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Multos testis esse dicturos

Israel Campos

Las Palmas de Gran Canaria —

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En la Antigua Roma, era frecuente que se produjera cierta confusión en el uso de un término que, en función de su contexto, podía ser interpretado de una forma u otra. La palabra “testis”, significaba al mismo tiempo “testigo” y “testículo”, por aquello de que los órganos masculinos eran considerados como la evidencia fehaciente de la varonía de quien lo portaba. Cuando en un juicio un individuo era convocado en calidad de testigo, se denominaba tal situación “testificar”, que viene del compuesto “testis” + “facere”, hacer de testigo. No es una cuestión banal, puesto que, en el antiguo derecho romano, los testimonios por escrito no tenían validez, y, por tanto, era necesario que el individuo convocado prestase su declaración en persona, ante el tribunal y el acusado. A través de internet, se ha propagado el bulo de que debido a esta doble significación de la palabra “testis”, los testigos cuando acudían a declarar hacían juramento de decir la verdad tocándose con la mano sus testículos, como forma de refrendar su promesa. Aunque no deja de ser muy impactante esta escena, no existe ninguna evidencia testimonial que lo corrobore, y más bien tendremos que quedarnos con la realidad. Es más probable que a falta de biblias y constituciones, se realizara un juramento poniendo como valedora de su palabra a alguna divinidad importante, como Júpiter, Apolo, Hércules, etc.

Que el origen de “testificar” no esté vinculado a una cuestión testicular, no ha excluido nunca que estos hayan estado continuamente presentes a lo largo de la historia de la judicatura. Tradicionalmente, la Justicia (como tantos otros espacios de la vida política, militar, económica, cultural, etc.) ha sido un territorio acaparado por el discurso patriarcal, dejando hasta no hace mucho excluidos y, a menudo muy perjudicadas por sus decisiones, a todo lo relacionado con el género femenino. La actitud que se encuentra implícita en la anécdota no corroborada de “tocarse los testículos” antes de iniciar el testimonio, tampoco ha sido algo que podamos excluir por completo de las salas de Justicia. Ha sido muy frecuente ver a testigos que subían al estrado en calidad de “colaboradores de la verdad”, pero que, en la práctica, su testimonio parecía más bien limitarse a estar evocando de forma más grosera al supuesto sentido alternativo a la palabra “testis”. No solo frecuente, sino reciente. Ayer mismo, sin ir más lejos, pudimos presenciar a través de los medios de comunicación que consideraron que era lo suficientemente importante como para transmitirlo, que el presidente de un país, acudiese a declarar en calidad de testigo, por una causa de corrupción del partido que actualmente preside y del que ha venido ocupando diferentes cargos de responsabilidad en los últimos treinta años. El hecho de ser convocado bajo esa figura procesal implica que se está en obligación de decir la verdad, pero ya sabemos que esta es relativa (o más recientemente interpretable, como dirían en algunos sitios) y ya decía Machado que no nos vale tu verdad, sino la verdad. Pensaba Cicerón que la abundancia de testigos sería suficiente prueba para lograr una condena, o para demostrar la culpabilidad de un acusado. En el juicio que se estableció contra el gobernador de Sicilia Verres, tenía toda la isla para ofrecer su testimonio en contra. En este juicio contra el entramado de corrupción que el Partido Popular instauró durante los últimos años está contando con un enorme número de testigos. Como le pasó a Cicerón, muchos están dispuestos a hablar (multos testis esse dicturos Verr. II.3.145); muchos lo han hecho ya, y las barbaridades y tropelías que se han hecho al amparo de la corrupción, el pelotazo, la especulación y el descontrol han dejado de dar vergüenza ajena a la población, saturada con el volumen de los escándalos. Lo que debería haber sido un culmen a esta causa, la convocatoria en calidad de testigo del máximo responsable político del partido protagonista de estos acontecimientos, por cuanto debería ser el principal interesado en esclarecer los hechos, se convirtió, tal y como pudimos presenciar ayer, en una clara representación de los dos sentidos de la palabra latina. La autoridad del Tribunal, el interés por la causa o el mero deseo por aclarar los hechos que allí estaban bajo juicio, quedaron subordinados a la actitud de un personaje que, al más viejo estilo romano… puso su testis sobre la mesa, por si alguien no se había percatado de a quién estaban llamando a declarar.

