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Más no es siempre mejor

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Si lo primero que haces cuando te levantas por la mañana es revisar tus perfiles en redes sociales para comprobar si alguien en Melbourne te ha respondido a la magnífica fotografía de un gato tocando el piano con cara de satisfacción que has publicado recientemente, tienes un problema. Pero puede ser peor aún. Y es no haber apagado el móvil durante toda la noche para ver si el grupo de la familia (cuñados y cuñadas incluidas), al ir al baño de madrugada, te han respondido sobre ese chiste gráfico que en esos momentos triunfa en internet. Por eso, no hay que ser negacionista, pero tampoco hay que exagerar. 

En economía, el punto de saciedad se define como aquella situación en donde unidades adicionales de consumo ya no ofrecen utilidad positiva alguna, pasando a ser indiferente e, incluso, perjudicial. Todo ello depende, claro está, de las preferencias del consumo, derivado de la utilidad marginal decreciente. En este caso, se valoran con gran estima las primeras unidades de consumo, pero una vez que va adquiriendo más, su utilidad va decayendo. Pues con el consumo telemático pasa algo parecido, con la salvedad que se corre el riesgo de quedar atrapado en una realidad de cambio constante. Y no de forma voluntaria.

El uso continuado de la tecnología tiene connotaciones totalmente positivas, pero también se corre el riesgo de estar en exposición hacia sus posibles efectos adictivos. Y, como toda adicción, genera irritabilidad, nerviosismo, ansiedad, dolores de cabeza, trastornos gastrointestinales, episodios de frustración, falta de concentración, dolores de cuello y espalda, así como trastornos de sueño e insomnio. Ahí es nada. Lo cierto es que han pasado más de veinte años y, aparentemente, no se echaba de menos nada en lo que a la actualización de la (des)información se refiere. Veías u oías en tele y radio, respectivamente, las noticias según la programación existente o leías el periódico, normalmente, por las mañanas y eso te permitía posicionarte para enfrentarse a nuevo día.

Con la tecnología, es innegable que la productividad se puede incrementar, siempre y cuando se usen los medios tecnológicos como herramientas y no como un grillete. Corremos el riesgo de terminar siendo nuestro propio avatar en formato electrónico. Apagamos (si hay suerte para poderlos apagar) nuestros ordenadores y enseguida miramos la pantalla de nuestro smartphone. Se nos pregunta algo y, para asegurarnos, hacemos una búsqueda conceptual en la red o le preguntamos a nuestro altavoz ¿inteligente?, porque nos inunda la desconfianza.

Se nos obliga a cerrar la denominada brecha digital sin curva de aprendizaje alguna, salvo la implosión en donde aprendes a nadar mientras evitas ahogarte. Es cierto que ahora se dispone de más información, pero no se traduce necesariamente en impacto porque no siempre se trata de “mejor” información. De hecho, puede generar dependencia e ignorancia porque no te fías de tus propios conocimientos. Por ello, hay que aprender a utilizar la tecnología con la recomendación de cultivarse desde fuentes de confianza. De hecho, no es recomendable usar unos alicates para pelar papas. Puede que al final lo consigas, pero seguro que el resultado no es el más apetecible.

Si lo primero que haces cuando te levantas por la mañana es revisar tus perfiles en redes sociales para comprobar si alguien en Melbourne te ha respondido a la magnífica fotografía de un gato tocando el piano con cara de satisfacción que has publicado recientemente, tienes un problema. Pero puede ser peor aún. Y es no haber apagado el móvil durante toda la noche para ver si el grupo de la familia (cuñados y cuñadas incluidas), al ir al baño de madrugada, te han respondido sobre ese chiste gráfico que en esos momentos triunfa en internet. Por eso, no hay que ser negacionista, pero tampoco hay que exagerar. 

En economía, el punto de saciedad se define como aquella situación en donde unidades adicionales de consumo ya no ofrecen utilidad positiva alguna, pasando a ser indiferente e, incluso, perjudicial. Todo ello depende, claro está, de las preferencias del consumo, derivado de la utilidad marginal decreciente. En este caso, se valoran con gran estima las primeras unidades de consumo, pero una vez que va adquiriendo más, su utilidad va decayendo. Pues con el consumo telemático pasa algo parecido, con la salvedad que se corre el riesgo de quedar atrapado en una realidad de cambio constante. Y no de forma voluntaria.