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El platonismo de López Obrador

Rafael Inglott Domínguez

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La carta del presidente mejicano a Felipe VI pareció abrir en su momento la caja de los truenos. Una traca de reacciones hizo explosión en poco tiempo y, en medio del estruendo, pudimos distinguir como siempre a los dos bandos. Uno cargó las tintas en la defensa de López Obrador, por ser hombre de izquierdas, aun a riesgo de ignorar ciertos aspectos de la historia. El otro hizo lo mismo en su contra y por idéntica razón. Solo unos pocos, sin duda los más lúcidos, plantearon de otro modo la cuestión: ¿hasta qué punto es de izquierdas, hoy por hoy en Centroamérica, poner todo el acento en los crímenes y abusos de la colonización española?

Opino que no lo es, en absoluto. Por eso me intrigan los motivos de López Obrador y su gobierno, que no solo han malgastado tiempo y tinta en escribir esa famosa petición de desagravio, sino que pretenden rematar la faena con un pliego de cargos contra Felipe II & Co. Sea quien sea ese Co.

Me pregunto si el presidente mejicano habrá leído a Platón, aunque lo dudo. No son los textos platónicos, sino sus derivados y residuos más deleznables, lo que acostumbran leer en nuestro tiempo los gobernantes. Lo suyo no es deshojar la coca, masticarla y salivarla poco a poco, con parsimonia, sino tirarse directamente al crack.

Platón desconfiaba del criterio del pueblo, por considerar que lo contaminaban las pasiones. Por eso se inventó la gennaion pseudos (la mentira sobre el origen, mentira noble o mentira de Estado), que era un modo de mantener engañada a la gente para que acatase sin algarabías el gobierno de los sabios. “Solo a los gobernantes les está permitido mentir” -dice en La República, libro III- “para engañar al enemigo o a los ciudadanos en bien de la República”. Imagino su satisfacción ante el éxito de un famoso mito, el de los metales, con el que justificaba la jerarquía de las clases. Y lo mucho que sopesaría aquella parte final, la más hábil e ingeniosa, en la que se ofrece al buen labriego un eventual camino hacia el ascenso social: el desclasamiento.

Los gobernantes de nuestro tiempo, aunque iletrados en creciente proporción, se engolfan cada vez más en las mentiras platónicas. Y se pirran por meterse en los zapatos de ese prócer fabulador, sabihondo ya que no sabio, que fabrica mentiras piadosas para ocultar su verdadera agenda. Como si hubieran leído a Platón entre episodio y episodio de House of Cards.

Pero no. Los asesores de López Obrador, como los de Trump, los de Maduro, los de Bolsonaro, no parecen haber leído mucho a Platón, aunque sí al más tóxico y elitista de sus epígonos: Leo Strauss. Partiendo de la idea nietzscheana de que la “masa ciega” anda siempre a la caza de “creencias consoladoras”, Strauss sostuvo que la sociedad no está preparada para escuchar la verdad en boca de sus gobernantes. Por eso pide ser engañada por estos últimos, que sí han sabido descubrir y admitir la verdadera dimensión de los problemas. Los mitos políticos son necesarios, sentencia Strauss, debido a la inherente ineptitud del pueblo para manejarse con la cruda verdad.

Suele aceptarse que Leo Strauss es el padre de los neocons, pero su influencia en la política y los políticos de nuestro siglo es cada vez más alarmante. La gestión de dos discursos y dos agendas (una esotérica y otra exotérica, como las llamaría Strauss) se ha convertido en práctica común de los gobiernos, sea cual sea su aparente signo.

Escuchaba al presidente mejicano hace unos días, en Veracruz, recomendando prudencia y respeto en las relaciones con EE.UU. Bastaría tomar ese discurso, añadirlo al encuentro oficial entre el propio López Obrador y el yernísimo Jared Kushner, con su secuela de cuantiosas inversiones, contrastar todo eso con la famosa carta y sus invectivas contra el imperio español, para saber cuál va a ser por ahora el enemigo exterior de Méjico. Un enemigo extinto y fantasmal, por fortuna.

“López Obrador no se engancha con Trump”, proclama el Excelsior mientras escribo estas líneas. Es comprensible. Las remesas de los emigrantes mejicanos son una fuente esencial de divisas para el país, como ocurría con los ahorros de la emigración española en los cincuenta y sesenta. El presidente mejicano prefiere hacerse el tonto con su vecino rico, poner cara de palo aunque arrecien las amenazas, aunque se fomente el odio al chicano desde el otro entorno presidencial. Es una opción. Allá él, si no quiere oponer su verdad a las mentiras del vecino. Lo inquietante es ese afán de encontrar como sea otro enemigo exterior. Esa activación inequívocamente straussiana de la gennaion pseudos. Ese recurso tan socorrido, tan encubridor, de trasladar al siglo XVI el foco sobre los abusos, la injusticia y la pobreza de Centroamérica.

Como si no supiéramos.

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