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OPINIÓN | 'Pesimismo y capitalismo', por Enric González

TOMA DE TIERRA

Mañana lo volvemos a intentar

31 de mayo de 2024 00:22 h

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Los juicios de Núremberg de 1945 fueron una de las consecuencias de una profunda herida que penetró en la idea que los seres humanos tenían de sí mismos. Las promesas de La Ilustración, aquella idea acelerada de que el tiempo en sí mismo, solo por transcurrir, nos haría mejores personas se dio de bruces con las cámaras de gas de los nazis y todas las crueldades ya narradas, nunca lo suficiente, en la historiografía, la literatura y el cine. Las peores, tal vez, nunca las sabremos.

Y las heridas, también las de la humanidad, cuando se curan visiblemente, después dejan otras secuelas. Y aún con esa cicatriz que escuece, asistimos impotentes a un genocidio en el que un Estado, como si de un niño mimado se tratara, se arroga el derecho de las víctimas del holocausto judío para justificar nuevas atrocidades, esta vez televisadas en tiempo real. Imágenes que conviven con otras de la vida abriéndose paso, de las flores que “rompen hasta el pavimento”, de la belleza.

Observo en mi generación una profunda culpa por no suspender inmediatamente la alegría por lo que está pasando en el mundo, por lo que nos obligan a patrocinar. En palabras del cantautor Marwán, y más o menos como se lo explicó a Aimar Bretos: “El sistema nos obliga a ser malas personas”. Y yo tras darle muchas vueltas, y sin caer en el tópico de defender la alegría, ya que hemos rebajado nuestras expectativas que estamos en el punto de defender la estabilidad mental, les diría que si hoy no lo logramos, mañana lo volvemos a intentar.

Tengo algunos amigos historiadores, para ellos el modo en que una periodista cuenta una historia es como si pasara un ferrari, nos miran atemorizados por el poco tiempo que tenemos cada día para ser especialistas en un tema y al día siguiente en otro. Y nos dejamos el corazón cada día y al día siguiente, otro corazón. Uno de ellos me dijo esta semana, que debió verme con la herida de humanidad muy abierta, que imaginara qué pasó en 1871 tras la Comuna de París; 10.000 ejecutados. Pensé en aquellas 10.000 familias, pensarían: “¿Para qué le sirvió la lucha a Pierre?” e historias así que se contarían apenados los unos a los otros. Pero, apenas diez años más tarde, comenzaba a extenderse, rompiendo el pavimento, el sufragio universal masculino.

Porque no se rindieron, porque se turnaron, porque no olvidaron a Pierre. Seguramente se dirían los unos a los otros: mañana lo volvemos a intentar. Aunque nos hayan dejado un legado caduco, un país en blanco y negro o un planeta más cruel que una ruleta rusa. Mañana lo tenemos que volver a intentar.

Lo volvemos a intentar porque rendirse es un privilegio de las personas a quienes les da igual el futuro de las mayorías y, les dejé lo mejor para el final, las mayoría somos nosotros.

*A la memoria de Norita Cortiñas, madre de la Plaza de Mayo.

Los juicios de Núremberg de 1945 fueron una de las consecuencias de una profunda herida que penetró en la idea que los seres humanos tenían de sí mismos. Las promesas de La Ilustración, aquella idea acelerada de que el tiempo en sí mismo, solo por transcurrir, nos haría mejores personas se dio de bruces con las cámaras de gas de los nazis y todas las crueldades ya narradas, nunca lo suficiente, en la historiografía, la literatura y el cine. Las peores, tal vez, nunca las sabremos.

Y las heridas, también las de la humanidad, cuando se curan visiblemente, después dejan otras secuelas. Y aún con esa cicatriz que escuece, asistimos impotentes a un genocidio en el que un Estado, como si de un niño mimado se tratara, se arroga el derecho de las víctimas del holocausto judío para justificar nuevas atrocidades, esta vez televisadas en tiempo real. Imágenes que conviven con otras de la vida abriéndose paso, de las flores que “rompen hasta el pavimento”, de la belleza.