Espacio de opinión de Canarias Ahora
Ser mujer, portavoza y no morir en el intento
“Va de guerrera, porque lleva los labios pintados de rojo”. “Qué mal, una diputada con las uñas mal pintadas”. “No puede ser secretaria general, porque está en edad de quedarse embarazada”. “Parece la muñeca Nancy, porque lleva cintas en el pelo”. “Es más bajita en realidad de lo que parece en la tele”. “¡Ay, arréglate un pisco, que vas de cualquier manera”. “Y cómo vienes sin maquillar?” “No es ella, es la gente que la rodea y la asesora”. “No te pongas tanto escote, que no te van a tomar en serio”. “Vaya traje llevas hoy, es demasiado corto”. “Está poco centrada, que tiene al novio lejos”. “A ese asesor lo quiere contratar porque seguro que tiene algo con él”. “No digas las cosas tan enfadada, niña, que las mujeres enfadadas parecen unas histéricas”. “Se lo voy a explicar despacio, para que lo entienda”.
Abrir mis redes sociales y que alguien decida que enviarme mensajes guarros o fotos con el miembro al aire me resultará algo agradable. O que un periodista confiese off the record que su objetivo en una entrevista en televisión era hacerme llorar.
Estas frases, comportamientos y comentarios los he sufrido y padecido durante estos casi tres años que llevo compatibilizando ser mujer, primero; y después candidata a la Presidencia de Canarias, después portavoz parlamentaria y secretaria general, joven, de Podemos, ¡y además rubia! Tremendo pecado el mío. Y las he sufrido de gente de derechas y gente de izquierdas. De otros partidos, y también del mío. Y las he sufrido de hombres y también de mujeres, lo que es peor. Tenemos un grave problema cuando muchas veces los peores ataques machistas vienen de las propias mujeres.
No soy especial, ni quiero centrar este artículo solo en mí. Lo he hablado, compartido y padecido con compañeras de PSOE, PP, Ciudadanos o Nueva Canarias. De todas las edades. A todas nos ha pasado, de una u otra manera. A nivel local, regional, autonómico o nacional. Ninguna se libra. Allá donde hay una mujer, tiene que escuchar y padecer estas cosas. Y no solo en política, o en profesiones de relevancia mediática. Pasa en todas las esferas. Cajeras de supermercado, conductoras de guaguas, profesoras, médicas, abogadas y obreras. En el año 2018 seguimos teniendo que aguantar que se nos juzgue por nuestro aspecto físico, por lo que llevamos puesto, por nuestro tono de voz, por nuestra edad o por nuestros peinados. Y no por lo que decimos o por lo que hacemos. Insisto, ¡en pleno 2018! A estas alturas de la película y el machismo sigue presente, cada día.
Y cuidado con alzar la voz, porque parece que si encima protestamos por esto, somos nosotras las malas. Si feminizamos el lenguaje, mal. Si acusamos a un hombre de machista, estamos politizando la causa. Hagamos lo que hagamos, mal. Somos unas femininazis.
Y no. Ya está bien. Hay que tener tolerancia cero con el machismo. Porque, digámoslo bien claro, y citando la frase de Benoite Groult: “El feminismo nunca ha matado a nadie, el machismo mata cada día”. En concreto, una media de 60 mujeres al año en España. 60 mujeres asesinadas. ¿Y saben cuantas denuncias se hacen en España cada mes por violencia machista? Más de 10.000, que se dice pronto. A eso añádanle las que no se atreven a denunciar.
Y las violaciones. Cada año unas 1.200. Cien al mes. Una violación cada 8 horas. Tres mujeres cada día obligadas a tener sexo sin quererlo. Una de las peores violencias que se pueden sufrir.
Y todavía, de vez en cuando, se escuchan comentarios del tipo “es que, claro, iba provocando”, “con esa ropa que llevaba, y caminando sola por la noche”.
Cuando a un tipo le roban sacando dinero en un banco, nadie comenta después “es que, claro, a quién se le ocurre, llevaba un reloj muy caro, iba provocando”. Pero si la agresión la sufre una mujer, entonces sí. Se analiza su vestuario y su comportamiento.
