No seamos hipócritas

7 de marzo de 2021 15:24 h

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Sostengo que esta tierra fue conquistada en base a la violencia, los servicios de mercenarios contratados para reprimir con sus armas de fuego cualquier intento de liberación y los engaños a una gente noble que confió vanamente en la palabra de los invasores.

Sostengo también que esos mismos conquistadores se repartieron las mejores tierras, explotaron sus recursos y a sus paisanos (lo siguen haciendo), y se organizaron para maniatar a una sociedad agraria, analfabeta y semifeudal, que apenas pudo disfrutar de la República antes de que estallara la Guerra Civil con sus terribles consecuencias y persecuciones.

Y sostengo finalmente que esa misma oligarquía económica se organizó políticamente para controlar las instituciones más importantes disfrazados de nacionalistas una vez llegó la democracia, y perpetuar durante casi 30 años una mezcla pringosa de política y negocio que suele devenir en corrupción.

En los últimos tiempos de crisis ese dominio incluyó el control de unos medios de comunicación sin apenas recursos, no sólo para hacer publicidad y propaganda de los gobernantes, sino para atacar a los adversarios molestos o censurar directamente cualquier voz discrepante que hiciera daño.

También para anular los atisbos de un periodismo que investigue los continuos y flagrantes incumplimientos de la legalidad, haciendo crecer la sensación de impunidad entre algunos que pensaron que jamás iban a dejar de disfrutar del poder.

Porque eso es lo que han venido haciendo: disfrutar del poder en lugar de gobernar y tomar decisiones que mejorasen las vidas de lo que ellos llaman “nuestra gente” cuando conviene tocar a rebato frente a un enemigo externo inexistente al que obviamente solo se puede derrotar con votos en la urna apropiada.

Pero pasó. Costó. Sigue costando cada día. Y casi no sale, pero eso que en otros lugares se llama alternancia y se vive con normalidad democrática aquí ha generado un movimiento telúrico que no termina de dejarnos vivir en paz. 

Hay que hacer caer este nuevo Gobierno a toda costa. Hay que devolver las cosas a su lugar. Esta sublevación es inaguantable. Y si no se puede, al menos convencer a una parte del mismo que es mejor repartirse los territorios para que en Tenerife el statu quo vuelva a donde conviene.

Es eso o la guerra permanente. El acoso y derribo con los medios de comunicación al servicio de la causa. Porque esta gente comienza tratando de conquistar a quien corresponda con lisonjas y bonitas palabras, y si no es suficiente recurren al caramelo, y si sigue sin ser suficiente la cuestión deriva en persecución y amedrentamiento. 

Eso sí que son linchamientos y no los que ahora pretenden inventar algunos tristes mesnaderos. En eso consiste la estrategia final de la casa. ¿Qué importa la verdad? Lo que importa es que se hable de la realidad que nos conviene en el caso de que no podamos ocultar la otra.

A ver…

Le tengo cariño a Javier Abreu, más allá de todas las que me ha hecho. Jamás me burlaría de su condición sexual ni he hablado nunca de ella. Y le pido disculpas públicamente si en algún momento se sintió ofendido por la parodia que hice sobre sus excusas, tras una denuncia tan grave y falsa como la que ha hecho.

He vivido con él y contra él duras batallas dentro del PSOE y hemos peleado juntos por cambiar las cosas de las que vengo hablando. Por eso me da tanta pena la forma en que lo expulsaron de lo que él consideraba su casa como la forma en que lo está utilizando ahora Coalición Canaria. 

Pero tengo la certeza de que si hubiera escrito que en el pen drive del cuento en lugar de una peli porno lo que había es un capítulo de Barrio Sésamo los sicarios del Régimen se hubieran agarrado a la presunta relación de Epi y Blas para atacarme. Había tanta homofobia en mi artículo como cariño le tienen a Abreu sus nuevos defensores (donde sí que la hay es en la mente de quienes están usando ese falaz argumento). Les importa un pito Javier, lo están usando para apartar el foco del fondo del asunto.

Y el fondo del asunto es la necesidad imperiosa de que vuelva ya esa mezcla pringosa de política y negocio a gobernar esta tierra, garantizando la impunidad frente al incumplimiento de la legalidad para alcaldes como Ana Oramas, Fernando Clavijo o José Alberto Díaz en las últimas décadas.

Conviene poner el foco en cualquier cosa que ayude a olvidar la denuncia de la Fiscalía Anticorrupción en el caso Reparos, que ha tenido la osadía de redactar un informe que complica el futuro político de uno de los nuestros. Si hace falta nos inventamos una teoría de la conspiración y que comiencen a rodar las rotativas. 

No seamos hipócritas, no lo merece “nuestra gente”.

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