ideologizados que, de momento, se han inclinado por la continuidad del proyecto bolivariano, salvo en el referéndum de reforma constitucional de 2007, única derrota nacional de Chávez. Sin embargo, analistas de diversa índole coinciden en destacar el elevado interés de los venezolanos por participar el domingo, previéndose un record de votación para comicios de este tipo.

La oposición necesariamente avanzará en votos y escaños; más que nada porque en las parlamentarias de 2005 no presentó candidaturas. Una equívoca estrategia de deslegitimación de las instituciones en la que dejó el poder legislativo en manos de los grupos afines al gobierno. Dicha maniobra supuso también la cesión del poder judicial, ya que una de las funciones de la Asamblea Nacional es elegir a los miembros que lo encabezan en el Tribunal Supremo de Justicia. De ahí que resulte paradójico que se acuse al chavismo de liquidar la separación de poderes, cuando ha sido la dejación de funciones de la oposición la causa principal de su pérdida de influencia.