Espacio de opinión de Canarias Ahora
La Palma
La Palma tiene un pasado político importante. Fue lugar de gran poblamiento tras la conquista de las Islas, por la facilidad para tener agua y lo fértil de sus ingenios. Vivió intensidades propias e independencia durante los años en los que éramos una colonia, con mucho más contacto con Caribe que con Península.
El primer ayuntamiento democrático de España fue palmero, instigado por su extraña burguesía. Vivió una semana de terror tras el Golpe de Estado del 18 de Julio por parte de Francisco Franco, porque la Isla permaneció fiel a la legalidad republicana. Acogió la Constitución del 78 con mucho ánimo, perviven en ella identidades políticas extremadas, a derecha y a izquierda, y aún siendo que hoy vive con menos intensidad del motor económico y cultural del Archipiélago, pervive en ella una magnífica independencia.
Mi familia es de allí, del norte. En gran medida yo también, al menos mi cuerpo. Así lo siento cuando voy los veranos a La Fajana, a Talavera, a Manos de Oro, o a los plátanos de mi abuelo en Lomo Machín.
Un día me dijo Wladimiro Brito, natural de Barlovento también, que en el norte de la isla estaban naciendo más criaturas de alemanes, que de familias palmeras de toda la vida. “Benahoritas y campesinos”, que diría él.
La verdad que considero a Wladimiro una referencia. Cuando él me habla de que hay que tratar de reconciliarnos con la tierra, cuando me explica cómo era Canarias hace años, se me abre todo un mundo de posibilidades en las Islas, en las que creo que es posible apostar por un futuro que tenga como referencia un solo concepto: abrazar nuestro privilegiado entorno y vivir con él.
Wladimiro es una persona que no se ha enriquecido con su actividad política, ha trabajado durante años para que Canarias, y en particular La Palma y Tenerife, sean un poco más conscientes de su propia naturaleza. Es un vivo ejemplo de que en política a veces importan más las personas que los partidos, y verdaderamente ha tenido espacio dentro de su formación – Coalición Canaria – para trabajar por un Archipiélago más verde y orgulloso de sí mismo. Me insiste que le gusta que los jóvenes hagamos cosas, pero que el vota por Ana, siempre Ana. Yo no le insisto.
No creo que nadie pueda dudar de lo decisivo que fue su papel para reforestar Tenerife en los 90, conviniendo en que la Isla no se convirtiese en lo que muchos tememos que pueda ser en el futuro: un lugar atrapado por el cemento.
Wladimiro es intelectualmente de lo mejor ha dado La Palma en los últimos años. Siempre que lo veo, hablamos de la izquierda y el nacionalismo, de los puertos de Tazacorte, Granadilla y Fonsalía. Hace tiempo que me di cuenta de que la política consistía más en llevar a cabo medidas necesarias que en estar de acuerdo con una biblia ideológica, y ahí veo una diferencia clara entre nuestra generación y la de él: cada día somos más reticentes a los compromisos ideológicos.
No creo que haya que ser de izquierdas para estar en contra de obras ineficaces que no necesitamos. Y más teniendo la alternativa clara de poder mejorar lo que ya tenemos construido.
La última conversación con este ilustre Hijo Adoptivo de Tenerife, fue distendida, amistosa y bienentendida. Ahí pude tratar la gran cuestión que me fascina: que o bien el nacionalismo canario es pan-insularista, o bien no existe como tal a día de hoy. Wladimiro me reconoció que ATI y API ganaron elecciones porque apelaron a la identidad de los isleños, y que aquello de nacionalista era más una etiqueta puesta ahí para parecerse a otros movimientos particularistas dentro del país, que por un convencimiento fuerte de que Canarias deba ser una nación.
No creo que ni a la mitad de los votantes de Coalición Canaria les interese lo más mínimo que Canarias sea una nación. Pero tampoco creo que, para considerarse nacionalistas, les haga falta creer que Canarias deba ser una nación. En Canarias pasan esas cosas. Nada es demasiado nítido, y los politólogos creo que debemos velar al menos por explicarlo.
