A diez años de la guerra en Siria, y algunos más de aquella revolución que quiso tumbar las teocracias y dictaduras en el mundo árabe y que trajo más opresión y más violencia a la región, donde países como Turquía heredero de una peculiar política secular, se islamizaba con Erdogan y suprimía la libertad de expresión, descabezaba a la oposición e insistía en la agresión a zonas fronterizas, como el Kurdistán.
Lobos tirando de un pellejo, a la vez que enseñan los caninos. Un pellejo hecho jirones ahora, con pequeños trozos en cada hocico que se disputan parcelas de territorio y de influencia. Por allí campan los enviados de EE. UU., Rusia, Francia, Turquía y hasta Israel, que gracias al emperador anterior Trump, se ha sentado a hablar con enemigos históricos como Bahréin, Catar o Arabia Saudí, políticas que se suma a las que tenía con Egipto o Jordania.
Objetivamente estos encuentros, ocultos y públicos, obedecen a un factor común que no es otro que restar poder a la creciente influencia de Irán en la zona y a la posibilidad de producir una bomba atómica que ponga en riesgo el desequilibrio de todo el mundo árabe.
En Siria los seres humanos se han convertido en una mercancía que se lleva a los mercados de la explotación, reclutados como soldados a la fuerza, como mercenarios, trasladados forzosamente, expulsados y emigrados y alojados dentro y fuera de la región en campamentos inhumanos.
Los pueblos exiliados, olvidados en los despachos de la ONU, agredidos reiteradamente, como el pueblo kurdo del que se aprovechan varios gobiernos fronterizos para su control, enajenando sus tierras; los palestinos que siguen malviviendo, sufriendo las jugadas de sus hasta ayer protectores; y el último gran revés de la era Trump: el reconocimiento del Sáhara Occidental ocupado como parte de Marruecos.
Hace treinta años de un alto el fuego que llevó a la MINURSO hasta el Sahara, para intentar un referéndum, previo censo acordado por las partes, que nunca se ha llevado a cabo, y donde más de doscientas mil personas malviven de la ayuda internacional en Tinduf y a los que no se les da esperanza ni parte en esta estrategia de terror.
Las tímidas declaraciones de líderes políticos mundiales, -aunque la UA no reconoce esta anexión-, han henchido el pecho del gobierno marroquí de tal forma que cuando el vicepresidente del gobierno de España Pablo Iglesias declaró a los medios su postura contraria a la tesis norteamericana, no tardaron en mandar a Marruecos, en viaje relámpago, a la ministra para amansar a las fieras y que no sigan engordando el negocio de la inmigración ilegal, el terrorismo islamista o las aguas pesqueras. No había terminado de hablar Pablo Iglesias y los medios daban alas a las manifestaciones del gobierno de Marruecos sobre delimitación de aguas territoriales con Canarias de por medio.
Para el gobierno de España, el Sáhara y el pueblo saharaui, ha sido un problema. Los gobiernos que se han sucedido desde el abandono de la colonia, se han agarrado al clavo ardiente de las resoluciones de las Naciones Unidas para acallar conciencias, a sabiendas de que esta postura es eso una postura y no una forma de hacer alta política y presionar en el sentido correcto que es el de un referéndum de autodeterminación.
En la elección del actual secretario general del Frente Polisario Brahim Gali, en la que participó una parte importante del pueblo saharaui, se optó por una línea más dura que la llevada por Abdelaziz, y se han visto los resultados: los choques con armas en el paso de Guerguerat, principal línea terrestre hacia Mauritania. Hasta ahora la diplomacia y la contención eran la política del FP, pero en estos momentos no sabemos a dónde lleva esta línea, porque hay muy poca información veraz -es un eufemismo- y porque los medios españoles no informan como deberían y la confusión es total. Es improbable que una contienda, aunque sea de baja intensidad, posibilite un acercamiento de las partes como en años anteriores, pero lo que está claro es que para Canarias un foco de tensión a 100 kilómetros no hace sino incidir en la herida que ya tenemos y no cicatriza. Porque ahora mismo también somos noticia en el mundo y es no es precisamente por el trato humanitario que damos a los inmigrantes, sino porque hay discursos xenófobos, agresiones entre comunidades, que se extienden como el petróleo y por las políticas alejadas de la realidad –como la propia Canarias- e insensibles del gobierno de España, que con enviar un ministro a dar una vuelta no se resuelve nada y seguimos asistiendo al arribo de cientos de seres humanos que no quieren quedarse y a los que tampoco se les permite irse, con la indiferencia del Gobierno español.