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Perdió la derecha (Guatemala)

El nivel de vida cayó durante los últimos años de forma dramática, hasta el extremo de que la desesperación social, traducida en índices de delincuencia organizada creciente, tiñe al conjunto de la realidad guatemalteca. Desde las instituciones del Estado, penetrado hasta su columna vertebral militar y policíaca por el narcotráfico, a las bandas de jóvenes sin esperanzas. Los narcos asesinan candidatos, financian campañas electorales y hasta crean redes de asistencia social ante la desidia oficial. Reina la impunidad. Sólo un 4.5% de los delitos cometidos alcanzaron sentencias en los tribunales entre 2005 y 2006, por no hablar de la impunidad que también protege a los responsables del 90% de las atrocidades cometidas por las fuerzas de seguridad durante la guerra que se cobró 200.000 muertos y decenas de miles de desaparecidos.

Tanto Álvaro Colom como Pérez Molina mostraron su confianza en la restauración de la pena de muerte, por ahora suspendida en Guatemala. Los tribunales carecen de recursos, la policía y el ejército están entrampados con la delincuencia organizada, pero todo se arreglará con la pena capital. Aparte de esta promesa bárbara, destinada a restarle votos a la campaña del miedo de su adversario, el socialdemócrata Colom propuso un plan de gobierno para la generación de empleos, el combate a la pobreza, el crecimiento de la producción, ayudas al pequeño agricultor, construcción de viviendas, atención a la salud y gobernabilidad. Buenas intenciones, sí señor.

¿Con qué recursos, si el Estado está para el arrastre financiero y prometió además que no aumentará los impuestos? Lo desconozco. Pero sí vale reflexionar sobre otro asunto. Con dictadura y con democracia, unas cuantas familias siguen gobernando el país desde hace decenios, ligadas a los negocios del café y el azúcar. Tampoco comprendo cómo va a mejorar la espantosa distribución de la riqueza o reducir la pobreza sin aumentar los salarios, sin mandar al diablo al Tratado de Libre Comercio (TLC) con Estados Unidos y sin recurrir a una profunda reforma agraria.

La confianza de los guatemaltecos en las instituciones democráticas disminuyó tras las primeras ilusiones despertadas durante los años 80. La abstención para la elección presidencial alcanzó el 37% a mediados de los 80, el 57% en 2003 y a más del 60% en 2007. Este desprecio progresivo crece en las zonas mayas, que permanecen marginadas por los propietarios ladinos de siempre, sus abogados políticos y sus guardias pretorianos corruptos, públicos y privados. Colom habló de gobernabilidad, de convocar a todos los ciudadanos a la “reconciliación nacional”. Aparte del ritual contenido en esta expresión, necesitará acuerdos parlamentarios con la derecha (que en Guatemala es extrema) para sacar adelante cualquier proyecto legislativo. Y entonces llegarán las rebajas para unos ciudadanos que ya no tienen ni cinturón con el que apretarse el estómago para disimular la angustia del hambre. La derecha extrema perdió las elecciones, pero me temo que tampoco ganó la izquierda.

Rafael Morales

El nivel de vida cayó durante los últimos años de forma dramática, hasta el extremo de que la desesperación social, traducida en índices de delincuencia organizada creciente, tiñe al conjunto de la realidad guatemalteca. Desde las instituciones del Estado, penetrado hasta su columna vertebral militar y policíaca por el narcotráfico, a las bandas de jóvenes sin esperanzas. Los narcos asesinan candidatos, financian campañas electorales y hasta crean redes de asistencia social ante la desidia oficial. Reina la impunidad. Sólo un 4.5% de los delitos cometidos alcanzaron sentencias en los tribunales entre 2005 y 2006, por no hablar de la impunidad que también protege a los responsables del 90% de las atrocidades cometidas por las fuerzas de seguridad durante la guerra que se cobró 200.000 muertos y decenas de miles de desaparecidos.

Tanto Álvaro Colom como Pérez Molina mostraron su confianza en la restauración de la pena de muerte, por ahora suspendida en Guatemala. Los tribunales carecen de recursos, la policía y el ejército están entrampados con la delincuencia organizada, pero todo se arreglará con la pena capital. Aparte de esta promesa bárbara, destinada a restarle votos a la campaña del miedo de su adversario, el socialdemócrata Colom propuso un plan de gobierno para la generación de empleos, el combate a la pobreza, el crecimiento de la producción, ayudas al pequeño agricultor, construcción de viviendas, atención a la salud y gobernabilidad. Buenas intenciones, sí señor.