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Nuestro planeta es más importante que los seres humanos

Teo Mesa

Comenzó la farsa de los representantes políticos en la cumbre climática de París. Expondrán en sus alocuciones las acostumbradas falsas promesas con el cambio climático que estamos padeciendo y que en próximo futuro será mucho más grave. Los tahúres de la política de los países desarrollados pondrán sobre el tapete sus cartas marcadas para ¿ganar…? en ese sucio juego de destrucción de los equilibrios medioambientales con la Naturaleza y de todos los seres vivos.

En este congreso se oirán las falacias de los filibusteros del vil metal, quienes defienden las bondades del clima, del saludable CO2 (y sus propias industrias). Muy irrisorio es el representante de la UE, el español Arias Cañete, a quien se debe la última y pésima Ley de Costas de España y de otras trapisondas medioambientales —y espurios negocios—, quien fuera para más inri ministro del Gobierno español. Gobierno que no respeta en absoluto, la ecología de la nación. En símil, es como poner al zorro a cuidar las gallinas.

El cónclave sobre el clima será prioritariamente, intentar mitigar los gases de efecto invernadero producidos por el dióxido de carbono CO2, que se almacena en la atmósfera, frenando las radiaciones infrarrojas que se emite el planeta al calentarse puedan volatilizarse al espacio, haciendo que suba la temperatura. Junto a estas propuestas, se discutirá asimismo, sobre el polémico Fondo Verde para el Clima, que los países desarrollados deberán pagar a partir de 2020, un total de 100.000 millones de dólares anuales, a los países menos desarrollados, porque éstos sufrirán los mayores desastres climáticos.

No hay tiempo que perder. Concienciémonos de forma apremiante ante tan grave asunto de las catástrofes climáticas que gravemente se producirán, en la que nos jugamos la vida en la Tierra. Lo padeceremos los seres humanos, toda la biodiversidad y los ecosistemas que nos refugia, que hace posible la existencia y en los cuales se desarrolla nuestras vidas.

Si bien parece que se han tomado en cuenta los débiles latidos de la gravedad de este planeta enfermo, por la acción ecosuicida del hombre y su desorbitada industria. En todas las ciudades del mundo se ha movilizado gran parte de gentes de principios y muy sensibles con este tema, para exigir los derechos de todos los que habitamos este planeta. Los figurantes de la clase política que asisten a esta cumbre de París, desde el pasado día 30, deben comprometerse seriamente con esta urgencia.

De no poner remedio a este irreversible mal, en corto periodo de tiempo, los daños serán aciagos para todos los ecosistemas de la Tierra. Por esa razón, habrá que actuar drásticamente, porque de lo contrario el sufrimiento será mayor y mucho más cuantiosos económicamente en su solución para atenuar esos daños. Como quedara de manifiesto en la cumbre de Copenhague de 2009, en el informe Stern.

No se pueden obviar neciamente y ser miserables ciegos ante los daños que causará el cambio climático. Perjuicios que ya son reales. Se exige encarecidamente a esta insensible casta política de todas las naciones desarrolladas, aminorar las incontroladas emisiones de CO2, que hemos generado desde siglos atrás. Y que debemos atajar razonadamente con toda diligencia. La sinrazón nos puede conducir a muy lamentados estragos climáticos.

Desde el pasado día 13 de agosto pasado, el desarrollo industrial por mor del descomunal industria del consumo, agotó todos los recursos naturales que la Tierra puede forjar en un año. Por ello, los expertos de la ONU aseveran que hay que cambiar el modelo económico actual hacia otro más sostenible, ecuánime y de moderado consumo en los productos.

Nuestra madre tierra no puede dar más de sus propias posibilidades naturales. Las materias primas de nuestro planeta se están agotando y no se pueden regenerar más. Una eficaz solución, está asimismo, en el reciclado de esas materias que usamos y consumimos: orgánicas, cristales, plásticos, papeles, metales de todo tipo, etc.

Habrá que imponer a todas las naciones a que se supediten y abandonen los combustibles de quemas de fósiles: petróleos y carbón, y dejar también la energía nuclear (máxime por el gran peligro del almacenamiento de sus residuos, que estarán durante siglos en actividad física —y letales para la vida—, como ha ocurrido en Chernobil y Fukushima). La solución perentoria está en recurrir a las energías limpias, únicas para un saludable devenir, para cuidar la naturaleza y sin perjudicar, en nada, al cambio climático. Y además, son las que menos consumen.

La solución se antoja muy viable en la urgente erradicación del cambio climático a corto y largo plazo, siempre que exista concienciación de este grave problema que sufrimos, y que vamos a dejar a generaciones venideras. Un ejemplo ha sido el demostrado con el agujero de la capa de ozono. Su disminución se produjo por el razonamiento de las gentes y pronta actitud, anulando la compra y el uso de los sprays con CFC. Y todo ello, muy a pesar de las impertinentes insistencias de los viles conseguidores de las multinacionales, ante los políticos en los parlamentos.

Comenzó la farsa de los representantes políticos en la cumbre climática de París. Expondrán en sus alocuciones las acostumbradas falsas promesas con el cambio climático que estamos padeciendo y que en próximo futuro será mucho más grave. Los tahúres de la política de los países desarrollados pondrán sobre el tapete sus cartas marcadas para ¿ganar…? en ese sucio juego de destrucción de los equilibrios medioambientales con la Naturaleza y de todos los seres vivos.

En este congreso se oirán las falacias de los filibusteros del vil metal, quienes defienden las bondades del clima, del saludable CO2 (y sus propias industrias). Muy irrisorio es el representante de la UE, el español Arias Cañete, a quien se debe la última y pésima Ley de Costas de España y de otras trapisondas medioambientales —y espurios negocios—, quien fuera para más inri ministro del Gobierno español. Gobierno que no respeta en absoluto, la ecología de la nación. En símil, es como poner al zorro a cuidar las gallinas.