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Puto

Ahora, no es cosa de la censura, sino, imagino, de la vagancia imaginativa, de la escasez de vocabulario y de la ramplonería laboral, de modo y manera que, para esos traductores, todo lo desagradable, negativo, estúpido, doloroso o dramático es “puto”. Puto, o sea la adjetivación de este vocablo, es el comodín del cabreo y la frustración que sustituye a cualquier calificativo: al zapato que molesta es un puto zapato, el jefe intransigente es un puto jefe, el trabajo precario y mal remunerado es un puto curro, la hipoteca inflada por los intereses galopantes es la puta hipoteca. Y así sucesivamente, Lo malo es que, en esta época, la naturaleza, o sea el lenguaje natural sigue imitando al arte (o así). Para mal. El puto ha triunfado. E increíblemente uno escucha en las bandas sonoras de los filmes a personajes históricos, como Cervantes o María Antonieta, un suponer, hablando de la puta olla o del puto corsé, expresiones que jamás utilizarían en su época, simplemente porque no existían. El idioma se encuentra cada vez más empobrecido gracias a esas fórmulas procedentes de la gran y de la pequeña pantalla a las que se suman los latiguillos y expresiones multiusos que permiten ahorrar al hablante el esfuerzo de elegir el término correcto y exacto para expresar un concepto o un sentimiento. Todo lo malo es puto, como todo lo bueno es chachi o guay. Si a esos inventos lingüísticos omnipresentes añadimos el comodísimo prefijo súper, nos enfrentamos a un resultado espeluznante. El personal renuncia a realizar el menor esfuerzo para expresarse, lo cual implica un esfuerzo cada vez menor en expresar una idea, lo que, a su vez, supone que se renuncia a la defensa de cualquier idea original. Puto futuro, oigan.

José H. Chela

Ahora, no es cosa de la censura, sino, imagino, de la vagancia imaginativa, de la escasez de vocabulario y de la ramplonería laboral, de modo y manera que, para esos traductores, todo lo desagradable, negativo, estúpido, doloroso o dramático es “puto”. Puto, o sea la adjetivación de este vocablo, es el comodín del cabreo y la frustración que sustituye a cualquier calificativo: al zapato que molesta es un puto zapato, el jefe intransigente es un puto jefe, el trabajo precario y mal remunerado es un puto curro, la hipoteca inflada por los intereses galopantes es la puta hipoteca. Y así sucesivamente, Lo malo es que, en esta época, la naturaleza, o sea el lenguaje natural sigue imitando al arte (o así). Para mal. El puto ha triunfado. E increíblemente uno escucha en las bandas sonoras de los filmes a personajes históricos, como Cervantes o María Antonieta, un suponer, hablando de la puta olla o del puto corsé, expresiones que jamás utilizarían en su época, simplemente porque no existían. El idioma se encuentra cada vez más empobrecido gracias a esas fórmulas procedentes de la gran y de la pequeña pantalla a las que se suman los latiguillos y expresiones multiusos que permiten ahorrar al hablante el esfuerzo de elegir el término correcto y exacto para expresar un concepto o un sentimiento. Todo lo malo es puto, como todo lo bueno es chachi o guay. Si a esos inventos lingüísticos omnipresentes añadimos el comodísimo prefijo súper, nos enfrentamos a un resultado espeluznante. El personal renuncia a realizar el menor esfuerzo para expresarse, lo cual implica un esfuerzo cada vez menor en expresar una idea, lo que, a su vez, supone que se renuncia a la defensa de cualquier idea original. Puto futuro, oigan.

José H. Chela