En 2017 vimos un ejemplo que a mí, personalmente, me dio mucho asco. Todo el juicio público a la chica violada por La manada en los Sanfermines. Un caso que es el ejemplo perfecto de la sociedad machista que tenemos. Aquel comentario de “es que rehízo su vida muy pronto” demuestra lo que somos y lo que tenemos que cambiar.
Insisto en esta idea: el machismo lo sufrimos todas. Tengamos la profesión que tengamos y seamos de la ideología que seamos. Por eso me enfada especialmente encontrar comentarios y respuestas de mujeres del Partido Popular y de Ciudadanos como las que hemos encontrado últimamente.
Porque yo no quiero que el feminismo sea de izquierdas. Quiero que el feminismo sea algo de todas. Que sea de sentido común. La huelga del 8 de marzo era una ocasión perfecta para que todas las mujeres estuviéramos en el mismo bando. Por desgracia, algunas no lo han entendido. Y creo que se equivocan. Y me duele que se equivoquen. Porque las necesitamos. Necesitamos estar todas juntas. Eso es la sororidad. Porque no podemos seguir tolerando estas cosas. Ejemplos nos sobran, y razones también. Seamos portavoces o portavozas, seamos lo que seamos, todas necesitamos más feminismo.
Cito una frase de una mujer ejemplo: Audre Lorde. Si no la conocen, búsquenla. Por mujeres como ellas, somos. La frase dice “Mi silencio no me protegió, tu silencio no te protegerá.” Y el silencio sobre determinadas cosas es cómplice del machismo. Hablemos, gritemos, saltemos. Tolerancia cero ante los comentarios y actitudes machistas. Ni uno más, y ni una menos.
Porque yo no quiero que 2018 sea el año de las mujeres. Quiero que sea nuestro siglo. Y quiero que sea nuestra vida. Porque quiero que estemos vivas. Nos queremos vivas. Y alegres. Y sonrientes. Y con minifaldas o con melfas saharauis, rubias o morenas, o del pelo azul, con los labios pintados de rojo, el pelo corto o largo, que gritemos lo que queramos. Que lo importante es que lo elijamos nosotras, sin que nadie nos lo imponga. Y que no nos juzguen nunca más por cómo vestimos o cómo somos. Que nos juzguen y nos critiquen de la misma forma que se hace con los hombres. Porque con el feminismo lo que queremos es ser iguales. Ni más ni menos. Iguales. Porque nos falta mucho para serlo.
Pero estoy segura de que lo lograremos. Por nuestras abuelas (que tanto ejemplo nos han dado y nos siguen dando, luchando ahora por sus pensiones), por nuestras madres (que han trabajado y trabajan, sacando adelante a sus familias conciliando sus trabajos y sus sueños) y por nuestras hijas y nuestras nietas. Para que se encuentren un mundo más igual que el nuestro. Nos lo debemos todas. Y lo vamos a conseguir.
Por eso, este 8 de marzo llamamos a la huelga feminista. Porque es muy necesaria.
Porque si paramos nosotras, se para el mundo.
“Va de guerrera, porque lleva los labios pintados de rojo”. “Qué mal, una diputada con las uñas mal pintadas”. “No puede ser secretaria general, porque está en edad de quedarse embarazada”. “Parece la muñeca Nancy, porque lleva cintas en el pelo”. “Es más bajita en realidad de lo que parece en la tele”. “¡Ay, arréglate un pisco, que vas de cualquier manera”. “Y cómo vienes sin maquillar?” “No es ella, es la gente que la rodea y la asesora”. “No te pongas tanto escote, que no te van a tomar en serio”. “Vaya traje llevas hoy, es demasiado corto”. “Está poco centrada, que tiene al novio lejos”. “A ese asesor lo quiere contratar porque seguro que tiene algo con él”. “No digas las cosas tan enfadada, niña, que las mujeres enfadadas parecen unas histéricas”. “Se lo voy a explicar despacio, para que lo entienda”.
Abrir mis redes sociales y que alguien decida que enviarme mensajes guarros o fotos con el miembro al aire me resultará algo agradable. O que un periodista confiese off the record que su objetivo en una entrevista en televisión era hacerme llorar.