En la Antigua Roma, era frecuente que se produjera cierta confusión en el uso de un término que, en función de su contexto, podía ser interpretado de una forma u otra. La palabra “testis”, significaba al mismo tiempo “testigo” y “testículo”, por aquello de que los órganos masculinos eran considerados como la evidencia fehaciente de la varonía de quien lo portaba. Cuando en un juicio un individuo era convocado en calidad de testigo, se denominaba tal situación “testificar”, que viene del compuesto “testis” + “facere”, hacer de testigo. No es una cuestión banal, puesto que, en el antiguo derecho romano, los testimonios por escrito no tenían validez, y, por tanto, era necesario que el individuo convocado prestase su declaración en persona, ante el tribunal y el acusado. A través de internet, se ha propagado el bulo de que debido a esta doble significación de la palabra “testis”, los testigos cuando acudían a declarar hacían juramento de decir la verdad tocándose con la mano sus testículos, como forma de refrendar su promesa. Aunque no deja de ser muy impactante esta escena, no existe ninguna evidencia testimonial que lo corrobore, y más bien tendremos que quedarnos con la realidad. Es más probable que a falta de biblias y constituciones, se realizara un juramento poniendo como valedora de su palabra a alguna divinidad importante, como Júpiter, Apolo, Hércules, etc.

Que el origen de “testificar” no esté vinculado a una cuestión testicular, no ha excluido nunca que estos hayan estado continuamente presentes a lo largo de la historia de la judicatura. Tradicionalmente, la Justicia (como tantos otros espacios de la vida política, militar, económica, cultural, etc.) ha sido un territorio acaparado por el discurso patriarcal, dejando hasta no hace mucho excluidos y, a menudo muy perjudicadas por sus decisiones, a todo lo relacionado con el género femenino. La actitud que se encuentra implícita en la anécdota no corroborada de “tocarse los testículos” antes de iniciar el testimonio, tampoco ha sido algo que podamos excluir por completo de las salas de Justicia. Ha sido muy frecuente ver a testigos que subían al estrado en calidad de “colaboradores de la verdad”, pero que, en la práctica, su testimonio parecía más bien limitarse a estar evocando de forma más grosera al supuesto sentido alternativo a la palabra “testis”. No solo frecuente, sino reciente. Ayer mismo, sin ir más lejos, pudimos presenciar a través de los medios de comunicación que consideraron que era lo suficientemente importante como para transmitirlo, que el presidente de un país, acudiese a declarar en calidad de testigo, por una causa de corrupción del partido que actualmente preside y del que ha venido ocupando diferentes cargos de responsabilidad en los últimos treinta años. El hecho de ser convocado bajo esa figura procesal implica que se está en obligación de decir la verdad, pero ya sabemos que esta es relativa (o más recientemente interpretable, como dirían en algunos sitios) y ya decía Machado que no nos vale tu verdad, sino la verdad. Pensaba Cicerón que la abundancia de testigos sería suficiente prueba para lograr una condena, o para demostrar la culpabilidad de un acusado. En el juicio que se estableció contra el gobernador de Sicilia Verres, tenía toda la isla para ofrecer su testimonio en contra. En este juicio contra el entramado de corrupción que el Partido Popular instauró durante los últimos años está contando con un enorme número de testigos. Como le pasó a Cicerón, muchos están dispuestos a hablar (multos testis esse dicturos Verr. II.3.145); muchos lo han hecho ya, y las barbaridades y tropelías que se han hecho al amparo de la corrupción, el pelotazo, la especulación y el descontrol han dejado de dar vergüenza ajena a la población, saturada con el volumen de los escándalos. Lo que debería haber sido un culmen a esta causa, la convocatoria en calidad de testigo del máximo responsable político del partido protagonista de estos acontecimientos, por cuanto debería ser el principal interesado en esclarecer los hechos, se convirtió, tal y como pudimos presenciar ayer, en una clara representación de los dos sentidos de la palabra latina. La autoridad del Tribunal, el interés por la causa o el mero deseo por aclarar los hechos que allí estaban bajo juicio, quedaron subordinados a la actitud de un personaje que, al más viejo estilo romano… puso su testis sobre la mesa, por si alguien no se había percatado de a quién estaban llamando a declarar.