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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

Palabras para Julia, por supuesto

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Dice Julia Goytisolo Carandell a Manuel Jabois en El País, por teléfono, que siempre rechazó el poema que le escribió su padre, José Agustín Goytisolo, “Palabras para Julia”. Paco Ibáñez lo agarró por los cuernos y compuso una bella canción, que cantó por primera vez en Colliure, ante la tumba de Antonio Machado, y que convirtió al poema en universal. A pesar de su rechazo, y de los trompicones de Jabois en su crónica/entrevista –probablemente escrita desde Sanxenxo (Pontevedra) lo cual podría explicar lo de los trompicones- Julia manifiesta sobre su padre que “nunca me he vuelto a reír con nadie como con él.” Cosa muy cierta. Goytisolo era agradablemente simpático, al menos lo fue las dos o tres ocasiones en las que estuve con él. Le encantaba jugar a los “chinos”, como atestiguaba su cuñado Juan Carandell, a cualquier hora del día o de la noche: “Juanito, cuatro” le despertaba de madrugada Toté, como era conocido en la familia, en la época que aquel, después de un divorcio convulso, pernoctó en casa del poeta durante una temporada.

Le guste o no a Julia, el poema que lleva su nombre, eternamente unido a los acordes de Ibáñez, compensa en parte los innumerables denuestos veraniegos. Porque la realidad de las cosas en agosto se torna incómoda de tanto querer ser imperecedera. Por ejemplo, hay un señor un tanto feo que hasta ahora vivía en Bélgica, que amenaza con presentarse en Barcelona. ¿Será detenido? Los próceres del Supremo mandan. Qué pesadez con ese señor y sus secuelas. Hay seres que se niegan a difuminarse y optan por una permanencia en forma de suceso histérico y exagerado. En verano hay más sucesos elevados a la categoría de catástrofe que nunca. Los fracasos en las olimpíadas, por ejemplo, en especial cuando son femeninos: parece que detrás de la triste crónica esté una especie de “ya te lo decía yo, es que no valen para esto” O la exageración de los sacrificios llevada a la extenuación: el caso de las lesión de Carolina Marín, repetida hasta el cansancio en todos los informativos. Y la jugadora china con una banderita de España a la hora de recibir su medalla… Casi seguro que en París todo el mundo sabe que conmemoramos el centenario del esperpento como subgénero literario, es decir, los cien años de “Luces de bohemia” de Valle-Inclán. Ya escribí el otro día que, para mí, los waterpolistas, y las waterpolistas, están por encima de todas las desgracias, hay una bella película, aunque algo soporífera, que puede verse en RTVE Play: “42 segundos” cuenta la hazaña de la medalla olímpica masculina en waterpolo en Barcelona 92. Asimismo, ha reaparecido en Netflix la serie “Mad men” que tiene siempre una revisita merecida y agradable. Y más en agosto.

“Si hubiera tenido una hija, le habría puesto Julia,” me dice Guillermina después de leer los aspavientos de Jabois en El País. “Yo también, quizás” le digo, “sobre todo por las reminiscencias del imperio romano, una época dolorosa y buena para vivir” remato. Guillermina me observa sorprendida y me pide otro gimlet, el cual preparo mientras le escucho contar, por enésima vez, de dónde procede la fama literaria de este cóctel.

“Tú no puedes volver atrás/ porque la vida ya te empuja/ como un aullido interminable.” Y Paco Ibáñez repetía “interminable” cuando cantaba “Palabras para Julia” como yo ahora hago.

Dice Julia Goytisolo Carandell a Manuel Jabois en El País, por teléfono, que siempre rechazó el poema que le escribió su padre, José Agustín Goytisolo, “Palabras para Julia”. Paco Ibáñez lo agarró por los cuernos y compuso una bella canción, que cantó por primera vez en Colliure, ante la tumba de Antonio Machado, y que convirtió al poema en universal. A pesar de su rechazo, y de los trompicones de Jabois en su crónica/entrevista –probablemente escrita desde Sanxenxo (Pontevedra) lo cual podría explicar lo de los trompicones- Julia manifiesta sobre su padre que “nunca me he vuelto a reír con nadie como con él.” Cosa muy cierta. Goytisolo era agradablemente simpático, al menos lo fue las dos o tres ocasiones en las que estuve con él. Le encantaba jugar a los “chinos”, como atestiguaba su cuñado Juan Carandell, a cualquier hora del día o de la noche: “Juanito, cuatro” le despertaba de madrugada Toté, como era conocido en la familia, en la época que aquel, después de un divorcio convulso, pernoctó en casa del poeta durante una temporada.

Le guste o no a Julia, el poema que lleva su nombre, eternamente unido a los acordes de Ibáñez, compensa en parte los innumerables denuestos veraniegos. Porque la realidad de las cosas en agosto se torna incómoda de tanto querer ser imperecedera. Por ejemplo, hay un señor un tanto feo que hasta ahora vivía en Bélgica, que amenaza con presentarse en Barcelona. ¿Será detenido? Los próceres del Supremo mandan. Qué pesadez con ese señor y sus secuelas. Hay seres que se niegan a difuminarse y optan por una permanencia en forma de suceso histérico y exagerado. En verano hay más sucesos elevados a la categoría de catástrofe que nunca. Los fracasos en las olimpíadas, por ejemplo, en especial cuando son femeninos: parece que detrás de la triste crónica esté una especie de “ya te lo decía yo, es que no valen para esto” O la exageración de los sacrificios llevada a la extenuación: el caso de las lesión de Carolina Marín, repetida hasta el cansancio en todos los informativos. Y la jugadora china con una banderita de España a la hora de recibir su medalla… Casi seguro que en París todo el mundo sabe que conmemoramos el centenario del esperpento como subgénero literario, es decir, los cien años de “Luces de bohemia” de Valle-Inclán. Ya escribí el otro día que, para mí, los waterpolistas, y las waterpolistas, están por encima de todas las desgracias, hay una bella película, aunque algo soporífera, que puede verse en RTVE Play: “42 segundos” cuenta la hazaña de la medalla olímpica masculina en waterpolo en Barcelona 92. Asimismo, ha reaparecido en Netflix la serie “Mad men” que tiene siempre una revisita merecida y agradable. Y más en agosto.