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'Quam rem publicam habemus?'

Cuando en el año 63 a.C., Marco Tulio Cicerón se dirigía al Senado romano explicando su intervención para frenar el intento de golpe de estado que había organizado su rival, Sergio Catilina, se asombraba de que este personaje aún se estuviera paseando tranquilamente por las calles de Roma. Más aún, se lamentaba de que ninguna autoridad hubiese reclamado una acción tan drástica como la que un siglo atrás había llevado al ajusticiamiento público de los hermanos Graco, considerados también un peligro para el buen funcionamiento de la ciudad. Su lamento tomaba la fórmula de una indignación expresada ante los senadores, pero recogida luego por escrito en sus Catilinarias, y la actualidad de la frase parecería como si Cicerón la estuviera pronunciando también hoy en día, al enterarse de ciertas noticias que han acaparado los titulares de los medios de comunicación.

Como cónsul de Roma, Cicerón tuvo conocimiento con escasa antelación de que Catilina estaba movilizando a los bajos fondos de Roma, para recabar apoyos con los que asaltar un poder que había perdido en las elecciones de ese año, pero que consideraba que le correspondía por derecho propio. Su plan consistía en asaltar la Curia, asesinar a los cónsules y colocar a su gente en los sectores clave del gobierno de la ciudad. Cuando los planes se filtraron, Cicerón esperó a una sesión del Senado para comenzar con su famoso “quosque tandem abutere…” y denunciar en su cara el complot que se estaba urdiendo. Lo más llamativo de todo este episodio es que Catilina, lejos de sentirse acorralado, en un primer momento mantuvo un aire de “esto no va conmigo” y se benefició de la falta de contundencia de una clase política romana que se caracterizaba por jugar a todas las bandas posibles. No hubo una primera reprobación contundente, y, de hecho, cuando posteriormente Cicerón logró la muerte de Catilina, él mismo tuvo que responder en un juicio por esta condena. El Estado se encontraba afectado por un cáncer muy extendido, por medio del cual los mecanismos con los que se debían evitar este tipo de peligros estaban desactivados y la implicación de la propia clase política en la corrupción generalizada hacía que quien más y quien menos no se viera fuertemente interpelado en sus principios morales ante la posibilidad de que Catilina acabase haciéndose con el poder.

Cicerón se escandaliza de la impunidad. Se pregunta “¿en qué ciudad vivimos?... ¿Qué república tenemos? (quam rem publicam habemus?)”, para que cuando el buen funcionamiento de las instituciones se ve directamente amenazado, el principal responsable de esta situación pueda seguir paseándose libremente por la ciudad. En nuestro país, una noche de hace 36 años, un Catilina con tricornio intentó protagonizar su propia asonada. Aquello no prosperó y él y unos cuantos más se pasaron unos cuantos años en la cárcel. Cicerón habría estado satisfecho de cómo se actuó contra aquellos golpistas, aunque algunos que también participaron nunca fueron nombrados. Sin embargo, estoy seguro de que esta semana Marco Tulio habría vuelto a pronunciar indignado su frase, al comprobar cómo nuevos personajes que parecen poner en peligro el buen funcionamiento de las instituciones, pueden seguir paseando por las calles tranquilamente, a pesar de que haya quedado evidenciado con pruebas, testimonios, juicios y sentencias que han golpeado al Estado, y también, nos han golpeado a cada uno de nosotros que formamos parte de él.

Cuando en el año 63 a.C., Marco Tulio Cicerón se dirigía al Senado romano explicando su intervención para frenar el intento de golpe de estado que había organizado su rival, Sergio Catilina, se asombraba de que este personaje aún se estuviera paseando tranquilamente por las calles de Roma. Más aún, se lamentaba de que ninguna autoridad hubiese reclamado una acción tan drástica como la que un siglo atrás había llevado al ajusticiamiento público de los hermanos Graco, considerados también un peligro para el buen funcionamiento de la ciudad. Su lamento tomaba la fórmula de una indignación expresada ante los senadores, pero recogida luego por escrito en sus Catilinarias, y la actualidad de la frase parecería como si Cicerón la estuviera pronunciando también hoy en día, al enterarse de ciertas noticias que han acaparado los titulares de los medios de comunicación.

Como cónsul de Roma, Cicerón tuvo conocimiento con escasa antelación de que Catilina estaba movilizando a los bajos fondos de Roma, para recabar apoyos con los que asaltar un poder que había perdido en las elecciones de ese año, pero que consideraba que le correspondía por derecho propio. Su plan consistía en asaltar la Curia, asesinar a los cónsules y colocar a su gente en los sectores clave del gobierno de la ciudad. Cuando los planes se filtraron, Cicerón esperó a una sesión del Senado para comenzar con su famoso “quosque tandem abutere…” y denunciar en su cara el complot que se estaba urdiendo. Lo más llamativo de todo este episodio es que Catilina, lejos de sentirse acorralado, en un primer momento mantuvo un aire de “esto no va conmigo” y se benefició de la falta de contundencia de una clase política romana que se caracterizaba por jugar a todas las bandas posibles. No hubo una primera reprobación contundente, y, de hecho, cuando posteriormente Cicerón logró la muerte de Catilina, él mismo tuvo que responder en un juicio por esta condena. El Estado se encontraba afectado por un cáncer muy extendido, por medio del cual los mecanismos con los que se debían evitar este tipo de peligros estaban desactivados y la implicación de la propia clase política en la corrupción generalizada hacía que quien más y quien menos no se viera fuertemente interpelado en sus principios morales ante la posibilidad de que Catilina acabase haciéndose con el poder.