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El prestigio institucional

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Como infiel discípulo de Ortega y Gasset, pienso que no conviene defraudar a los lectores con contenidos demasiado fieles al titular. Puestas así las cosas, podíamos haber escrito “el desprestigio de las instituciones” o quizás “el ocaso de los prestigios institucionales”. ¿Qué son las instituciones? ¿Le importan a alguien?

No a todo. De las acepciones del término en el diccionario de la RAE, nos interesa en especial la cuarta: “Cada una de las organizaciones fundamentales de un Estado, nación o sociedad”. No hay espacio ni ganas de repasarlas. Según se mire –y según y dónde se lea- están todas en decrépita situación, van a menos o refulgen poco o casi nada. La constante de que las policías patrias y las fuerzas armadas merecen toda o mucha confianza, se repite cual ajo y resulta tan increíble como salir a la calle y preguntar a ver que dicen las gentes sobre el asunto. La monarquía, que durante muchos años vivió de las rentas del post 23-F, remonta ahora una extraña situación de opinión pública en decadencia con un esforzado jefe al frente, y dos personas adjuntas, reina y heredera, sin cuyo apoyo poco se podría lograr.

En todas esa encuestas, puede que los peor paradas sean las personas que se dedican al periodismo y a la comunicación. Malévolas mentes piensan que seguirían ocupando ese último lugar aunque se preguntara por delincuentes y otras gentes de mal vivir. Por supuesto, nadie olvida al personal sanitario, innecesariamente encumbrado con la pandemia pues ya tenía prestigio suficiente y todos sabíamos de su entrega. La relación de agravios que padecen a diario espanta. Y lo poco que hacen los responsables políticos –aquí hemos llegado- por paliarlos es nefasta: sin dinero no hay rock&roll, así de sencillo. Con dinero, mucho, hubo vacunas. Sin dinero, o con poco dinero, la curación de las enfermedades se atrasa en el tiempo, y en el espacio. Parece que a nadie le importa. Estamos con las amnistías y los jueces, por ejemplo, otros y otras que tal bailan ¿quién se atreve con ellos, y con ellas, que hay unas cuantas y con mucho peligro? Una mención, ¿le pasará algo, alguien le pedirá la cuenta o el pago de una ronda, al menos, a la jueza que instruyó, o lo que sea, el mal llamado caso de los ERE de Andalucía? Siempre esforzada, con maletilla de ruedas -¿para salir corriendo?- cumplió muy bien el encargo que alguien le había hecho: hay que acabar con la izquierda en Andalucía como sea, y con el socialismo en el poder de manera urgente. Ese “alguien” es una circunstancia de lugar en dónde, como en el chiste de Gila: “Alguien mató a alguien”.

Burla burlando, no queda casi nadie en quien depositar la confianza. Bueno, sí, algunos poetas y escritoras pero ellos y ellas forman parte de la intimidad de cada cual, de la soledad compartida con las almas y las letras. Como en el menosprecio de corte y alabanza de aldea, o al revés.

Como infiel discípulo de Ortega y Gasset, pienso que no conviene defraudar a los lectores con contenidos demasiado fieles al titular. Puestas así las cosas, podíamos haber escrito “el desprestigio de las instituciones” o quizás “el ocaso de los prestigios institucionales”. ¿Qué son las instituciones? ¿Le importan a alguien?

No a todo. De las acepciones del término en el diccionario de la RAE, nos interesa en especial la cuarta: “Cada una de las organizaciones fundamentales de un Estado, nación o sociedad”. No hay espacio ni ganas de repasarlas. Según se mire –y según y dónde se lea- están todas en decrépita situación, van a menos o refulgen poco o casi nada. La constante de que las policías patrias y las fuerzas armadas merecen toda o mucha confianza, se repite cual ajo y resulta tan increíble como salir a la calle y preguntar a ver que dicen las gentes sobre el asunto. La monarquía, que durante muchos años vivió de las rentas del post 23-F, remonta ahora una extraña situación de opinión pública en decadencia con un esforzado jefe al frente, y dos personas adjuntas, reina y heredera, sin cuyo apoyo poco se podría lograr.