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Opinión - Salvar el Mediterráneo y a sus gentes. Por Neus Tomàs

Tú a Londres y yo a Canarias

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Mientras escribo estas líneas, la ciudadanía británica lleva una semana -nada más y nada menos que siete días, con sus 24 horas cada uno de ellos- disfrutando de la vida tal y como era antes de marzo de 2020. ¿Recuerdan lo que era aquello?, porque yo reconozco que lo tengo borroso.

A veces trato de acordarme de cómo era un día sin preocuparse por contagiarse o por contagiar a los que tienes cerca, sin cargar la mascarilla y el gel desinfectante para todos lados, sin contar cuántos somos o si un lugar tiene terraza o no y, la verdad, es que me cuesta pensar que hace algo más de un año estas preocupaciones ni siquiera existieran.

Por más que lo intento no recuerdo cómo era aquello de quedar a la hora que querías, donde quisieras y con cuanta gente te apeteciera para hacer lo que te diera la gana… me parece que hiciera siglos de eso.

Pero lo que realmente me tiene enfurruñada no es que los ingleses ya no tengan que utilizar mascarilla o que puedan hacer lo que les venga en gana, sino que, en Londres, y gran parte de las islas británicas, en estos días gozan de sol y calor. La rabia me puede, no lo puedo evitar. 

Aquí, lloviendo y con un tiempo plomizo impropio de nuestra tierra, y los británicos poniéndose finos de fish and chips y cerveza al solecito. 

¿El coronavirus también ha trastocado el clima y no nos hemos enterado o qué? Porque hasta donde sabemos, el paraíso, la eterna primavera, las Islas Afortunadas tiene un nombre propio y se llama Islas Canarias, no Islas Británicas. ¡Grrr!

Que quede claro que me alegro por ellos, porque han estado mucho más tiempo confinados que nosotros y con unas restricciones muy severas, pero reconozcámoslo, en invierno y primavera en los países anglosajones poco tienes que hacer fuera del calorcito de casa, pero en Canarias es más bien al revés, siempre andas del tingo al tango y paras para descansar y poco más.

La playa, pasear, las terracitas bajo el sol, las citas con amistades que se alargan durante horas, las comidas familiares, las celebraciones de todo tipo, los pateos por la naturaleza, darte un chapuzón, el cortadito casual con alguien que te encuentras por la calle, cantar acompañando a una guitarrita con un grupo de gente, contemplar relajadamente las estrellas… son solo ejemplos de las cosas que hacemos con más frecuencia que nadie en Europa. Nuestros 22 grados de temperatura media nos dan una vidilla incompresible para personas de otros lugares. 

Cierto es que se pueden hacer todas estas cosas siguiendo los protocolos de seguridad contra la COVID-19, pero no es lo mismo, porque, no sé si lo han hecho, pero cantar con mascarilla es un rollo, y ponerle límite al número de personas que invitas a tu cumpleaños también. 

Lo que queremos es lo que tiene el Reino Unido ahora mismo, que no es otra cosa que la sensación de haber cumplido con el deber y, tras meses de sacrificios, por fin disfrutar de nuestro tiempo y de nuestra tierra con normalidad y sin miedo.

Sin embargo, parece que ese momento se nos ha escapado de las manos una y otra vez durante los últimos meses. No sé ya ni las veces que hemos escuchado aquello de que “solo queda un nuevo esfuerzo” o lo de “ya se está viendo la luz al final del túnel”, pero la verdad es que las cifras son las peores de toda la crisis sanitaria, se ha alcanzado el nivel 4 en Tenerife, algo impensable hace solo unos meses, y los hospitales y, sobre todo, la Atención Primaria, viven situaciones muy alarmantes.

A estas alturas pensábamos que estaríamos en un escenario muy diferente al que en realidad hay. Vaticinábamos un resurgimiento espectacular del turismo y la reactivación fulgurante de la actividad económica, estábamos convencidos de que con un 50% de la población con la pauta completa de vacunación podríamos relajarnos y disfrutar del verano y de las vacaciones, pero nada de esto ha ocurrido aún.

Yo -que soy optimista por naturaleza- reconozco que me cuesta encontrarle el lado positivo a esta situación, pero hay que hacerlo, así que lo voy a intentar y a compartirlo con ustedes.

Lo primero de todo: ni por todo el oro el mundo un canario cambia unas papas con mojo y una Dorada o Tropical por una pinta y ese pescado envuelto en un papel que comen los británicos por mucho calorcito que haga. ¡Ni de coña!

En segundo lugar, reconozco que fastidia que los días estén nublados y esta incomprensible llovizna en julio, pero, en realidad, es solo una pataleta porque tenemos otros 350 días al año de sol y cielos despejados que son la envidia de Europa. En pocos días ni nos acordaremos.

Seguimos. “La vacunación va como un tiro”. No son palabras mías sino de la ministra de Sanidad, la canaria Carolina Darias, que nos invita a ser optimistas sobre el recorte de los plazos previstos para alcanzar la inmunidad de grupo, que es lo que hay que conseguir cuanto antes, sí o sí. Hay un pequeño retraso por la logística que conllevan las vacunas, pero en pocos días llegan importantes remesas, así que si no hay sobresaltos ya no irá como un tiro sino como un rayo.

Por si fuera poco, ayer el presidente Torres mandó un aviso a los que se están haciendo los remolones a la hora de vacunarse para advertirles de que se les podrá obligar a hacerlo en caso de sean funcionarios para que no pongan en riesgo lo que entre todos y todas las demás estamos construyendo. Esperemos que tomen nota y que llamen cuanto antes al 012 para pedir su cita.

Lo mejor de todo es que los casos nuevos han comenzado a frenarse e incluso se nota una clara tendencia a la baja en todas las islas, incluida Tenerife, en donde nunca se ha sabido por qué siempre está todo peor. Si esto sigue así no es descabellado pensar que en pocas semanas el panorama sea muy diferente al actual.

Por último, pero no menos importante, no sé qué tienen los Juegos Olímpicos que nos mantienen pegados a la televisión viendo deportes a los que normalmente no le prestamos ninguna atención. Ayer me pasé buena parte de la tarde viendo las competiciones de gimnasia deportiva. Repito… ¡de gimnasia deportiva! Una disciplina de la que no tengo ni la más remota idea pero que me tuvo atrapada unas buenas horas. Si lo pienso, si hay que quedarse en casa ahora es el mejor momento posible porque todavía queda la gimnasia rítmica, los saltos de trampolín, el piragüismo, el baloncesto, la natación, y suma si sigue… Y, como, además, el tiempo está nublado y tristón, pues ¿qué necesidad hay de salir pudiéndote quedar en casa? 

Al final resulta que el caos climático de frío, calima, viento, sol, llovizna y calor (todo junto) es un aliado más que nos invita a no andar por ahí haciendo el tonto para que, cuando llegue el solecito ese que tanto nos gusta, podamos salir y disfrutarlo como se merece.

No me extraña que miles de británicos vayan a salir en estampida rumbo a Canarias en cuanto les den el pistoletazo de salida. Creo que los propios canarios vamos a hacer exactamente lo mismo y sin movernos de aquí.

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