Canarias Ahora Opinión y blogs

Sobre este blog

La portada de mañana
Acceder
La guerra entre PSOE y PP bloquea el acuerdo entre el Gobierno y las comunidades
Un año en derrocar a Al Asad: el líder del asalto militar sirio detalla la operación
Opinión - Un tercio de los españoles no entienden lo que leen. Por Rosa María Artal

Poderosos e influyentes

Como era previsible y pasa siempre que estas desgracias naturales se ceban en países latinoamericanos –aunque por estos lares también las pasamos canutas en cuanto caen cuatro gotas o el viento se excede en la velocidad-, las ONGs empiezan a denunciar que las ayudas no llegan a los más necesitados. Se unen para que nada funcione, en este aspecto, la desorganización y el pillaje. Los Estados más ricos del primer mundo envían alimentos, medicinas, artículos de primera necesidad y material humano. Eso es parte de las obligaciones morales internacionales, pero, además, sirven estas acciones para exportar la rentable imagen de países solidarios. En esas están, por ejemplo, la nación más poderosa del mundo y la más influyente. La más poderosa, Estados Unidos, claro, reaccionó de inmediato ante la desolación y el dolor generados por el sismo en Perú. Los portavoces de la Casa Blanca anunciaron una primera ayuda de 100.000 dólares. El Estado más influyente del planeta -el Vaticano, por supuesto- fue algo más generoso. El mismísimo Benedicto XVI se encargó, personalmente, de explicar, urbi et orbe, cuánto dinero destinaría la Iglesia a paliar la catástrofe humana en que se halla sumido el catolicísimo país andino: 200.000 euros. Resulta un poco vergonzoso –a lo peor es que ni Bush ni Ratzinger tienen vergüenza- que tales potencias se jacten informativamente de destinar tan ridículas cantidades en concepto de ayuda humanitaria para cubrir en lo posible las necesidades auténticas y urgentes de un pueblo destrozado. Unos dineros que el presidente USA se gasta en carburante en cada uno de sus viajes de descanso a Camp David, y que los servicios de la televisión vaticana recaudan con sólo vender unos minutos de sus archivos de imagen a cualquier emisora del mundo (puedo dar fe). EEUU no ha vuelto a mentar una segunda cifra con destino a Lima (quizás porque no la ha habido). Por su parte, el Sumo Pontífice sí ha hablado largo y tendido de otro tipo de ayuda a los afectados: la espiritual. Como el lector sabe o imagina, la ayuda espiritual alimenta que da gusto, abriga confortablemente a los sin techo, aporta muchas vitaminas y, con un poquito de fe, incluso puede sustituir exitosamente a los antibióticos.

José H. Chela

Como era previsible y pasa siempre que estas desgracias naturales se ceban en países latinoamericanos –aunque por estos lares también las pasamos canutas en cuanto caen cuatro gotas o el viento se excede en la velocidad-, las ONGs empiezan a denunciar que las ayudas no llegan a los más necesitados. Se unen para que nada funcione, en este aspecto, la desorganización y el pillaje. Los Estados más ricos del primer mundo envían alimentos, medicinas, artículos de primera necesidad y material humano. Eso es parte de las obligaciones morales internacionales, pero, además, sirven estas acciones para exportar la rentable imagen de países solidarios. En esas están, por ejemplo, la nación más poderosa del mundo y la más influyente. La más poderosa, Estados Unidos, claro, reaccionó de inmediato ante la desolación y el dolor generados por el sismo en Perú. Los portavoces de la Casa Blanca anunciaron una primera ayuda de 100.000 dólares. El Estado más influyente del planeta -el Vaticano, por supuesto- fue algo más generoso. El mismísimo Benedicto XVI se encargó, personalmente, de explicar, urbi et orbe, cuánto dinero destinaría la Iglesia a paliar la catástrofe humana en que se halla sumido el catolicísimo país andino: 200.000 euros. Resulta un poco vergonzoso –a lo peor es que ni Bush ni Ratzinger tienen vergüenza- que tales potencias se jacten informativamente de destinar tan ridículas cantidades en concepto de ayuda humanitaria para cubrir en lo posible las necesidades auténticas y urgentes de un pueblo destrozado. Unos dineros que el presidente USA se gasta en carburante en cada uno de sus viajes de descanso a Camp David, y que los servicios de la televisión vaticana recaudan con sólo vender unos minutos de sus archivos de imagen a cualquier emisora del mundo (puedo dar fe). EEUU no ha vuelto a mentar una segunda cifra con destino a Lima (quizás porque no la ha habido). Por su parte, el Sumo Pontífice sí ha hablado largo y tendido de otro tipo de ayuda a los afectados: la espiritual. Como el lector sabe o imagina, la ayuda espiritual alimenta que da gusto, abriga confortablemente a los sin techo, aporta muchas vitaminas y, con un poquito de fe, incluso puede sustituir exitosamente a los antibióticos.

José H. Chela