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Las razones de Saavedra

No es eso lo que llama la atención sino cuando pueda haber detrás. La forma de hacer política de Aguilar tiene, claro está, sus partidarios y sus detractores y es tan evidente que a Saavedra no le gusta como que, de tanto decirlo, ha acabado alineado, si no lo ha estado desde siempre, con los enemigos más conspicuos de su secretario general, los que añoran el PSC anterior, el que no se mojaba ni se acercaba siquiera a la marea en plan de hoy por ti mañana por mí. Tiene Saavedra toda la pinta de estar no tanto con los sectores psocialistas dados al compadreo, que también, como de participar directamente en los esfuerzos de Paulino y Soria para alejar a Aguilar de la política canaria.

Esta impresión de alineamiento la produce que no se le haya oído jamás, al menos con la contundencia exigible a un líder para que entienda el ciudadanaje, pronunciarse contra la corrupción en general y en particular sobre asuntos concretos infumables que conoce bien. Por no hablar de su presunto temor a los constipados de desabrigar el suelo levantando alfombras. De haberlo hecho, cabría atribuir sus divergencias con Aguilar a cuestiones de estilo, de temperamento, generacionales e incluso de estrategia a medio plazo. Pero no es así ya que condena el modo de hacer de López Aguilar, a quien procura echarle encima cuantos viajes de brosa le vienen a la mano, sin que se le haya visto manifestarse, más allá de la boca chica, respecto a la especie de que el ex ministro de Justicia utiliza a la Policía, los fiscales y los jueces para acabar con los individuos honorables y dos piedras, que, es fama, están todos en CC-PP. No digo, bonito fuera, que le corresponda erigirse en juez, pero ya tiene edad para saber que cuando el río suena, agua lleva y que el liderazgo que ostenta le obliga a ocuparse de las consecuencias políticas de la barranquera de escándalos. Pero no lo hace y sólo se muestra sensible ante los modos y maneras de Aguilar.

Quiero decir que si la consigna de la derecha es acabar con Aguilar para restablecer el silencio y la impunidad, Saavedra la sigue porque es su natural o porque no está en condiciones de hacer otra cosa sin que le sobrevengan males mayores personales. No sé si me entienden.

Mucho he oído decir en los últimos meses para explicar la actitud del alcalde en relación a López Aguilar. Desde los celos a las presiones de los sectores psocialistas que conciben la política como una gran perola de potaje en la que te haces al menos con una cucharilla de café para sacar algo o vas listo. Otros reducen el asunto a una cuestión de clase, a cuanto le gusta a Saavedra moverse en los salones elitistas (los del dinero) sin que le hagan josicones, dicho sea en canario de antes; a sus modos de bon vivant.

Y hay, en fin, quienes dicen que, con tantos años en política, es lógico que Saavedra cometiera errores que podrían serle restregados ahora por la cara, de no avenirse a colaborar en el alejamiento de Aguilar de la polis podrida en que vivimos. No quiere Saavedra echar a perder ni por nada este último tramo de su vida política. Que es justo lo que está a punto de lograr.

No es eso lo que llama la atención sino cuando pueda haber detrás. La forma de hacer política de Aguilar tiene, claro está, sus partidarios y sus detractores y es tan evidente que a Saavedra no le gusta como que, de tanto decirlo, ha acabado alineado, si no lo ha estado desde siempre, con los enemigos más conspicuos de su secretario general, los que añoran el PSC anterior, el que no se mojaba ni se acercaba siquiera a la marea en plan de hoy por ti mañana por mí. Tiene Saavedra toda la pinta de estar no tanto con los sectores psocialistas dados al compadreo, que también, como de participar directamente en los esfuerzos de Paulino y Soria para alejar a Aguilar de la política canaria.

Esta impresión de alineamiento la produce que no se le haya oído jamás, al menos con la contundencia exigible a un líder para que entienda el ciudadanaje, pronunciarse contra la corrupción en general y en particular sobre asuntos concretos infumables que conoce bien. Por no hablar de su presunto temor a los constipados de desabrigar el suelo levantando alfombras. De haberlo hecho, cabría atribuir sus divergencias con Aguilar a cuestiones de estilo, de temperamento, generacionales e incluso de estrategia a medio plazo. Pero no es así ya que condena el modo de hacer de López Aguilar, a quien procura echarle encima cuantos viajes de brosa le vienen a la mano, sin que se le haya visto manifestarse, más allá de la boca chica, respecto a la especie de que el ex ministro de Justicia utiliza a la Policía, los fiscales y los jueces para acabar con los individuos honorables y dos piedras, que, es fama, están todos en CC-PP. No digo, bonito fuera, que le corresponda erigirse en juez, pero ya tiene edad para saber que cuando el río suena, agua lleva y que el liderazgo que ostenta le obliga a ocuparse de las consecuencias políticas de la barranquera de escándalos. Pero no lo hace y sólo se muestra sensible ante los modos y maneras de Aguilar.