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Aquellos poderosos gamberros

Justo cuando lanzaba el tenique contra la tortuga, un halcón de berbería voló al lado de la oreja de aquel gamberro, que se asustó tanto que dejó de soltar las carcajadas de repente. Su amigo lanzó un palo contra el halcón, que pudo escapar. Otro compañero gritó: “miren allí, allí?detrás de la roca”, “un guirre, dispara, dispara?”. Otro golfillo levantó una escopeta de perdigones y disparó contra el guirre. Acertó. Los que estaban a su lado comenzaron a reírse mientras el guirre caía al suelo?

Nos paramos y nos sentamos en el suelo, detrás de unas aulagas desde donde veíamos a aquellos gamberros. Ellos no nos veían a nosotros. No sabíamos qué hacer. Los golfillos eran unos treinta. Pablo no pudo disimular que era estudiante de Matemáticas y comenzó a contarlos. Son treinta y cuatro, nos dijo. Nosotros ahora somos menos, pero podemos llamar a mucha gente, contarles lo que están haciendo estos gamberros y nos podemos juntar todos los indignados y echarlos de aquí. Si los dejamos quemarán nuestras plantas, matarán todas las aves que vean, torturarán a todos los animalitos que se encuentran a su paso. Estos tipos se creen los dueños de esta tierra y parecen dispuestos a destrozar todo lo que encuentran a su paso. Sólo con lo que hemos visto estos cinco minutos podemos hacernos una idea de lo que están dispuestos a hacer si les dejamos las manos libres.

Comenzamos a discutir. ¿Qué era mejor? Marcharnos a otro barranco, enfrentarnos a ellos, llamar a la policía? Estábamos en una zona protegida. Nos gustaba venir a este lugar donde se mezclaba el campo y la costa. Igual veías una tortuga boba, que escuchabas a una pardela por la noche. Alguna vez nos encontramos a un gorrión chillón. Un sitio privilegiado de nuestra isla donde nos juntábamos para disfrutar de la naturaleza. Pablo y Guacimara, el veterinario y la bióloga, aprovechaban para demostrar que eran buenos estudiantes. Es curioso cómo puede cambiar un paisaje según sus habitantes. El espacio natural privilegiado se había convertido en un infierno para las especies protegidas. Unos gamberros que tenían pinta de pasar los veinte y los treinta años estaban dispuestos a destrozar todo, su único fin era dar rienda suelta a un instinto destructor, a una especie de complejo sicológico frente a los animales y plantas que habitaban ese espacio antes de que ellos nacieran.

Aquello no se podía aguantar más. Si quieren divertirse que monten una fiesta en su casa, que destrocen sus muebles, su salón, sus terrazas. Pero estas plantas, estos bichillos, este ecosistema es de todos, estaba antes de nosotros y debe seguir después de nosotros. No podemos permitir que treinta gamberros se salgan con la suya. Decidimos llamar a la policía.

Esperamos impacientes. Estuvimos callados ante sus fechorías. Vimos aparecer a los policías en medio de los pinos. Los llamamos y les dijimos ahí están. Cuando los golfillos los vieron llegar pararon su batalla campal, su particular lucha desigual contra la naturaleza. Un policía se dio cuenta de que no eran jóvenes. Tenían caretas y pelucas. Eran señores mayorcitos que estaban disfrazados. Les obligaron a quitarse sus caretas y les pidieron sus carnés de identidad. Después de hablar con ellos, los policías se les cuadraron, y vinieron hacia nosotros. Un agente con la cara colorada y el rostro sudoroso se dirigió a nosotros: “Señores, lo sentimos, les agradecemos su comportamiento cívico. Pero esa gente que está ahí, a pesar de las apariencias, no son gamberrillos de la ciudad que matan su aburrimiento destrozando la naturaleza. Estos señores tienen el carné oficial de ”poderosos gamberros“, por eso gozan de inmunidad. Nosotros no podemos hacer nada. Tienen ustedes que presentar su denuncia en el Tribunal Superior de Justicia de Canarias”.

No nos lo podíamos creer. Delante de la policía unos gamberros destrozaban la naturaleza y no se podía hacer nada. Millones de años de naturaleza sabia. Centenares de especies que habían sobrevivido a fenómenos naturales adversos, a volcanes, incendios, temporales... Treinta tipos (y tipas) que tenían licencia para matar y destrozar delante de todos nosotros. No me lo podía creer. Parecía que estábamos viviendo una pesadilla. Por un momento olvidé aquel paisaje y tuve la sensación de que estaba en el Parlamento de Canarias el día de la votación del nuevo Catálogo de Especies...

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Juan García Luján

Justo cuando lanzaba el tenique contra la tortuga, un halcón de berbería voló al lado de la oreja de aquel gamberro, que se asustó tanto que dejó de soltar las carcajadas de repente. Su amigo lanzó un palo contra el halcón, que pudo escapar. Otro compañero gritó: “miren allí, allí?detrás de la roca”, “un guirre, dispara, dispara?”. Otro golfillo levantó una escopeta de perdigones y disparó contra el guirre. Acertó. Los que estaban a su lado comenzaron a reírse mientras el guirre caía al suelo?

Nos paramos y nos sentamos en el suelo, detrás de unas aulagas desde donde veíamos a aquellos gamberros. Ellos no nos veían a nosotros. No sabíamos qué hacer. Los golfillos eran unos treinta. Pablo no pudo disimular que era estudiante de Matemáticas y comenzó a contarlos. Son treinta y cuatro, nos dijo. Nosotros ahora somos menos, pero podemos llamar a mucha gente, contarles lo que están haciendo estos gamberros y nos podemos juntar todos los indignados y echarlos de aquí. Si los dejamos quemarán nuestras plantas, matarán todas las aves que vean, torturarán a todos los animalitos que se encuentran a su paso. Estos tipos se creen los dueños de esta tierra y parecen dispuestos a destrozar todo lo que encuentran a su paso. Sólo con lo que hemos visto estos cinco minutos podemos hacernos una idea de lo que están dispuestos a hacer si les dejamos las manos libres.