A La Palma todo esto le importa poco. Es una isla que vive para sí misma, creo que como Gran Canaria, uno de los lugares donde el nacionalismo español más capacidad ha tenido de agregar preferencias y ordenar votos. El nacionalismo canario en La Palma tiene poco que hacer.
En la última campaña del 28A, Pablo Casado, líder del PP, dijo en el Teatro Chico, en Santa Cruz de La Palma, que “donde más se notaba la unidad nacional es en Canarias”. Me dejó pensando. No sé muy bien donde habrá estado él de España, pero creo que hay una ingente mayoría de españoles que tienen una relación exaltada con el país, excluyente, que trata de separar lo que somos y poner carnets de quien es buen español y quién no.
Y ese no es mi país.
Y no creo que sea el que vive la mayoría de la gente de La Palma.
Algún día deberíamos darnos cuenta de que formamos un común virtuoso, una comunidad de gente buena, nosotros, que no quiere poner negro sobre blanco, ni estar condicionando por la etnia o la ideología para catalogar quien es o no de aquí. España es un ejemplo de tolerancia y respeto a lo diferente, y es precisamente eso lo que pretenden destruir Pablo Casado y sus amigos de VOX.
¿Es quizás Canarias un ejemplo de esa idea de España? Puede ser. Nosotras, estas Islas, creo que hemos conseguido plantear y convencer de que la construcción de nuestro país se debe hacer atendiendo a recetas concretas para cada comunidad, haciendo que nuestras demandas sean entendidas los demás, apelando a la solidaridad entre los territorios para hacernos la vida mejor en común: y es que eso precisamente es España, un lugar de gente empática que trata de ayudar en la medida en lo que puede al que lo necesita. ¿Cómo si no somos el país del mundo con la población más a favor de acoger refugiados? Somos una gente buenísima.
Creo que si queremos ser una patria debemos cuidarnos entre todos. Ojalá en el futuro pese el entendimiento, y la cultura del acuerdo sea norma, en un país que necesita ya gobierno y reformas.
Esa forma de entender el país pasa por nuestra capacidad empatizar con los problemas comunes. Si desde el común entendiéramos las dificultades de la doble insularidad, de la necesidad de encontrar una salida para una formación universitaria en Astronomía en La Palma, continuáramos apostando por una defensa cerrada del TMT en la Isla, pensáramos en una solución para ampliar el espacio hacia el puerto en Santa Cruz de La Palma, consolidásemos la producción ecológica de plátano canario en la Isla, hiciéramos que su paisaje y el eco-turismo confluyesen, podríamos consolidar una estrategia que diera a la Isla el dinamismo que necesita, y haríamos más estable su población y su economía, excesivamente dependiente hoy de entes públicos.
Las soluciones no vienen del cielo, ni del Estado, la Isla necesita inversión y una apuesta para ella, pero ese camino deberá recorrerlo la gente, en movimiento, siempre y cuando tenga las herramientas por parte de las instituciones y los poderes públicos para llevarlo a cabo, simplificando lo difícil y poniendo la mano cuando sea necesario.
Conviene generarnos una idea de País que sea incluyente, empática y comprensiva, con todos y cada uno de los que la forman, reduciendo la distancia entre el norte y el sur, entre el campo y la ciudad, y entre unas islas y otras.
Ojalá así sea.
La Palma tiene un pasado político importante. Fue lugar de gran poblamiento tras la conquista de las Islas, por la facilidad para tener agua y lo fértil de sus ingenios. Vivió intensidades propias e independencia durante los años en los que éramos una colonia, con mucho más contacto con Caribe que con Península.
El primer ayuntamiento democrático de España fue palmero, instigado por su extraña burguesía. Vivió una semana de terror tras el Golpe de Estado del 18 de Julio por parte de Francisco Franco, porque la Isla permaneció fiel a la legalidad republicana. Acogió la Constitución del 78 con mucho ánimo, perviven en ella identidades políticas extremadas, a derecha y a izquierda, y aún siendo que hoy vive con menos intensidad del motor económico y cultural del Archipiélago, pervive en ella una magnífica independencia.