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Miserables

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Cuando vas al supermercado y cuentas las naranjas para que no te sobre ninguna de acuerdo con el número de comensales que van a deglutir un zumo ¿es ahorro u otra cosa? Cuando tienes una radio a pilas y se las pones y se las quitas únicamente cuando la escuchas ¿es ahorro u otra cosa? Cuando te desplazas de forma rauda por la vivienda apagando luces y presionando el interruptor hasta dejarlo en off de todas aquellas regletas donde algo esté enchufado susceptible de consumir algún vatio de energía ¿es ahorro u otra cosa? Cuando decides espaciar el uso de la cisterna en un inodoro o le colocas botellas con peso dentro del tanque para que cargue menos agua ¿es ahorro u otra cosa? 

Realmente cuando la solvencia y el excedente rigen nuestras vidas, el uso y gestión del entorno cae hasta un segundo plano. La idea primigenia de la supervivencia deja de ser nuestro objetivo principal cuantitativo para pasar a los aspectos cualitativos. O, en otras palabras, se convierte en un estado de ánimo. Esta provocadora aseveración se basa en que la pobreza no es una elección. La ausencia de acceso a bienes y servicios básicos no se configura como un modo de vida, sino una escala de oportunidades. No es menos cierto que se incrementan o disminuyen las probabilidades de pertenecer a un grupo u otro de acuerdo a actuaciones propias donde no se pretende alcanzar la acumulación como objetivo vital. Se trata de evitar que la caridad sustituya a la solidaridad.

Si bien la desigualdad ha aumentado en los últimos treinta años en muchos países, ha disminuido en otros. De hecho, las diferencias, pese haber disminuido de media, han aumentado en determinados grupos sociales. También hay desigualdades dentro de las comunidades y dentro de las familias. Hasta el treinta por ciento de la desigualdad de los ingresos tiene su origen en la desigualdad existente en los hogares. Si bien las desigualdades de género han ido disminuyendo, las mujeres aún padecen disparidades económicas, jurídicas, políticas y sociales importantes.

Pero los efectos de las desigualdades no se limitan al poder adquisitivo. También repercuten en la esperanza de vida y el acceso a servicios básicos e, incluso, pueden coartar los derechos humanos. En verdad, cuando las desigualdades son considerables, desalientan la formación profesional, obstruyen la movilidad económica y social y el desarrollo humano y, en consecuencia, inhiben el crecimiento económico afianzando la incertidumbre, la vulnerabilidad y la inseguridad, socavando la confianza en las instituciones, provocando el aumento de la discordia y las tensiones sociales.

Puede que parezca que sea una actitud miserable el intentar no gastar más de lo debido, o de incrementar el ahorro céntimo a céntimo. Ahora bien, lo verdaderamente miserable es que se aplique el derroche tanto consciente como inconsciente cuando el 99% de la población mundial posee menos riqueza que el 1% más pudiente de la población, asumiendo que será tildado de ser un comentario demagógico, simplista y excluyente, pero no por eso deja de ser verdad.