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Las Palmas de Gran Canaria, ciudad en guerra

Aquellos fitipaldis presuntos salvadores de vidas deberían saber que, y ahora habla el cirujano, poco gana el paciente por llegar a la clínica dos minutos antes, que es el tiempo que, en ciudad, se ahorra el conductor yendo rápido, saltándose semáforos y poniendo en peligro al propio enfermo y a los viandantes. Jamás olvidaré, hace ya muchos años pues yo era cirujano de guardia en la Clínica del Pino, a un conductor de ambulancia que atropelló y mató a un peatón ?vendedor de periódicos- en el cruce de León y Castillo con Juan XXIII al saltarse un semáforo. Tras asistir y cerrar los ojos al pobre muchacho increpé ferozmente al chofer, al tiempo que demandaba la causa de tanta urgencia: muy digno, dijo que llevaba a una mujer con un esguince de tobillo y corría porque que le dolía mucho.

Una ambulancia no es un bólido. Nunca debe saltarse un semáforo en rojo si no es con mucha precaución, tras asomar el morro. Del vaivén de tanto movimiento y traqueteo veloz pueden agravarse ciertas patologías. Además, cuando llega al hospital nadie espera a la ambulancia o al paciente. En el servicio de urgencia, normalmente colapsado, se perderá mucho más tiempo del ganado en su ensordecedor, desbocado y estridente mugir por esas calles. Parecen pensar algunos conductores de ambulancia que el traumatólogo o cirujano espera bisturí en mano la llegada del accidentado. Nada más alejado de la realidad. Y aunque así fuera, los profesionales debemos explorar al paciente y lavarnos cuidadosamente antes de cualquier intervención, y ello lleva su tiempo.

Yo pediría a mi buen amigo Jerónimo Saavedra, tan amante como yo de la música, que interviniese para que el ruido de las ambulancias se redujese al mínimo. Tendrían que instalarse sonómetros en puntos estratégicos para hacer la ciudad más tranquila y habitable. Lo mismo que se persigue el ruido en discotecas a partir de ciertas horas de la madrugada, debiera hacerse todo el día con los que nos invaden con sus decibelios de manera morbosa, tenaz e inmisericorde.

* Cirujano y escritor. Antonio Cavanillas*

Aquellos fitipaldis presuntos salvadores de vidas deberían saber que, y ahora habla el cirujano, poco gana el paciente por llegar a la clínica dos minutos antes, que es el tiempo que, en ciudad, se ahorra el conductor yendo rápido, saltándose semáforos y poniendo en peligro al propio enfermo y a los viandantes. Jamás olvidaré, hace ya muchos años pues yo era cirujano de guardia en la Clínica del Pino, a un conductor de ambulancia que atropelló y mató a un peatón ?vendedor de periódicos- en el cruce de León y Castillo con Juan XXIII al saltarse un semáforo. Tras asistir y cerrar los ojos al pobre muchacho increpé ferozmente al chofer, al tiempo que demandaba la causa de tanta urgencia: muy digno, dijo que llevaba a una mujer con un esguince de tobillo y corría porque que le dolía mucho.

Una ambulancia no es un bólido. Nunca debe saltarse un semáforo en rojo si no es con mucha precaución, tras asomar el morro. Del vaivén de tanto movimiento y traqueteo veloz pueden agravarse ciertas patologías. Además, cuando llega al hospital nadie espera a la ambulancia o al paciente. En el servicio de urgencia, normalmente colapsado, se perderá mucho más tiempo del ganado en su ensordecedor, desbocado y estridente mugir por esas calles. Parecen pensar algunos conductores de ambulancia que el traumatólogo o cirujano espera bisturí en mano la llegada del accidentado. Nada más alejado de la realidad. Y aunque así fuera, los profesionales debemos explorar al paciente y lavarnos cuidadosamente antes de cualquier intervención, y ello lleva su tiempo.