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Mentiras, medias verdades, 'Fake news' y falacias varias

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En los últimos tiempos nos hemos convertido –nos han convertido– en un resignado sumidero receptor de falsedades y engaños cotidianos que se nos prodigan desde instituciones, partidos, corporaciones y órganos oficiales, con una naturalidad enfermiza. Flagrante menosprecio a la sensibilidad ciudadana y atentado contra derechos básicos, como el acceso a la información veraz y a la libertad de expresión.

Para que esta bajeza moral haya tomado carta de naturaleza, convertida en acomodada rutina está siendo imprescindible la colaboración mediática. El papel de algunos medios de comunicación es fundamental para que la nociva filosofía política devenga en negocio rastrero para los arribistas de siempre, a base de manipulaciones orquestadas en campañas de propaganda política (definidas en el decálogo de Chomsky como “Armas silenciosas para guerras tranquilas”). Para ello se necesita comprar, o en su caso alquilar, líneas editoriales puestas en venta y propensas a prescindir de un código deontológico en favor de la voz de su amo. Pues “quien paga, manda”. Un ámbito periodístico muy sensible, donde el intrusismo mercenario de “comunicadores” vendidos al mejor postor, se enseñorea con impunidad donde debiera imperar la ética de una profesión cuya excelencia queda en entredicho; a falta de una colegiación de rango nacional que la proteja de sucedáneos invasivos, la defienda en sus intereses profesionales y de la posible explotación empresarial.

Ahí el ciudadano normal poco puede hacer. Solo protegerse de asechanzas ideológicas, sesgadas y tendenciosas y, sobre todo, intentar defender su dignidad de pueblo soberano, cuya conciencia no puede ser vulnerable a maquinaciones analfabetas. Dicho de otro modo, no permitir que los cutres “padres patrios”, bien pagados, crean que los votantes somos cortos de entendimiento y que no los tenemos localizados.

Es muy desagradable, para el ciudadano normal, sentirse instalado en un recinto ferial, o circense, en formato de mercadillo barriobajero, donde se manejan negocios soterrados y del que no se puede salir porque está vallado; con un ostentoso cartel en todo lo alto que reza “Estado de Derecho”. 

Los feriantes actúan como si fueran los amos. Aunque elegidos por el pueblo al que engañan con currículums ficticios y falsas promesas que no se cumplen. En lugar de pagar un canon por ocupar un puesto, como en cualquier feria de pueblo, ellos perciben un suculento salario para administrar los bienes e intereses de los propietarios de las instalaciones, que son precisamente los usuarios del recinto que han depositado dicha voluntad en unas urnas. Tras la selección, y una vez colocados los aspirantes en sus respectivas casetas, lo primero que hacen es encaramarse en una poltrona de patas largas, como para investirse de fatua autoridad y poder contemplar desde lo alto y con menosprecio a quienes el día antes les doraban la píldora para ser elegidos… Los dueños legítimos pasan a ser clientes mal tratados por unos supuestos servidores del pueblo que, con sus argucias de hampones y facinerosos fulleros, tratan de someter al “pueblo soberano” y avasallarlo con intención de hacerlos siervos tributarios para poder así seguir forrándose ad eternum. 

Los empleados contratados en barbecho, no son trigo limpio. Sus comportamientos son propios de una pandilleja de baja estofa. Se odian entre sí por mor de ambiciones patógenas y exceso de competencia de unos contra otros. En sus luchas encarnizadas recurren a las peores artimañas, donde la traición no respeta ni a parientes del mismo clan. Cuando se teme que el primo que regenta el puesto de al lado pueda guindar parte de la clientela por su mejor discurso, no importa prenderle fuego a la caseta anexa, aunque eso favorezca a los verdaderos enemigos: los estafadores de enfrente; los trileros de siempre; incluso algún asesino en serie convicto a medio redimir. Solo se trata de que los clientes no se desvíen al puesto de al lado. El resto, que la mafia organizada se enseñoree del patio, no tiene la menor importancia… aunque el tinglado termine explosionando.

Mal avío tiene el descosido. Porque la plazoleta central, foco y mentidero de cuanto circunda el poblado, dispone de un tablón de anuncios, a la vista de todos, en el que se insertan toda suerte de normas e imposiciones dictadas a golpe de plumazo por la junta rectora de los mercaderes en su templo. Anuncios y datos falsos que mienten y cambian los “dije” y “diego” de un día para otro. Cada nuevo bando “decretado” es un texto destructivo contra alguno de los múltiples valores que de antaño gozaba esta comunidad social. No hay un solo indicio constructivo en favor del respeto por usos y costumbres, valores morales tradicionales, ni cualquier atisbo de fomentar sentimientos positivos por el arraigo natural de los titulares del asentamiento, desolados y vulnerables ante la corrosión sistemática y premeditada del sistema. No importa el fracaso comercial del mercadillo; pues la ruina de cada tenderete supone el empobrecimiento generalizado; muy conveniente para que la soberanía del lugar vaya pasando subrepticiamente de los ingenuos e indefensos titulares a manos de los feriantes corruptos, trileros tramposos y delincuentes mafiosos con capacidad de comprarlo todo; incluidas sentencias judiciales…

El concepto de democracia y su etimología la definen como “gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”. Teoría que implica principios de igualdad para todos los ciudadanos; respeto a la autonomía privada garantizada mediante la protección de los derechos individuales; pluralismo y control del poder político; capacidad de los ciudadanos para poder participar en las decisiones que les afecten; y otros varios predicados adscritos a la Declaración Universal de los Derechos Humanos.

Nada tiene que ver esta utopía con la realidad que padecemos en primera persona de plural dentro de la comuna tribal antes descrita. A pesar de su encabezamiento como “Estado de Derecho”, se parece más a la “casa de tócame Roque” o a la granja de Orwell, que terminó por reventar…

Para depurar personal nocivo y librarnos de esta lacra política, sería conveniente aplicar el polígrafo a titulares, eslóganes, intervenciones, entrevistas y declaraciones de todos los cargos públicos… Y ni por esas… 

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