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La lámpara insomne del despacho de Franco

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Entre la permanente apología que el Régimen franquista hacía del General (ísimo de los Ejércitos), la que ensalzaba el insomnio permanente de la lámpara de su  despacho de El Pardo, como prueba indiscutible de que el dictador velaba las 24 horas del día por los españoles, me llamó siempre la atención: hasta ese nivel llegaban la panegírica y la adulación, tan del gusto de un individuo de talante genocida.

Las guerras, toda guerra, consiste en una inmersión en la barbarie. Y en la Guerra Civil las prácticas arrasadoras ejecutadas por los sublevados, aplicadas con la “violencia extrema” ordenada por el director Mola desde el inicio de la sublevación (Instrucción Reservada nº1) y con arreglo a la más estricta disciplina castrense, tenían como objetivo sembrar el terror entre personas y poblaciones fieles a la Constitución republicana.

En el bando republicano, los crímenes se intensificaron durante el  “verano y el otoño calientes” de 1936, en el clima de vacío de poder -tras el crack del Estado y sus instituciones que produjo el alzamiento militar- . Ese escenario se prolongó hasta que el Gobierno legítimo logró tomar, en medio de grandes dificultades, las riendas de la situación y restablecer la legalidad como objetivo prioritario.

En cualquier caso, la violencia fratricida campó a sus anchas durante toda la contienda. Pero después de la Guerra se instauró la Dictadura. Un régimen político dispuesto, con el General al frente, a perseguir hasta el exterminio a los sobrevivientes republicanos derrotados.

Franco fue un individuo mediocre, ensolerado en el ambiente militar africanista de las guerras coloniales, donde para las cristianas y civilizadas naciones europeas no valen  nada las vidas de los colonizados. Ni tampoco valen nada las de la clase de tropa -y menos aún si son mercenarios- que tratan de mantener el orden colonial. 

Clase de tropa, por cierto, integrada por los hijos de las clases humildes que no podrían redimirse de “la suerte del soldado” pagando una cantidad de dinero. Por tanto, sangre derramada del pueblo español para defender inversiones e intereses en las colonias. Eso sí,  envueltos en himnos patrióticos, mientras los hijos de los inversores y hacendados se libraban de incorporarse a filas. Frente a aquella discriminación en el cumplimiento del servicio militar, el PSOE promovió en plena guerra de Independencia cubana, la campaña “o todos o ninguno”. También esto es Memoria.

Franco instauró una dictadura, depuró hasta el límite los ejércitos de España y las fuerzas y cuerpos de seguridad, creó una jurisdicción especializada en la represión política, el Tribunal de Orden Público y se valía de la banda de pistoleros de la Brigada Político Social, “La Social”,  como fuerza de choque contra cualquier atisbo de disidencia democrática. Y si esa disidencia era de izquierdas, pues con mayor ensañamiento.

El individuo Francisco Franco no me suscita especial interés. Al fin y al cabo, él fue el sanguinario instrumento de los sectores más conservadores de la sociedad española: aristocracia, terratenencia, banca, gran empresariado… pasando por una jerarquía católica situada en las antípodas de cualquier valor moral identificable con lo cristiano. 

Fueron esos sectores, hostiles a la República y a cualquier política que cuestionara  el modo de ser de una sociedad secularmente desgarrada por injusticias y desigualdades sociales, los que promovieron, financiaron y “justificaron” la sublevación contra la República. Los mismos que después sustentaron, bendijeron (y pasearon hasta la náusea  al Dictador bajo palio en los actos y edificios religiosos) y usufructuaron el Régimen franquista. Si no hubiera sido Franco, habría sido cualquier otro individuo dispuesto a llevar a cabo la destrucción violenta de un régimen democrático y la instauración de una dictadura al servicio de los intereses del conservadurismo. 

Esa misma resistencia frente a las políticas y a los gobiernos de signo progresista y la misma voluntad de que “caiga España, que ya la levantaremos” es factible rastrearla en estas décadas de democracia, desde que el conservadurismo logró reagruparse políticamente y superar su desconcierto a raíz del rumbo democratizador que tomaron los acontecimientos tras la muerte de Franco. Y todas esas huellas le producen a este español ultraperiférico indignación,angustia, rebeldía. Y tristeza de España.

Su reorganización de esa “derecha al modo hispano”, que no es cualquier clase de derecha, se llamó PP y bajo el liderazgo de un personaje de expresión cada vez más torva: el mismo individuo que después de traicionar a España  -comprometiendo a las Fuerzas Armadas (y a toda la sociedad española)  en una guerra, la  de Irak,  contraria al Derecho Internacional y sustentada en mentiras-  y de eludir sus responsabilidades  políticas y penales por haber cometido esa traición y por exponer a los españoles a las represalias  -léase la hecatombe de Atocha- del islamismo radical, se sigue permitiendo dar consignas protogolpistas  como la de “el que pueda hacer,que haga” contra el Gobierno legítimo. También Aznar es un mero instrumento.Si no fuera él, ya encontrarían a cualquier otro con idénticas mediocridad y  falta de escrúpulos.

No logro comprender, créanme, cómo pueden vivir, qué clase de subterfugios y de coartadas mentales emplearán personajes que cargan sobre sus espaldas decenas, miles, cientos de miles, millones tal vez, de muertos…y seguir haciendo una vida aparentemente normal. Pienso en el General, pienso en individuos como Netanyahu, en los diabólicos genocidas del S. XX, de Hitler a Stalin pasando por los Maduros y por los no sé cuántos… en los autores de atentados terroristas…o en la, o los, responsables de la muerte de miles de ancianos en las residencias del Madrid de la Pandemia.

¿Qué clase de fanatismo o de ferocidad puede anidar en esos personajes para poder seguir viviendo  después como si tal cosa? ¿Pertenecemos  a la misma  especie, a la  autodenominada homo sapiens?

Si el General hubiera tenido un mero resquicio de conciencia moral, tal vez la explicación de la luz encendida permanentemente en su despacho (y del insomnio del “centineladelaPatria” que glosaban sus panegiristas)  podría haber sido que los remordimientos no lo dejaban dormir. Me habría gustado pensar que al menos tenía un mínimo resquicio de moralidad y de humanidad. Pero las condenas de muerte, que firmó casi en vísperas de su propia desaparición, proclamaban a gritos la dantesca rúbrica  “lasciate ogni speranza”.

Entre la permanente apología que el Régimen franquista hacía del General (ísimo de los Ejércitos), la que ensalzaba el insomnio permanente de la lámpara de su  despacho de El Pardo, como prueba indiscutible de que el dictador velaba las 24 horas del día por los españoles, me llamó siempre la atención: hasta ese nivel llegaban la panegírica y la adulación, tan del gusto de un individuo de talante genocida.

Las guerras, toda guerra, consiste en una inmersión en la barbarie. Y en la Guerra Civil las prácticas arrasadoras ejecutadas por los sublevados, aplicadas con la “violencia extrema” ordenada por el director Mola desde el inicio de la sublevación (Instrucción Reservada nº1) y con arreglo a la más estricta disciplina castrense, tenían como objetivo sembrar el terror entre personas y poblaciones fieles a la Constitución republicana.