Espacio de opinión de Canarias Ahora
Vertidos
Una encuesta de redacción realizada por el periódico La Provincia sobre la gestión del incendio del pesquero ruso arroja un resultado no por esperado menos chocante: el 75% de los ciudadanos encuestados creen que el barco no debió abandonar nunca el puerto de La Luz, a pesar de los riesgos de explosión y de vertidos en la entrada de la ciudad de Las Palmas. Lo cierto es que los protocolos establecen claramente que en el caso de que se declare un incendio en un barco atracado, si existe riesgo de explosión –y es evidente que existía tal riesgo, con 1500 toneladas de combustible en las bodegas del buque- el barco debe ser llevado a alta mar, para evitar pérdida de vidas humanas, y que el barco se hunda en el puerto paralizando la entrada y salida de buques. En cuanto a posibles vertidos de fuel, la idea de que un puerto puede servir para contenerlos con limpieza quirúrgica es un poco peregrina. Se viertan donde se viertan, 15 millones de litros de fuel no se pueden recuperar con total limpieza. Las costas y playas de la ciudad no habrían escapado indemnes.
Una de las ideas de más éxito en estos días es la de que la crisis del pesquero se habría resuelto de otra manera si contáramos con puertos refugio para hacer frente a estas eventualidades, y que lo que hay que hace es construirlos. La idea se me antoja absolutamente impracticable y (con perdón) básicamente idiota. Pero la nuestra es una sociedad cada día más convencida de que cualquier contingencia puede y debe ser resuelta inmediatamente por los poderes públicos. Parece que hemos olvidado que la solución de los problemas no depende sólo de decisiones políticas sino de los medios con los que se cuenta, y de las prioridades que se establezcan a la hora de usarlos. Con más del 32% de paro, los servicios públicos asfixiados, y la obra pública más necesaria –hospitales, carreteras, desaladoras- completamente paralizada en las islas desde hace ya años, plantearse la construcción de uno o más puertos refugio para atender este tipo de contingencias sería una insensatez. No sólo por una cuestión económica, también porque –probablemente- no habría ningún municipio costero dispuesto a aceptar tal regalo y además, no es una solución real: la principal amenaza de posibles vertidos en Canarias está relacionada con el tránsito de petroleros y superpetroleros por las islas. No creo que haya nadie en su sano juicio que pueda plantear la construcción de un muelle de refugio con capacidad para albergar superpetroleros, alejado de zonas urbanas y de valor ecológico, y que además permanezca ahí sin uso, a la espera de algún siniestro como el ocurrido la pasada semana. Otra cosa es que en algunos de nuestros muelles, puedan ser acotadas en un determinado momento, ante una situación de urgencia, una zona para amarrar un barco con problemas de pérdida de combustible, y poder vaciarlo con mayores garantías y menos coste. Pero soluciones universales no existen. Al final, hay que confiar en el criterio de las personas y aceptar que –muchas veces- la opción no es entre lo que queremos y lo que no queremos que ocurra, sino entre lo que se puede y no se puede hacer.
Una encuesta de redacción realizada por el periódico La Provincia sobre la gestión del incendio del pesquero ruso arroja un resultado no por esperado menos chocante: el 75% de los ciudadanos encuestados creen que el barco no debió abandonar nunca el puerto de La Luz, a pesar de los riesgos de explosión y de vertidos en la entrada de la ciudad de Las Palmas. Lo cierto es que los protocolos establecen claramente que en el caso de que se declare un incendio en un barco atracado, si existe riesgo de explosión –y es evidente que existía tal riesgo, con 1500 toneladas de combustible en las bodegas del buque- el barco debe ser llevado a alta mar, para evitar pérdida de vidas humanas, y que el barco se hunda en el puerto paralizando la entrada y salida de buques. En cuanto a posibles vertidos de fuel, la idea de que un puerto puede servir para contenerlos con limpieza quirúrgica es un poco peregrina. Se viertan donde se viertan, 15 millones de litros de fuel no se pueden recuperar con total limpieza. Las costas y playas de la ciudad no habrían escapado indemnes.
Una de las ideas de más éxito en estos días es la de que la crisis del pesquero se habría resuelto de otra manera si contáramos con puertos refugio para hacer frente a estas eventualidades, y que lo que hay que hace es construirlos. La idea se me antoja absolutamente impracticable y (con perdón) básicamente idiota. Pero la nuestra es una sociedad cada día más convencida de que cualquier contingencia puede y debe ser resuelta inmediatamente por los poderes públicos. Parece que hemos olvidado que la solución de los problemas no depende sólo de decisiones políticas sino de los medios con los que se cuenta, y de las prioridades que se establezcan a la hora de usarlos. Con más del 32% de paro, los servicios públicos asfixiados, y la obra pública más necesaria –hospitales, carreteras, desaladoras- completamente paralizada en las islas desde hace ya años, plantearse la construcción de uno o más puertos refugio para atender este tipo de contingencias sería una insensatez. No sólo por una cuestión económica, también porque –probablemente- no habría ningún municipio costero dispuesto a aceptar tal regalo y además, no es una solución real: la principal amenaza de posibles vertidos en Canarias está relacionada con el tránsito de petroleros y superpetroleros por las islas. No creo que haya nadie en su sano juicio que pueda plantear la construcción de un muelle de refugio con capacidad para albergar superpetroleros, alejado de zonas urbanas y de valor ecológico, y que además permanezca ahí sin uso, a la espera de algún siniestro como el ocurrido la pasada semana. Otra cosa es que en algunos de nuestros muelles, puedan ser acotadas en un determinado momento, ante una situación de urgencia, una zona para amarrar un barco con problemas de pérdida de combustible, y poder vaciarlo con mayores garantías y menos coste. Pero soluciones universales no existen. Al final, hay que confiar en el criterio de las personas y aceptar que –muchas veces- la opción no es entre lo que queremos y lo que no queremos que ocurra, sino entre lo que se puede y no se puede hacer.