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El valor de la palabra

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No había empezado a disiparse el humo en los suburbios de Beirut cuando Israel negaba cualquier participación en la tragedia: la tercera explosión más potente de la historia, tras las bombas de Hiroshima y Nagasaki. La onda expansiva de la explosión, que el 4 de agosto de 2020 asoló la capital del Líbano dejando a 300.000 personas sin hogar, causó daños a siete kilómetros del lugar de la explosión, el Puerto de Beirut. A los doscientos muertos hay que añadir los más de 6.000 heridos, muchos de los cuales no se recuperarán jamás por la gravedad de las lesiones, y a aquellos sin nombre que trabajaban en las instalaciones del puerto, etíopes, sudaneses, sirios, inmigrantes que no aparecen en las listas. 

La excusatio nom petita de Israel, fue inmediatamente aceptada y dada por buena por el ministro del Interior libanés y por una ciudadanía ocupada en asistir a las víctimas de la tragedia, en medio de la pandemia y con varios hospitales destruidos por la explosión. No olvidemos, sin embargo, lo que el dicho conlleva: excusarse de algo de lo que no se ha sido acusado, incrimina.

Cuatro años después, el pasado 27 de julio, un misil cayó en un campo de la localidad de Majdal Shams en los Altos del Golán ocupados por Israel desde 1967. Como consecuencia de la deflagración murieron doce jóvenes drusos. Instantes después Israel acusó a Hezbollah de ser el autor del ataque. Pese a que el Partido de Dios negó inmediatamente su participación, el Primer Ministro Israelí, Netanyahu, se enrocó en su acusación en los siguientes términos: “Hezbollah pagará un alto precio por este ataque, uno que no ha pagado hasta ahora”. Poco antes, un bombardeo de Israel había alcanzado una escuela en Gaza, matando a 30 personas.

Desde un primer momento, la acusación de Israel carecía de sentido. En primer lugar, por el objetivo dada la buena vecindad entre chiíes y drusos y, en segundo término, porque de haberse tratado de un error, Hezbollah habría asumido su responsabilidad como ha hecho en otras ocasiones. Un millón de personas constituyen la comunidad drusa en el Líbano- la mitad de la población mundial- su líder, Walid Jumblat, salió al paso de las acusaciones de Israel tachándolas de “mentiras” en una entrevista concedida a Al-Jazeera. “Majdal Shams es árabe y la mayoría de los residentes del Golán son árabes que rechazaron la ciudadanía israelí”, afirmó. En relación con su conversación con el mediador estadounidense Amos Hochestein, Jumblat declaró: “Me llamó ayer y me advirtió de una operación. Le dije que sería mejor que se ocupara de buscar un alto el fuego, en lugar de transmitir el mensaje amenazador de Israel”.

A la contundente reacción del líder druso se fueron sumando las declaraciones en prensa de militares y detalles sobre las características del arma que impactó en la cancha de Majdal Shams, donde los niños y adolescentes practicaban deporte.  De esta manera cobró fuerza la teoría de que la tragedia obedeció a un error de los misiles defensivos de Israel que, según el diario Almayadeen, sería uno más de los fallos de los Iron Dome reportados en los últimos meses. 

Pese a las evidencias, Israel decidió ignorar el comunicado de Hezbollah – lo hicieron también muchos medios de comunicación de Europa y América, manteniendo en titulares la acusación de los sionistas-  y tres días después Israel bombardeó un edificio de viviendas en pleno Beirut. El objetivo era el comandante de Hezbollah, Fuad Shukur, pero la operación en la que falleció se cobró, además de los 74 heridos, la vida de dos mujeres y dos niños. Amira y Hassan Fadallah aparecieron abrazados bajo los escombros. Para Israel parecen ser “daños colaterales” como las decenas de miles de víctimas civiles de Gaza, cuyos nombres desconocemos, los que han muerto en los bombardeos a escuelas y hospitales, los cerca de 100.000 desplazados del sur del Líbano… ¿Y todo como respuesta a un ataque terrorista? ¿A su derecho a defenderse que tanto alienta EE.UU?

Cuatro años después de la explosión del puerto de Beirut, la capital del Líbano ha vuelto a sufrir una agresión y vive, como todo el país, bajo la amenaza de quienes erigidos en juez y parte - con esa “arrogancia sin límites”que les achaca el Presidente Mikati-  se consideran en posesión del poder y la palabra.

No había empezado a disiparse el humo en los suburbios de Beirut cuando Israel negaba cualquier participación en la tragedia: la tercera explosión más potente de la historia, tras las bombas de Hiroshima y Nagasaki. La onda expansiva de la explosión, que el 4 de agosto de 2020 asoló la capital del Líbano dejando a 300.000 personas sin hogar, causó daños a siete kilómetros del lugar de la explosión, el Puerto de Beirut. A los doscientos muertos hay que añadir los más de 6.000 heridos, muchos de los cuales no se recuperarán jamás por la gravedad de las lesiones, y a aquellos sin nombre que trabajaban en las instalaciones del puerto, etíopes, sudaneses, sirios, inmigrantes que no aparecen en las listas. 

La excusatio nom petita de Israel, fue inmediatamente aceptada y dada por buena por el ministro del Interior libanés y por una ciudadanía ocupada en asistir a las víctimas de la tragedia, en medio de la pandemia y con varios hospitales destruidos por la explosión. No olvidemos, sin embargo, lo que el dicho conlleva: excusarse de algo de lo que no se ha sido acusado, incrimina.